Grupos opositores al gobierno se convocaron para manifestarse en la Plaza de Mayo, entre vallas se pudo observar una guillotina con el logo del Frente de Todos y la frase “Presos, muertos o exiliados”. Un ciudadano bien intencionado podría realizar dos preguntas: ¿dónde estaba el fiscal de oficio para promover acciones penales, tal como es su obligación por apología de la violencia? El Código Penal es muy claro en sus artículos 212 y 213. El primero dice: “Será reprimido con prisión de tres a seis años, el que públicamente incitare a la violencia colectiva contra grupos de personas o instituciones, por la sola incitación”. La segunda pregunta es qué han dicho sobre esto los medios hegemónicos: nada.
Estas dos preguntas causarían la desazón, más allá de la ideología política, de cualquier persona interesada en el bien común. La guillotina que llevaron a la plaza es mucho más que un símbolo que representa el llamamiento a la violencia de algunos grupos actualmente opositores sino que demuestra (como si tuviéramos que probarlo nuevamente) que la derecha argentina profesa el culto al exterminio del otro. Pero ¿por qué una guillotina y no otras formas de matar que se han utilizado en la historia argentina reciente como el avión del vuelo de la muerte, la pared del fusilamiento clandestino, la picana eléctrica; métodos más “argentinos” que la que nos conduce a finales de siglo XVIII en Francia?
Los símbolos dicen más de lo que manifiestan, y muchas veces dicen otras cosas. Estos apologistas se convocaron --en un día nacional de emancipación, utopía e independencia-- hacia un país colonialista (convertido en el día del #9j), en la misma plaza donde todos los jueves las madres y abuelas de Plaza de Mayo durante décadas siguen pidiendo juicio y castigo pero no revanchismo, no el vuelo de la muerte, no picana, no fusilamiento.
El uso de la guillotina fue introducido por el cirujano francés Joseph Ignace Guillotin, quien también era diputado de la Asamblea Nacional. Recomendó su utilización por considerarlo un método “más humano” para ejecutar a un prisionero condenado a la pena de muerte debido a que la persona moría sin agonía. Hasta ese momento se utilizaba el ahorcamiento o la estrangulación. No sólo salió el nombre de su apellido sino el símbolo de toda una época como fue no sólo la Revolución Francesa sino el tiempo del terror donde la guillotina desprendía cabezas en la plaza de la Concordia y era un espectáculo público y muy concurrido. Llegó a tal espectáculo que en 1939 la gente pagaba por una silla para verlo más cerca. Ese “ajusticiamiento” luego se siguió realizando en privado, en cárceles. Francia fue el último país europeo en abolirlo (el primer guillotinado fue en 1792 y el último en 1977).
En Francia y España, la decapitación con espada o hacha antes de la guillotina se reservaba para los miembros de la nobleza. La Asamblea Nacional adoptó el uso de la guillotina a fin de que la pena de muerte “fuera igual para todos, sin distinción de rangos ni clase social”. En efecto, hasta entonces sólo los miembros de la aristocracia tenían el privilegio de ser ajusticiados sin agonía, mientras que los plebeyos lo eran por ahorcamiento, estrangulación o, en el peor de los casos, a ser destrozados en la rueda. En su tiempo, la guillotina fue una igualación de clases sociales a la hora de la muerte, en un tiempo convulsionado que dio paso a una nueva etapa política, no sólo en Francia. La guillotina contradictoriamente representa también algo de ese espíritu de la ilustración, de esa utopía de “libertad, igualdad, fraternidad”.
Seguro que algunos participantes del #9J ni se les pasó por la cabeza que ese artefacto de muerte representó un cambio político que buscaba la igualación, y la caída de un sistema monárquico, poco interesado en la suerte del pueblo. Seguramente al utilizar ese símbolo quisieran que se utilizase sólo con un grupo social y político, seguramente se los “olvidó” que la guillotina hizo rodar la cabeza del rey. Seguramente que querían resaltar el espectáculo público, el escarnio en la propia plaza: querían ver rodar cabezas en la Plaza de Mayo. Esta imagen es peligrosa. En 1933, Hitler dijo a un periódico "al menos, no hemos establecido una guillotina". Bastó para que lo dijera para que en octubre de 1936 el ministro de Justicia del Reich, Frank Gurtzner, encargara veinte guillotinas para las prisiones alemanas. Los nazis mataron a 16.500 personas con este método. Luego utilizaron otros métodos mucho más eficaces para su ideología: el fusilamiento y la cámara de gas, más masivos y con menos sangre.
En el museo de los métodos de quitar vidas, al ahorcamiento se lo consideraba excesivamente cruel, ya que el lapso hasta la muerte era mucho más largo. A principios del siglo XIX, este argumento se mostró válido y se instauró el garrote, con sus refinamientos, como mecanismo de ejecución. Posteriormente los ingleses perfeccionaron la técnica de ahorcamiento mediante caída larga y escotillón, que convirtió este procedimiento sea más rápido y menos cruel. El uso del garrote se generalizó a lo largo del siglo XIX favorecido por la simplicidad de su fabricación, que estaba al alcance de cualquier herrero. Mediante decreto de 24 de abril de 1832, el rey Fernando VII abolió la pena de muerte en la horca y la sustituyó por el uso del garrote.
Todos los métodos fueron utilizados de diferente manera con una clase social y política que con otra. Los métodos de exterminio fueron “traídos” en la colonización de América, y no fue justamente la guillotina la que más se utilizó en Nuestra América, si otros más viles. El adjetivo “vil” deriva del sistema de leyes estamentales en el medievo. Y viene de algo de escaso valor, de algo ordinario y luego pasa a ser un adjetivo que se utiliza en sentido moral. La mayoría de los ajusticiados en América eran pensados como viles: esclavos, indios sin alma, anarquistas, detractores políticos. El garrote fue muy utilizado, por ejemplo en la ejecución de Atahualpa, el último emperador inca, en 1533. Prevalecieron las formas que no sólo daban muerte al otro sino la crueldad, la agonía y sobre todo el no reconocimiento del cuerpo del otro como humano. Por algo es el continente latinoamericano y centroamericano el que mayor cantidad de desaparecidos existen a lo largo de la historia, el de peor “ajusticiamiento”.
En cuanto a vileza, un método muy utilizado fue el desmembramiento. El 18 de mayo de 1781, el líder de la mayor rebelión anticolonial que se dio en Hispanoamérica durante el siglo XVIII, Túpac Amaru II, fue ejecutado por desmembramiento, atados cada miembro a un caballo diferente en una plaza pública.
Argentina no necesita simbolizar sus métodos de exterminio con una guillotina, no necesita “importar” esa forma de matar al otro porque hemos sido, desgraciadamente, precursores de nuevas formas de instrumentos de muerte y tortura como los vuelos de la muerte, la picana eléctrica. Esos instrumentos y métodos pudieron verse reflejados en esa cuchilla que nos cayó a todos y todas encima el último 9 de julio. Pensaban que caería en las cabezas de algunos y algunas, pero cualquier persona bien intencionada se horrorizó frente a lo que aconteció en nuestra sufrida Plaza de Mayo.
Martín Smud es psicoanalista y escritor.