Crímenes del futuro 8 puntos
Crimes of the Future, Canadá/ Gran Bretaña/Grecia, 2022
Dirección y guion: David Cronenberg.
Fotografía: Douglas Koch.
Música: Howard Shore.
Duración: 107 minutos.
Intérpretes: Viggo Mortensen, Léa Seydoux, Kristen Stewart, Scott Speedman, Don McKellar, Welket Bungué
Estreno exclusivamente en la Sala Lugones (localidades agotadas) y a partir del 29 de julio en la plataforma Mubi.
La mente de David Cronenberg funciona a borbotones. Borbotones de ideas, de imágenes, de definiciones, de nombres inventados, de órganos e instrumentos nuevos y desconocidos. Todo eso no es otra cosa que la expresión orgánica (nunca mejor usado el término) de ciertos conceptos que atraviesan su obra, y que tienen que ver, básicamente, con el mundo de lo post humano, un mundo donde el hombre ya no es lo que hasta ahora conocíamos, sino un ser mutante, llamado a ser otra cosa. Cronenberg está obsesionado con esa puerta hacia el futuro y es sobre ella, a partir de ella, que crea sus formas, con la fiebre de un científico loco. Pero no hay que confundirse: esa fiebre creativa no implica que el creador de La mosca vea esta evolución como algo positivo. Por si queda alguna duda, la aclara literalmente Saul Tenser, protagonista de Crímenes del futuro, opus 20 del creador de Videodrome: “No me gusta lo que está pasando con el cuerpo”. Pero está pasando, podría responder el propio Cronenberg, en uno de esos diálogos ping-pong que se cruzan los personajes de su nuevo film.
En tanto Cronenberg inventa mundos completamente nuevos, resumir sus tramas resulta, en ocasiones, tan imposible como contarle a un humano cómo funciona la cabeza de un insecto. Dígase lo esencial de Crímenes del futuro. En primer lugar, ese futuro es hoy, en versión sombría: paredes de colores tristes, descascaradas, rincones oscuros, depósitos, talleres, muros pintarrajeados, buques herrumbrados, mucha noche y, sobre todo, una fotografía que amarrona y empalidece todo. Tenser (Viggo Mortensen, confirmando por enésima vez que se trata del mejor actor contemporáneo) parece, de hecho, un muerto. Lívido, enfermizo, de voz quejumbrosa y frecuentes toses, Tenser sale a la calle amortajado con una suerte de chador negro de mangas colgantes, que deja sólo sus ojos a la vista.
Algo hace de él un ser único (todos los héroes de Cronenberg son seres únicos): su cuerpo crea órganos internos nuevos. Con ayuda de su socia Caprice (Léa Seydoux), Tenser convierte esos órganos, y la cirugía para extirparlos, en arte: ex cirujana y actual performer, Caprice tatúa internamente sus vísceras (todas las “novedades” orgánicas de Cronenberg se manifiestan en el estómago) y luego las extrae, aprovechando que en ese futuro el dolor está mitigado. De aquí en más hay funcionarios oficiales, resistentes que comen plástico, niños que también lo hacen, sospechosos cirujanos estéticos, concursos “de belleza interior” (el humor nunca fue ajeno al cineasta canadiense) investigaciones policiales y una sensación general de conspiración que no es nueva ni mucho menos en la obra del director de El almuerzo desnudo.
Como el Renner de Videodrome, Johnny Smith en La zona muerta, los mellizos Mantle de Pacto de amor, René Gallimard en M. Butterfly y Spider en el film homónimo, Tenser es un hombre atrapado (atrapado queda también el Dr, Brundle en su teletransportador). A diferencia del propio Brundle, de la secta automovilística de Crash o de los scanners “malos”, Tenser no goza de su don: lo padece. El sexo, que Cronenberg suele vincular con la muerte (pero la muerte no es para él algo necesariamente no deseado), aparece aquí con menos desafuero que en Parásitos mortales y sobre todo Crash (donde los personajes se la pasan cogiendo, para decirlo mal y pronto). Aunque hay un par de escenas en las que una notable Kristen Stewart parece a punto de derretirse. Es que no hay disfrute en Crímenes del futuro sino un aire triste, desolado, derrumbado incluso (tampoco hay necesidad de los catastróficos colapsos de La mosca y Pacto de amor, porque acá el mundo está caído desde antes). Al menos hasta que Tenser alcance, in extremis, una inesperada forma de éxtasis.
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