Si bien la pandemia no ha terminado después de más de dos años desde que se desató la crisis sanitaria mundial se abrieron muchas preguntas –también conjeturas- respecto de los aprendizajes que nos ha dejado como sociedad este período tan crítico de la historia global. Tales interrogantes se multiplican también en el campo de la comunicación, dada la importancia fundamental y creciente que ha tenido la disciplina a la hora de atender las demandas de todo tipo que surgieron a raíz de la covid-19.
No es la pretensión de estas líneas agotar el cuestionario ni dar cuenta de todas esas preguntas. Se intenta apenas sumar algunos interrogantes iníciales que emergen en la relación comunicación y salud, en particular en lo atinente al cruce entre políticas públicas sanitarias, comunicación de crisis, comunicación en salud para la comunidad.
La primera consideración debe apuntar a la toma de conciencia de la importancia del sistema de comunicación para acercar la información a la población, pero también consejos y criterios para atender la crisis sanitaria. Sin comunicación certera, pertinente y adecuada es imposible desarrollar una política pública de salud que esté a la altura de las demandas de una crisis de las proporciones que enfrentamos. Más allá de que el acontecimiento pandémico estuvo (y está) revestido de características nunca antes conocidas y al mismo tiempo imponderables, lo que ha quedado demostrado es que el sistema público no estaba preparado –en la mayor parte del mundo- para responder comunicacionalmente a las exigencias de una situación como la que sobrevino.
Ni siquiera la Organización Mundial de la Salud (OMS) fue capaz de informar, orientar y proponer alternativas adecuadas en la materia.
Por otra parte la crisis puso de manifiesto que ni el personal sanitario ni las y los profesionales de la comunicación contaban con capacidades pertinentes para aportar en la coyuntura. Porque no hubo entre los técnicos un número suficiente y dispuesto de buenos comunicadores que tuvieran la capacidad de explicar temas muy complejos y de acercarlos a la que vivió la población afectada por la enfermedad en su vida cotidiana. Pero a ello hay que sumarle –en no menor medida- que comunicadores y comunicadoras profesionales tampoco tenían saberes para informar de manera pertinente en relación a la problemática de la pandemia. En ambos casos no los hubo cuando se desató la crisis, pero tampoco se mejoró ostensiblemente en la materia con el paso del tiempo.
A quienes actuaron como voceros de las políticas públicas sanitarias en la emergencia se les reclamó, con éxito relativo, que utilizaran lenguaje accesible a la población para explicar, de modo tal de dar respuesta a las preocupaciones, calmar las previsibles ansiedades y evitar el pánico. Pocas veces se logró. También quienes ejercen la función pública en el campo sanitario parecieron estar sorprendidos y pocos de ellos preparados para una crisis de tal envergadura. Improvisaciones, imprecisiones, confusiones, negaciones, contradicciones, fueron errores frecuentes.
A lo anterior se sumó que el escenario comunicacional se infectó con falsas noticias, algunas inspiradas en intencionalidad política destructiva, y otras simplemente generadas en la ignorancia y falta de responsabilidad de quienes las emitieron.
Una primera conclusión debería apuntar a la necesidad de dar mayor densidad y constitución de un campo disciplinar que cruce comunicación y salud, salud y comunicación, no apenas como la especialidad de algunos, sino como un terreno indispensable de construcción colectiva e intercambio de saberes que elabore escenarios de crisis, ensaye nuevas propuestas. Y que, atendiendo también a los desarrollos actuales, prevea para este fin la utilización adecuada de redes sociales digitales cada día más a la mano de grandes sectores de la población, también de los más pobres aunque persistan grandes brechas de acceso y limitaciones y en la materia.
A la agenda también se incorporó la importancia del estudio de la gestión de las crisis sanitarias en las organizaciones y, en particular, en las comunidades. Las campañas de prevención y asistencia de la salud ponen habitualmente la mirada en los grandes colectivos, generalizan para alcanzar a grandes audiencias. No está mal. Sin embargo esta estrategia se desentiende de lo particular, de lo que sucede y cómo acontece en lo local, en lo comunitario, donde de poco sirven las consideraciones generales y específicas en contornos donde la vivienda es precaria y el acceso a condiciones mínimas de calidad de vida son también insuficientes. Lo habitual es que allí tampoco existen servicios de salud satisfactorios.
En tales circunstancias la comunicación para la salud comunitaria no es una cuestión que se puede resolver solo con grandes lineamientos sino que requiere la participación activa de la comunidad, de quienes habitan ese espacio y conocen el territorio. Ello no se logra en pleno desarrollo de la crisis: tiene que ser previsto, preparado, con información y sobre todo con capacitación preventiva de agentes comunitarios que sepan actuar en salud y comunicación. La política pública debe contemplar este capítulo. Para compartir saberes, informar y motivar comportamientos de autoprotección apropiados y aportar seguridad que le quite espacios a las noticias falsas y a los rumores.
La comunicación para salud necesita ser empática con toda la población, pero también capaz de atender simultáneamente a la particularidades de ciertas comunidades especialmente de las más vulnerables; apoyada en el saber científico pero sin perder de vista las características culturales de las audiencias, cimentada en valores y promoviendo la participación de la población.
La comunicación juega hoy un rol estratégico para la protección de la salud de las comunidades de todo el mundo especialmente en caso de epidemias o pandemias. La comunicación en situaciones de crisis es una estrategia básica en la gestión de las mismas y un aporte sustancial también para disminuir las secuelas psicológicas que sufren las poblaciones en estas circunstancias.