Desde Barcelona
UNO Rodríguez sale del cine mareado, como si le hubiesen inyectado gominolas de ositos en los ojos. A no quejarse, sabía donde se metía. Fue a ver Elvis, flamante biopic del King Presley; pero, en verdad, otra película que trata de su director Baz Luhrmann. Rodríguez ya había experimentado síntomas similares con Romeo + Juliet (su favorita del Mondo Baz), Moulin Rouge! y The Great Gatsby (en la que, entre tanto frenesí, Fitzgerald se imponía en esa escena en la que Nick le dice al encamisado Jay que él es mejor que toda esa gente de mierda). Y de nuevo: inconsistencias cronológicas y soundtrack loco y fuegos artificiosos y ritmo endiablado y vale todo con operístico maximalismo y muy buen mal gusto y multicolorismo para blanco con voz de negro. Y no: nada de la inteligencia para la reinvención rock'n'pop de, por ejemplo, Todd Haynes para el David Bowie & Co. de Velvet Goldmine o el Bob Dylan de I'm Not There. Pero aun así lo de Luhrmann tiene su gracia porque es como si se otorgase carte blanche al más enloquecido y desenfrenado y húmedo soñador de los fans/groupies para salirse con la suya a costa de los otros.
DOS Y, sí, Rodríguez se la pasó bien viéndola (aunque el Elvis de Austin Butler por momentos se parezca demasiado al Travolta de Grease y el Coronel Parker de Tom Hanks tenga un aire de Jabba The Hutt con maquillaje à la Mike Myers y, sí, Hanks ya había jugado a manager-descendiente de Parker, pero cool, en su bonita That Thing You Do!). Pero, aun así, la sensación de gran oportunidad perdida y el decirse que tal vez Luhrmann lo hubiese hecho tanto mejor centrifugando a Freddy Mercury en Bohemian Raphsody. Porque, claro, la saga de Presley (de quien en agosto se cumplirán cuarenta y cinco años de su muerte para que todos puedan decir que está vivo) requiere de una cierta disciplina para el arquetipo y paradigma. Como la leyenda de The Beatles, el mito fundante de Elvis es un cuento de hadas o, mejor, de hechiceros y, en su caso, también, de hechizado. Y cuenta con un perfecto gran villano que en Elvis es, además, dueño del punto de vista narrativo: el posesivo apoderado svengali/mefistofélico y "Coronel" Tom Parker (nacido en Holanda como Andreas Cornelius von Kujik) y gran explotador/destructor de genio silvestre al que se refería como "mi atracción de feria". Parker (quien solía decir que "no tienes por qué ser simpático con los demás mientras vas de subida si no está en tus planes el bajar") como el monstruo/freak que se formó en carnivals. Parker como el remitente que jamás remitió --quien compró su rango militar-- despachando al soldadito Elvis al servicio militar con estricto return to sender. Parker quien lo vendió mal y barato a Hollywood. Parker quien jamás le concedió giras internacionales (porque Parker estaba en América como inmigrante ilegal y, se rumoreaba, había asesinado a mujer en el Viejo Mundo y temía ser detenido). Y Parker quien --cuando vislumbró una posible resurrección/redención artístico-independiente de su criatura en aquel antológico y encuerado especial televisivo del '68-- volvió a cortar alas y ajustar tornillos. Así, hasta convertir a Elvis en un american psycho químico-merhandising que sólo quería que Nixon le concediese chapa del FBI para poder combatir efecto negativo de John & Paul & George & Ringo en las inocentes y jóvenes mentes mientras él ganaba/perdía a lo grande y agonizaba en vivo un Viva Las Vegas.
Y Rodríguez no hace mucho volvió a ver el muy buen bio-documental The Searcher. Y, sí, ahí está todo lo que Luhrmann no es que no haya visto ni escuchado pero que sí no le interesa contar. El Elvis de Luhrmann es jopo esculpido y capa/traje casi Marvel/DC y sopa de lentejuela y cadera sísmica y alarido de hormona adolescente y Wiki elipsis y montaje MTV. Una especie de greatest hits de lugares comunes a los que les faltan los reveladores lados-B de un artefacto polimorfo y perverso que no ha dejado de fascinar a multitudes (y ahí está "Doppelganger / Pöltergeist", ese genial cuento del genial Denis Johnson incluido en el genial El favor de la sirena). Y ahí están también --en los estantes de Rodríguez-- las biografía bestial Elvis de Albert Goldman (quien luego demolería a John Lennon); la mejor, sin lugar a dudas, que es la de Peter Guralnick en dos volúmenes: Último tren a Memphis: La construcción del mito y Amores que matan: La destrucción del hombre); el ensayo necro-sociológico Dead Elvis de Greil Marcus (quien le dedica homéricas páginas en su clásico Mistery Train con el título de "Preslíada"); y una especialmente interesante que es The Colonel: The Extraordinary Story of Colonel Tom Parker and Elvis Presley de Alanna Mash, concentrándose en las idas y vueltas de un astro siempre en modo nova y hundido entre las sombras del agujero negro de Graceland tarareando un prisionero "Jailhouse Rock" y aullando como un "Hound Dog" con su panza de "Teddy Bear".
TRES Y Rodríguez vuelve a animar a este zombi. Sí, Elvis ha sido durante décadas el cadáver más productivo según la lista de Forbes hasta hace poco, cuando fue superado por los restos inmortales de Kurt Cobain; "Elvis no murió, murió su cuerpo", diseccionó Parker, quien siguió explotándolo un rato largo. Y Rodríguez se pregunta si este always en nuestras minds de Elvis no se deberá --más allá de lo artístico y revolucionario-- a lo triunfal de su fracaso y a la promesa finalmente incumplida de haber podido ser aún mucho más inmenso de lo que fue. Algo que consuela a todos de tantas frustraciones y que, geopolíticamente, ayuda a marcar a fuego a los cada vez más separados y abortados Estados Unidos como (mala) suerte de Coronel Parker para el mundo entero por estos días templando posible fin de buena racha y fin de ciclo imperial e histórico (Trump fue el presidente más Parker y, parece, más mal influyente de la historia de USA y, seguro, el más bazluhrmannizable de todos). Quién sabe. Tal vez sea hilar demasiado fino o querer abarcar mucho y apretar poco, se dice un all shook up Rodríguez desde su heartbreak hotel mientras canturrean las suspicious minds y ya casi nadie se atreve al If I can dream por miedo a la pesadilla, porque cuesta tan poco pensar en un Baz Putin apretando botón pirotécnico.
CUATRO Y, claro, Parker contempló en más de un momento escribir su autobiografía pero nunca fue más allá del título que, hay que reconocerlo, tenía su gracia: ¿Cuánto cuesta si es gratis? Lo que se cuenta en The Colonel (con esa foto de portada en la que, por apenas un click chistoso, se revierten los roles de la broma pesada y es Elvis quien asalta/apunta a quemarropa a Parker) y se pinta al detalle y se contempla a brocha muy pero muy gorda en el film de Luhrmann (quien, a su modo, ya ha sido el Parker refritador/explotador de Shakespeare y de Fitzgerald y de la bohemia parisina) es trama clásica: la simbiosis parasitaria entre un productor y un producto; la historia de un explotado que acaba (en todo sentido) explotando por culpa de aquel que lo infló hasta hacerlo estallar, pero que aún así hoy sobrevive a todo y a todos y sigue estando allí: 50% bicho de Kafka, 50% dinosaurio de Monterroso, 100% Elvis cortesía de Parker, Inc.
Y --para bien o para mal o para Luhrmann-- that's all right.