“No tenía otras opciones. Quería terminar con eso y no me importaba cómo se hiciera. Así de desesperada estaba." Quien habla, desde el presente, recuerda un hecho traumático de la juventud, hacia finales de los '60, cuando el aborto era ilegal a lo largo y a lo ancho del territorio estadounidense. El tarifario de la mafia de Chicago para la interrupción de un embarazo era una obra maestra del eufemismo. Chevrolet: 500 dólares. Cadillac: 750. Rolls Royce: 1000. Dependiendo del dinero abonado, mejores o peores condiciones durante el procedimiento. En el caso del automóvil británico, es de suponer, incluso podía haber un seguimiento durante los días posteriores a la intervención.
“Sólo me dijeron tres frases en todo ese tiempo”, continúa relatando la mujer, de unos 70 años, al rememorar ese par de horas pasadas en un alejado y sórdido motel rutero, donde tuvo lugar la práctica. “¿Dónde está el dinero? Acuéstate y haz lo que te digo. Entra al baño. Y eso fue todo."
Así comienza Janes: mujeres anónimas, el documental de Tia Lessin y Emma Pildes presentado en el Festival de Sundance a comienzos de este año y que ahora desembarca en HBO Max, un racconto del nacimiento, evolución, actividades y final feliz de un particular grupo de mujeres auto apodado, simplemente, Jane. Una red clandestina sin fines de lucro que ayudó a abortar a más de 10 mil jóvenes entre 1968 y 1973, cuando a partir del célebre caso Roe contra Wade se declaró inconstitucional la prohibición de la interrupción voluntaria de los embarazos y sus actividades dejaron de ser indispensables. El mismo expediente que, hace apenas unas semanas, la Corte Suprema de Justicia de los Estados Unidos acaba de anular como base judicial federal para avalar el aborto legal. El estreno de Janes no podría ser más pertinente, ya que reconstruye con testigos, datos y anécdotas una dura realidad que, en pleno siglo XXI, vuelve con fuerza a aquellos estados que ya han comenzado a retrotraer las leyes cincuenta años: el aborto es nuevamente un delito que puede conllevar penas de prisión. El retorno de los Chevrolets y los Cadillacs y los Rolls Royces del pasado, que inevitablemente empujará una escalada en las muertes provocadas por abortos mal realizados, en particular en los estratos sociales menos favorecidos.
Tia Lessin, experimentada documentalista nominada a un Oscar por el largometraje Trouble the Water (2008) y coproductora de varios films de Michael Moore, y Emma Pildes, que produjo recientemente documentales como Jane Fonda in Five Acts y Spielberg, unieron fuerzas para contar la historia de “las Janes”, un grupo de muchachas universitarias muy jóvenes que, en pleno clímax por la lucha de los derechos civiles, con la guerra de Vietnam de fondo, decidieron dejar el activismo de las consignas y las marchas para arremangarse y poner manos a la obra. Literalmente.
Varias de esas Janes participan en el documental y recuerdan en primera persona, frente a la cámara, esos tiempos convulsionados en la ciudad más importante del estado de Illinois. Así, se rememora el célebre juicio de los 7 de Chicago y los hechos que le dieron origen, la brutalidad civil y policial durante las marchas de afroamericanos, las actividades del Partido Pantera Negra y las noticias diarias que llegaban desde Asia, con sus pieles quemadas por el napalm y las bolsas negras con cadáveres. También, aunque de eso no suele hablarse, de cómo todos los movimientos revolucionarios estaban marcados por el machismo, con sus voceros vociferantes en actitud “de machos” (sic) y las mujeres relegadas al rol secundario de asistentes, apoyo logístico y moral de los temerarios caballeros. “Así era el mundo. Siempre eran los chicos. Había mucha testosterona y muchos sermones."
Otra integrante de Jane relata el hecho puntual que provocó un cambio radical en su forma de acercarse al activismo. “Durante una reunión en el campus, una junta de los Estudiantes pro-Sociedad Democrática, se iba a discutir la así llamada ‘cuestión femenina’. Mientras yo hablaba uno de los tipos me dijo ‘Ah, cállate’. Estaba tan shockeada que toqué el hombro de cada mujer en el grupo y les dije que abandonáramos la reunión." El esposo de unas de las futuras “aborteras”, abogado de profesión, lo resume en pocas palabras: las tensiones raciales y sociales habían puesto sobre la mesa todos los derechos en juego, pero nadie parecía demasiado preocupado por los derechos de la mujer, relegados siempre a un segundo o tercer plano.
Poner el cuerpo
“Para nosotras era muy importante entrevistar solamente a aquellas personas que vivieron esa época”, expresaron las realizadoras en una entrevista con la revista Filmmaker, a propósito de la presentación de The Janes como película de clausura del Human Rights Watch Film Festival, el pasado mes de mayo, pocas semanas antes de la remoción del caso Roe versus Wade como mojón constitucional.
“Afortunadamente, las mujeres que integraban Jane, que ahora tienen entre 70 y 80 años, comprendieron la importancia de esta historia en este momento crítico para los derechos sobre el aborto. Aceptaron participar delante de cámara, varias de ellas por primera vez en su vida. Fue relativamente sencillo encontrarlas, ya que siguieron más o menos en contacto durante todo este tiempo. Lo difícil fue hallar a las mujeres que utilizaron los servicios de Jane. Más aún que estuvieran dispuestas a hablar, ya que siguen sintiéndose obligadas por la confidencialidad y, comprensiblemente, sienten dudas a la hora de compartir sus decisiones más íntimas con una audiencia. Una de las excepciones fue Dorie, que relata su experiencia con la mafia y luego la contrasta con un segundo aborto realizado años después, con la ayuda de Jane. La historia es tan fuerte que decidimos abrir el film con ella”.
Janes: mujeres anónimas es un documental tradicional en cuanto a sus formas, estructurado de manera cronológica y apoyado fuertemente en las entrevistas actuales a las personas involucradas. Como es la costumbre en este tipo de producciones, el material de archivo –notable en su variedad y calidad– apoya visualmente el relato de la gestación y nacimiento de la agrupación Jane, cuyo nombre es explicado sin demasiado misterio: era un nombre sencillo, fácil de recordar y poco común en aquellos tiempos. Los primeros carteles en las pizarras comunitarias de la universidad decían simplemente “¿Estás embarazada y necesitas ayuda? Llama a Jane”. De cómo creció la red de abortos seguros, en un entorno comprensivo y cariñoso, lejos de la ruindad de la mafia de Chicago. De eso trata el núcleo de la película. También de cómo la logística entre El Frente y El Lugar –el sitio de la reunión previa y el espacio donde se llevaba a cargo la práctica– era unido por una pequeña flota de mujeres choferes, y de cómo cada una de las personas que optaba por interrumpir su embarazo abonaba a Jane lo que podía: 100 dólares, 300, 10, 1 ó nada.
Uno de los detalles más sorprendentes de la historia está ligado a los responsables de practicar los abortos. En un primer momento, Jane utilizó los servicios de un puñado de médicos dispuestos a jugarse la posibilidad de perder la licencia y, en el peor de los casos, afrontar penas de prisión. A partir de cierto momento, sin embargo, quien llevaba a cabo la mayoría de los legrados era un caballero apodado Dr. Kaplan. El “doctor”, sin embargo, no era médico en absoluto. Ni siquiera era enfermero, sino un operario de la construcción que, por esas cosas de la vida, había logrado aprender el oficio. La noticia sorprendió a las Janes mucho tiempo después de comenzado ese vínculo, aunque el espectador conoce de antemano ese particular “detalle”, ya que es revelado por él mismo frente a la cámara de Lessin y Pildes.
La buena noticia es que ninguna de las mujeres que pasó por sus manos tuvo complicaciones –“hacía muy bien su trabajo y era amable y comprometido”–, pero las integrantes de la agrupación decidieron prescindir de sus servicios y comenzaron a realizar los legrados ellas mismas. Cuando, luego de la sentencia de Roe vs. Wade, el estado de Nueva York sancionó la legalidad de la elección personal alrededor de la IVE, Jane se vio enfrentada a un cambio importante. Las mujeres con el dinero necesario podían viajar a N.Y. y practicarse un aborto en hospitales públicos o privados; no así aquellas con escasos o nulos recursos, una de las cuestiones centrales a la hora de pensar en los problemas de su ilegalidad, más allá de ideologías y filosofías, a favor o en contra.
“No hay manera de contar una historia sobre el derecho al aborto, tanto en el pasado como en el presente, sin destacar las evidentes inequidades sociales y raciales que ponen barreras a su acceso”, reflexionan las documentalistas en la entrevista. “En los Estados Unidos, las ciudadanas negras o latinas son las más dañadas cuando el aborto está restringido o es directamente criminalizado. Eso era así en la era pre-Roe y sigue siendo así ahora. Quienes formaban parte de Jane ayudaron a las mujeres de Chicago de bajos ingresos, que ni siquiera podían pagarse el costo de una noche de hotel, mucho menos un ticket de avión. Aquellas mujeres que no podían ausentarse del trabajo o encontrar a alguien que cuidara de sus niños mientras estaban fuera. Las Jane aprovecharon su privilegio, sus recursos y sus relaciones con médicos y abogados para atender a las más necesitadas. Y lo hicieron arriesgando la posibilidad de pasar el resto de su vida en prisión”.
Un posible regreso
Según afirman las ex Janes hoy, todas las fuerzas vivas de Chicago –la policía, los jueces, los fiscales, incluso la mafia– sabían de su existencia, pero las dejaban hacer. Al fin y al cabo, eran los mismos agentes de azul, “irlandeses y católicos”, y los mismos encumbrados miembros del sistema judicial quienes debían recurrir a sus servicios cuando una hija, una prima o una amante quedaba embarazada sin haberlo buscado. Pero bastó el llamado al departamento de policía local de una cuñada enfurecida para que tres agentes de homicidios fueran obligados a tomar cartas en el asunto.
El “Lugar” elegido ese día para realizar los abortos fue allanado y varias de las Janes detenidas, inicio de una serie de procesos que podrían haber terminado con condenas de prisión perpetua. Fue poco antes de la sentencia del caso Roe versus Wade, el 22 de enero de 1973, que declaró –palabras más, palabras menos– que la enmienda número catorce de la Constitución de los Estados Unidos protegía el derecho de la mujer embarazada de elegir si desea o no abortar. La novedad hizo caer de inmediato las acusaciones que señalaban a las Janes como criminales, y sus actividades dejaron de ser necesarias para la comunidad, dedicándose de allí en más “al arte, la educación, los servicios civiles, la organización comunitaria, el cuidado de la salud, la literatura y la maternidad”, según afirma una placa en el final. Lo que no se aclara allí, ya que nadie podía imaginarlo durante el montaje de la película, es que la reaccionaria vuelta atrás de las últimas semanas tal vez haga necesario, en un futuro poco lejano, la existencia de nuevas Janes dispuestas a enfrentar el más injusto de los sistemas.