Desde los pasados días y hasta el 22 de enero próximo, el Musée des arts décoratifs, en París, presenta Shocking! Les mondes surréalistes d’Elsa Schiaparelli, una retrospectiva a todo trapo que invita a (re)descubrir el inestimable legado de esta diseñadora italiana que revolucionó la moda en los años 30s y 40s. Su audacia avant-garde, su elegancia innata, el humor y la irreverencia que plasmó en tantas de sus piezas, el intercambio y la complicidad con artistas como Salvador Dalí, Jean Cocteau y Meret Oppenheim (que asimismo decían de ella, “es una artista en plenitud”): todo queda dicho en esta aplaudida muestra.
“Conozco a Schiap de oídas. Solo la vi en un espejo. Para mí representa algo así como la quinta dimensión”: así iniciaba la modista Shocking Life, su autobiografía de 1954. Nacida en Roma en 1890, E.S. creció en un palacio del barroco tardío rodeada de libros sobre botánica, cultura oriental, arquitectura, matemáticas, astronomía, alquimia… Su madre napolitana descendía de los duques de Toscana, y su padre -Celestino Schiaparelli- era un erudito, especialista en el mundo islámico medieval que leía en árabe, sánscrito, persa y estaba a cargo de la biblioteca de la Accademia dei Lincei.
El tío de Elsa, Giovanni Schiaparelli, era un reconocido astrónomo que -entre otros aportes a su campo- ofreció una descripción detallada de la superficie de Marte. Solía comparar los lunares de la mejilla izquierda de su sobrina con estrellas de una constelación; motivo que, junto a otros cuerpos celestes, más tarde inspiraría creaciones de la diseñadora. Un ejemplo sería su colección de invierno 1938-1939, donde asimismo aborda los planetas, los signos del zodíaco, el sol.
No fueron ni por asomo sus únicas musas, obvia es la aclaración. Por algo a ella -que sentía especial predilección por el surrealismo- le gustaba que la calificaran como modista “inspirada”. Y es que, acorde al detalle que ofrece el catálogo de la muestra, pueden encontrarse en sus prendas: guiños a la Antigüedad a partir de referencias a Las metamorfosis de Ovidio en su colección Païenne; al mundo natural en Papillon, una oda a los insectos, en especial a la mariposa que da título a la serie; a la música en la homónima Musique; al circo en la maravillosa colección Cirque, con sus suntuosos boleros bordados con caballos, acróbatas, elefantes…
Así, “vanguardia y lujo, sabiduría e imaginación devienen pócima maravillosa en su obra”, destaca el rotativo Le Figaro sobre la parisina por adopción, a la par que recuerda que Elsa vistió a divas como Katharine Hepburn, Marlene Dietrich, Claudette Colbert, Ava Gardner, Lauren Bacall; también a Wallis Simpson, duquesa de Windsor. E inspiró a generaciones de grandes modistos: Yves Saint Laurent, Azzedine Alaïa, Givenchy, John Galliano, Sonia Rykiel, Christian Lacroix, etcétera.
“Visto desde hoy, cuando se considera que los diseñadores son artistas por derecho propio, cuesta entender la audacia que ella tuvo al pedir a los pintores que se interesaran por la moda”, anotó cierta vez el empresario Pierre Bergé, cofundador de YSL, admirado por el arrojo de Schiaparelli. En sus días, dicho está, E.S. colaboró con Salvador Dalí, Leonor Fini, además de Jean Cocteau, Man Ray, Elsa Triolet, Meret Oppenheim… Desde la curaduría del museo señalan, por caso, que “Schiaparelli descubrió el universo fantástico de Fini, con sus visiones oníricas pobladas de figuras femeninas mitológicas, y en 1936 le encargó el retrato de Gogo, su hija. Al tiempo le encomendaría además el frasco del mítico perfume de la maison, Shocking” (que emulaba, por cierto, las curvas de Mae West). Del chispeante intercambio con Dalí, quedaron algunas de sus creaciones más emblemáticas y transgresoras, como el vestido langosta y el sombrero-zapato.
En efecto, el diálogo entre moda y arte fue determinante en la diseñadora, y salta a la vista en esta exhibición que reúne casi 577 obras: 212 trajes y complementos, sí, pero también esculturas, cuadros, joyas, perfumes, cerámicas, afiches y fotografías firmadas por sobresalientes personalidades de la época, que trabajaron con Elsa. Presentes además bocetos y prendas del modisto texano Daniel Roseberry, actual director artístico de la casa Schiaparelli, que sobre la exposición ha manifestado: “Espero que los jóvenes, y en general la gente que no conoce a fondo su trabajo, profundicen en su obra y descubran la dimensión original de la firma” (Roseberry, recordemos, fue fichado en 2019 por Diego Della Valle, magnate de la moda que relanzó la marca hace poco más de una década, tras permanecer cerrada desde 1954).
Y ya que hablamos de “shocking”, no olvidemos el afamado “rosa shoking”, mítico tono que Schiaparelli impuso, del que decía: “Es creador de vida, como toda la luz y todas las aves y los peces del mundo unidos en un solo ser, un color de China y Perú, pero no de Occidente. Un color impactante, puro y sin diluir”. Por lo demás, siempre es esclarecedor leer a una súper-experta de la moda como Felisa Pinto que, hace unos años, escribía en este suplemento: “Elsa se animaba a usar materiales inusuales en la costura, como también coloridos y combinaciones insólitas. Por ejemplo, la inclusión de papel celofán transparente en detalles de alta costura, cuando se avecinaron aires de la Segunda Guerra Mundial. Cansada de los vestidos y túnicas de Vionnet y los drapeados de Gres, Schiaparelli reformuló nuevamente la silueta femenina. Marcó la cintura casi con exageración, devolviéndola a su lugar, ensanchó y dio volumen a los hombros con hombreras y ornamentos, y detuvo el dobladillo a la mitad de la pantorrilla, rebajando, a su vez, el contorno de las caderas mediante faldas tubulares de caída estilizada”.