Los manuales ortodoxos de economía indican que para bajar la inflación es necesario aumentar la tasa de interés a partir de una política monetaria contractiva. De esta manera se consigue una caída en la inversión que reduce la demanda agregada, se produce un exceso de oferta en el mercado de bienes y los precios caen.
Lo que sucede en la realidad es que ese ajuste contractivo no provoca una baja en los precios, pero sí termina impactado en una menor inversión por el encarecimiento del crédito, que en el mediano plazo conduce a una menor oferta agregada y a precios aún más altos. Un ajuste pro cíclico.
Los modelos económicos ortodoxos basan sus hipótesis sobre la base de un sistema de equilibrio general en el que: 1) hay pleno empleo; 2) existe competencia perfecta gracias a la presencia de muchos oferentes y muchos demandantes (nadie puede fijar precios); 3) en el punto de equilibrio los mercados se vacían ya que la oferta y la demanda se igualan (todo lo que se produce se consume, no hay stockeo).
Las ecuaciones suponen variaciones infinitesimales y no órdenes de magnitud inasibles como los que se observan en la macro nacional. Toda modelización económica está fundada sobre la base de una única moneda, que sirve tanto para invertir como para ahorrar. No es el caso de la economía nacional, con su consabido bimonetarismo. Se consume e invierte en pesos, pero el resguardo de valor se realiza en dólares.
Actualmente, el consumo interno está deprimido. Las ventas en supermercados de marzo medidas a precios constantes fueron 15 por ciento más bajas incluso que las de marzo 2019 y las de centros de compras, un 13 por ciento menores. El aumento actual en el nivel de precios no tiene nada que ver con un exceso de demanda como arguye la ortodoxia. Mal podría entonces, un aumento en la tasa de interés frenar el aumento en los precios.
De tasas a precios
Existen por lo menos tres vías por medio de las cuales las altas tasas de interés generan más inflación: 1) el aumento del déficit cuasifiscal por mayores intereses de deuda, que a la larga se pagan con más emisión; 2) el traslado del costo del financiamiento del productor/comerciante a los precios finales; y 3) el incremento de los precios para que producir sea más rentable que invertir ese capital a plazo, es decir, que la eficiencia marginal del capital supere a la tasa de interés.
Incentivar el ahorro en pesos es el camino correcto, pero esto no puede hacerse a costa del consumo. La tasa de interés no puede ser la variable de ajuste para desincentivar la demanda de dólares, en tal sentido es preferible aumentar los controles cambiarios y afectar a los ahorristas, que distorsionar la macroeconomía y afectar a la población en su conjunto.
El eje central de cualquier modelo económico con inclusión social es el sostenimiento de tasas de interés reales negativas para favorecer la producción local e incentivar el consumo interno, pese a la novedosa insistencia de que es necesario generar rentabilidades reales positivas para los que tienen inversiones financieras.
Evidencia empírica
El éxito de la Ley 23.928 de Convertibilidad del Austral estuvo dado no solo por la fijación de la paridad cambiaria, sino también en el descenso brusco de la tasa de interés para cortar con la inercia inflacionaria de fines de los '80. En febrero de 1991, la tasa de referencia era 251,54 por ciento, luego de la implementación de la reforma en abril de 1991, esta se redujo al 15,12 por ciento, para mantenerse en un dígito a lo largo de toda la década: 9,09 por ciento.
En la década que va del 2003 al 2012, con otro modelo económico diametralmente opuesto, la tasa de política monetaria promedio también se mantuvo en un dígito: 7,09 por ciento. Y la inflación promedio para toda la década se ubicó en el 8,7 por ciento.
A medida que la inflación se fue incrementando producto de las devaluaciones de 2018 y 2019, el gobierno de Mauricio Macri decidió liberalizar la tasa de interés y que el precio del dinero lo fijase el mercado. En septiembre de 2019, la tasa tocó un pico de 86 por ciento. En teoría, ello hubiese sido más que suficiente para frenar cualquier suba de precios. Sin embargo, la inflación de ese año siguió aumentando para cerrar en 53,8 por ciento.
El mundo
En lo que va de 2022, la inflación se aceleró en todos los países, incluso en aquellos donde nunca fue un problema. Sin embargo, los países desarrollados siguen sosteniendo tasas de interés irrisorias. En Suiza es del -0,8 por ciento y Dinamarca -0,6 por ciento, mientras que en Francia, Finlandia, Luxemburgo, Italia, Irlanda, Alemania, Portugal y España es del cero por ciento y con niveles de inflación que en ningún caso superan el 9 por ciento. El costo del dinero no se modificó porque la causa del aumento en los precios estriba en la salida de la pandemia y la guerra, no en una demanda desmesurada.
En el extremo opuesto se encuentran Haití, con una tasa de interés de 17 por ciento, Irán (18 por ciento), Moldavia (18,50 por ciento), Ghana (19 por ciento), Angola (20 por ciento), Ucrania (25 por ciento), Argentina (52 por ciento), Venezuela (56,18 por ciento) y Zimbabue (80 por ciento). Si bien la relación no es lineal, la tasa de referencia establece el piso para los aumentos de precios.
Inflación y democracia
La inflación fue terreno fértil para el ascenso del fascismo luego del fracaso de la República de Weimar, la llegada de la dictadura cívico-militar post Rodrigazo y el desembarco del segundo neoliberalismo luego de la hiperinflación de 1989, que derivó en la peor crisis de la historia argentina.
El costo de la inacción o de la acción consuetudinaria siempre deriva en reacciones violentas y antipopulares. Avanzar en una reforma tributaria progresiva que permita reducir parcialmente la emisión monetaria o el endeudamiento para financiar al Tesoro nacional debiera ser prioridad. Desindexar la economía, propender a rentabilidades sustentables acordes con el crecimiento macroeconómico nacional y con los países de similar escala, resulta imperioso.
Dejar atrás un modelo de valorización financiera que genera distorsiones en todos los órdenes económicos implica voluntad política. Esas distorsiones, que se manifiestan en los efectos desigualadores que provoca un índice de precios al consumidor más alto, terminan repercutiendo tarde o temprano en la gobernabilidad política.
Es necesario realizar una reforma monetaria y aplicar políticas contracíclicas que compatibilicen la tasa de crecimiento económico con la tasa de retribución al capital. Como señala Thomas Piketty, la problemática actual del capitalismo es que el capital se valoriza más rápido que el crecimiento de la economía, lo que conduce a una dinámica desigualadora explosiva. Pero en Argentina esa dinámica se ve exacerbada por un modelo que se impuso a fines de 2015 y que todavía no fue desarmado.
*Economista. Auxiliar docente de Historia Económica y Social Argentina (UBA)