Esta caminata nace de una coyuntura: el ex presidente de Bolivia, Evo Morales, estuvo el lunes pasado en Rosario. Llegó y se fue dejando una huella de ideas que retumban: nacionalización de recursos naturales, redistribución de la riqueza, decisión política. La construcción de otro umbral de posibilidad. ¿Será tan difícil o faltan agallas?
Y decido que esta caminata será para conjurar el realista pesimismo que me asalta con una lista de canciones de mujeres bolivianas. Me asombra que no las conozcamos, que no tengamos idea de quiénes son las músicas de esa tierra hermana, tan cerca y tan lejos. Luzmila Carpio aparece primera. Y Bartolina Sisa me transporta al canto de los pájaros. Su historia rescatada en lengua aymara y quechua emociona, quiero más; y así encuentro un disco de 2015, donde esta artista nacida en 1949, funde su canto ancestral con sonidos digitales. Se llama ZZK y mejor escucharlo entero, la caminata se convierte en un viaje en el tiempo, trae a la memoria las rebeliones de antes y ahora, justo en los días en que se conoce la foto más perfecta -hasta ahora- del universo, podemos asomarnos también a otro mundo, también desconocido.
Luzmila tenía 11 años cuando le dieron una bofetada a su lengua y su cultura, en su propia cara. Comenzaba la década del 60, bajó los 300 metros de altura y 21 kilómetros de distancia que separan su pueblo natal del altiplano, Qala Qala, hasta la ciudad de Oruro, para participar de un programa en el que cantaban niñxs. Ella cantaba en quechua, su idioma. El pianista la echó. “¡Esto lo cantan los indios! ¡Vuelve cuando sepas cantar en castellano!”, le gritó. Aquella niña se fue llorando y persistió en su idioma. Se convirtió en una de las músicas más importantes de su país, siempre cantó en quechua y es una de las embajadoras de la resistencia cultural indígena en el mundo.
Ahora suena Ama sua, ama llulla, ama quella, y no puedo resistirme, quiero saber qué está diciendo esa voz de pájaro. “Mil años que pasen,/ que no se pierda en el olvido,/ mil años que pasen,/ que no se pierda en el olvido./ Nuestro hablar del quechua/ que se aclare más,/ nuestro hablar del quechua/ que se aclare más”, es la letra que toma un dicho indígena: “No seas ladrón, no seas flojo,/ no seas mentiroso,/ así recordaremos la palabra del Inca” y promete “¡Recordaremos, recordaremos,/ no olvidaremos!”.
Las palabras de Luzmila me hacen caminar más rápido, aunque no sepa adónde ir, porque siento que el mundo se convirtió en un lugar muy hostil. Luzmila fue embajadora de Evo en Francia, durante la primera gestión, y allá vive, en el distrito 12 de París. Sigue usando sus trenzas y sus vestidos, lleva su canción al otrora centro de un mundo hoy en descomposición. ¿Qué vendrá después de este fin de época?
Tampoco vive en Bolivia Gaby Ferreira, una joven boliviana radicada en Estados Unidos. Su canción Warmi me conmueve. Warmi quiere decir mujer, en quechua, y la letra está en español. En una entrevista colectiva por el 8M a varias cantantes bolivianas, Gaby afirmó: “Mi objetivo es que las mujeres entendamos que la lucha feminista es colectiva e interseccional, que desde nuestro privilegio y posicionalidad podemos tomar un rol importante en este movimiento”.
El camino de mis pensamientos, en este día, está muy lejos de mis pies. Me gusta volar por geografías desconocidas, me resuena la palabra hermanas. Otra canción de Gaby se llama Lejos de tu tierra y está dedicada a todas las personas que han sido o son migrantes.
Pienso en Adriana Guzmán, en su decidida denuncia contra el golpe de 2019, voy de la realidad a los deseos y me derrumba el adelgazamiento de esos posibles que nos ponen entre la espada de una realidad invivible y la pared de un futuro distópico que -oh, sí, yo también miro los monstruos que están creciendo en la televisión- está aquí.
Y así, entre realidades asfixiantes y temores palpables, el humo que respiro me recuerda que vivo en una ciudad lindera al Delta del Paraná, donde arden más de 2000 hectáreas y se juega con vidas que no tienen repuesto. Vidas humanas y no humanas. Hay anuncios, denuncias penales, reuniones oficiales, y las islas arden. Cualquier camino conduce a esa catástrofe ecológica. Ecocidio lo denominan desde la Multisectorial de Humedales.
Imposible abstraerse, y sin embargo, quiero escuchar a otras músicas bolivianas. Ahora es el turno de Isadorian. Suena Piedras y escucho “solo ame/ lo que sobra/ en el banquete de la indiferencia”. Carolina Hoz de Vila es Isadorian, nació en La Paz, Bolivia. Es cantautora, pianista, escritora y profesora de historia. Su disco se llama “El martillo de las brujas”, y parte del más famoso de los tratados sobre brujería, publicado en 1487. Le doy una oportunidad de Visceral, porque leo -en otro momento, no cuando camino, claro- que “es la historia de una víctima que se defiende de su depredador”.
Quiero conocer más, y llego a Capelú. Se llama Gabriela Durán, nació en México, se crió en Boliva y estudió en Estados Unidos. Suena primero No soy tu madre. “Hay formas de dar cariño pero no sé ni quien soy. No soy tu madre, no soy tu nana, no soy tu hermana”, canta Capelú. Su música me resulta magnética y voy por Sacude. Este camino, como el de mis pies, es caprichoso, no sabemos cuántos tesoros estoy dejando afuera.
La música me lleva a lugares que no conozco. La Paz, Sucre, la riqueza de autoras y cantantes que hoy podemos encontrar al alcance de Spotify. No puede faltar Zulma Yugar, que además fue Ministra de Cultura de su país. Su Morenada aligera mis pasos, lleva mis pies al baile. Habla de carnavales que no se olvidan, como no se olvida su Tonada para Remedios, las dos en su disco La tierra sin mar.
Suena la música y yo camino. Mientras sueño, aprendo, recuerdo. Me imagino una América Latina donde la desigualdad sea parte del pasado, y sin embargo leo que, en pocas semanas, unos 71 millones de personas en el mundo “cayeron en la pobreza debido al brusco aumento de los precios de alimentos y energía”. Lo dice el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo. Recuerdo el informe de Oxfam de mayo, publicado justo para la cumbre de Davos, donde plantean que “la riqueza de los milmillonarios se ha disparado durante la pandemia de la COVID-19 en gran medida debido a los beneficios extraordinarios de grandes empresas de los sectores farmacéutico, energético, tecnológico y alimentario”.
Evo agradece en la sede de gobierno de la Universidad Nacional de Rosario. Hasta allí llegan militantes sociales, políticas, gremiales, que se acercan a escucharlo, a saludarlo.
“Si miro un poco afuera, me detengo. La ciudad se derrumba y yo cantando”, escribió Silvio Rodríguez en Te doy una canción. El mundo se derrumba y yo caminando, lo parafraseo.
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