Una crónica de Evelyn Arach, "La carpintera rebelde", parece responder, 99 años más tarde, a otra crónica de Alfonsina Storni: "Las heroínas". "La carpintera rebelde" salió publicada en el número de octubre-noviembre 2019 de la revista Barullo; "Las heroínas" (firmada con el seudónimo de Tao Lao) se publicó en el diario La Nación, de Buenos Aires, el 18 de abril de 1920. "El oficio de carpintero no ha tentado la veleidad femenina", apuntaba la poeta bajo el camuflaje drag king del dandy cronista, como si de un puro capricho dependiera la posibilidad de una carpintera: "...siempre preferían que el docente de carpintería fuera un hombre", parece retrucarle Liliana Dip. Egresada de una escuela técnica rosarina con el título de técnico mecánico en 1980, entrevistada por Arach en 2019, Dip fue la primera mujer en esas condiciones de que tenga registro el Ministerio de Educación. El libro que reúne las crónicas de Alfonsina debió esperar un siglo entre las primeras publicaciones en medios y la reedición en 2022 que recupera su obra periodística, recopilada por primera vez a fines del siglo pasado; el que reúne las de Arach se publicó también este año, en Rosario, por la editorial Brumana, y con foto de tapa por una entrevistada: la reportera gráfica y fotógrafa Virginia Benedetto. El título, Fuera de cámara, alude al otro trabajo periodístico por el cual Arach es conocida en el día a día mediático de la ciudad: el de movilera en un noticiero de televisión local. 

En lo editorial, Storni y Arach son feministas contemporáneas. Se leen en tándem, con el dolor de comprobar que todavía falta mucha lucha para lograr una sociedad igualitaria. Benedetto y Arach coexisten en una misma época, y se conocieron así: "La primera vez que vi a Virginia Benedetto fue en enero de 2015. Las dos quedamos cuerpo a tierra durante un tiroteo en barrio Ludueña, Rosario". Evelyn Arach pone el cuerpo, a ras de la tierra, en la calle, codo a codo con el camarógrafo y no (sin por ello desmerecer la labor de otras mujeres periodistas) en la vidriera del estudio de TV, con su tiranía de delgadez y maquillaje. También pone el micrófono, y además escucha: una escucha atenta, que aloja y contiene, que da tiempo y espacio a cada entrevistada de estas crónicas para contar su historia. No es por recaer en los roles clásicos pero hay en esa escucha algo de lo que Winfred Bion llamó la rêverie: esa función materna (y del o la psicoanalista) que posibilita al bebé (o paciente) la transformación de emociones crudas en pensamientos. 

Evelyn Arach escucha a sus entrevistadas como quizá nunca nadie las escuchó antes. Lo que al comienzo de la nota brota como un llanto de dolor o un grito de rebeldía, al final toma forma de declaración y manifiesto. Es muy salvaje lo que una entrevistada puede llegar a decir en el crudo de la entrevista de Evelyn, que pregunta poco, escucha mucho y no interrumpe. Y después, la escritura. Es allí donde un trabajo fino de autoedición pule los logros literarios de una prosa fluida, tan bella y amable a la vez que nos lleva como de la mano por entre los escombros de una guerra, los tiros de los sicarios de la droga en los barrios pobres, o la vida deshecha y rehecha de una mujer golpeada. Los relatos que extrae de la dura realidad cobran una potencia épica, mítica, de gran novela. "El amor después del horror" tiene la pregnancia de un buen cuento de León Tolstoi, de  los que resumían en pocas páginas una o dos vidas individuales, y en ellas concentraban todo el enigma del destino humano. Y además es una denuncia contra la indiferencia de la sociedad patriarcal ante una mujer agredida. Y a la vez es un canto a la resiliencia de esa misma mujer, que no se quedó en el rol de víctima, una vez que aceptó atravesarlo. 

Estas heroínas no son de ficción: caminan las calles de la ciudad. Evelyn las encuentra y las pone a narrar la mejor versión de sí mismas. Para contar quién es la entrevistadora, sus relatos autobiográficos honran el linaje femenino familiar y reivindican con ternura a sus compañeras de escuela que el machismo estigmatizó como las putas del pueblo. En una crónica del 14 de febrero, se cruzan dos estampas: una madre que reza por la vida de su hijo, trágicamente baleado, y un motel cómicamente kitsch que aguarda a los enamorados de San Valentín con "un lujo precario de pisos recién lustrados y lavanda química". La lucidez política y la denuncia no se contradicen con el humor y la poesía.