La censura ejercida por un puñado de madres y padres puritanos, que cuestionaron la lectura de obras de Hernán Casciari y Dolores Reyes en escuelas secundarias de San Juan y Neuquén, representa un peligro para un sistema educativo que no sabe cómo actuar ante la cultura de la cancelación. “Un alumno de dieciséis años no puede leer culo en un cuento pero puede ver la tele que le muestra un cuerpo en tanga cada veinte segundos”, advierte Reyes sobre la objeción de un grupo de padres de estudiantes de segundo año del colegio privado Pablo VI de Neuquén que calificaron hace unos días como “libro porno” con escenas de sexo explícito a Cometierra, la novela de la escritora.
Oscurantismo en las aulas
“Un relato de una primera relación sexo-afectiva no es pornografía y en todo caso, son los pibes lo suficientemente aptos y lúcidos para emitir sus propios juicios acerca de lo que leen”, aclara Reyes en un texto publicado días atrás. “¿Es necesario explicar que muchísimos alumnos de 16, 17 o 18 años, ya tuvieron relaciones sexuales cuando cursan los últimos años de secundaria? ¿Por qué es algo que la literatura no puede contar o peor aún, por qué no es su lengua la que puede dar cuenta de esa experiencia en distintas ficciones?”, se pregunta la escritora. “El #yotambién del oscurantismo en las aulas se va tornando cada vez más ridículo y me dan ganas de reírme, solo no lo hago porque atrás de todo esto hay un docente esforzándose por formar lectores, sancionado por hacer su trabajo de la mejor forma posible”, reflexiona Reyes, docente y militante feminista que le dedica Cometierra, su primera novela publicada en 2019, a sus siete hijos.
El profesor de Lengua y Literatura de la escuela privada de Neuquén respondió sobre el contenido de Cometierra. “El libro ha sido pensado para trabajar temas de suma importancia para mí, para la escuela y para el sistema educativo, como son el consumo problemático de alcohol y drogas ilegales, la violencia de género, las relaciones familiares y las relaciones amorosas. El texto aborda estos temas de forma clara sin ambigüedades. Por ejemplo, las relaciones sexuales que aparecen son consentidas y en el marco de una relación de amor con un desarrollo previo extenso”. La supervisora de Nivel Medio del Consejo Provincial de Educación de Neuquén, Karina Aguilar, defendió la lectura de la novela de Reyes y aseguró que los contenidos sexuales, eje de la discusión generada por los padres, fueron sacados de contexto.
Juan Nicolás Esquibel, el profesor de teatro sanjuanino que dio a leer a sus alumnos una versión del cuento “Canelones” de Hernán Casciari y que una madre consideró “material indebido” porque aparecen las palabras “tetas”, “culo” y “poronga” --que no estaban en la versión leída en clase-- cuenta a Página/12 que nunca fue desplazado como se dijo. “Yo presenté parte médico por todo el estrés que me ocasionó este suceso, y actualmente estamos en el receso invernal, pero sí estuve dando clases en el otro establecimiento en el que trabajo”, precisa Esquibel y expresa que se solidariza con el docente neuquino y con todos los profesores del país que han padecido una situación similar y que no han tenido el apoyo que le brindó personalmente Casciari.
Dialogar y comprender
Mila Cañón, maestra y formadora de docentes, doctora en Letras de la Universidad Nacional de Mar del Plata, observa que la tensión entre la libertad de leer --y planificar las lecturas escolares-- y las múltiples prohibiciones históricas a lo largo del tiempo por cuestiones religiosas, políticas, institucionales, a través de los diversos autoritarismos, no es nueva. Desde distintas perspectivas Roger Chartier, Anne Marie Chartier o la antropóloga Michele Petit “demuestran lo que hace tantos años señalara en sus estudios Michel Foucault: ‘en toda sociedad la producción del discurso está a la vez controlada, seleccionada y redistribuida por un cierto número de procedimientos que tienen por función conjurar los poderes y peligros’”.
La serie de reclamos y quejas de los padres “provienen de una necesidad social de controlar los discursos, cuando son pensados como amenaza”, analiza Cañón y reconoce que “cada cual posee representaciones de niños, niñas y jóvenes, de escuelas y enseñanzas, de lecturas y producciones ficcionales, o de lo que hay que leer en la escuela, muy diversas”, que dependen de “los posicionamientos políticos, culturales y hasta de la misma construcción de los adultos de su biografía lectora, en muchas ocasiones lastimada por prohibiciones también”.
La doctora en Letras examina una cuestión medular del sistema educativo. “Aunque la autonomía de las cátedras del nivel secundario no es total como en la universidad, hay un encuadre curricular que respetar que es el instrumento para fortalecer las prácticas de lectura y toda planificación escolar en la que estos profesores actuaron. Los agentes escolares son expertos y poseen un saber disciplinar para tomar decisiones, acompañar a las familias en sus dudas y organizar los modos de leer en las escuelas --qué se lee y cómo se lee--. No es un error sentirse interpelados como familias, es preciso que los lazos de confianza sean suficientes para darse tiempo, para pensar con otros, dialogar y comprender, que es un modo de enseñar a los y las estudiantes a conformar sociedades más inclusivas y amorosas”, plantea Cañón.
¿Y la Educación Sexual Integral?
“Hay una grave falla institucional al permitir que se genere una persecución a un docente, como también darle tanta entidad a la queja de algunos padres pseudopuritanos que niegan el contexto sociocultural en el que se encuentran los jóvenes hoy --evalúa Esquibel--. El docente como profesional utiliza distintos recursos y estrategias para motivar a sus alumnos y acercarlos al aprendizaje significativo. Nuestro rol como educador es brindarles un abanico de opciones para que en su madurez lectora escojan los textos que son de su agrado, y también descubran nuevos horizontes que pueden agradar o no a los padres”.
Al actor y profesor de teatro sanjuanino le parece “muy perjudicial para el proceso de enseñanza-aprendizaje que los padres sean los censores de los contenidos a desarrollar y no el docente que se preparó para tal fin, más aún en un período donde es innegable la falta de lectura y comprensión de textos en nuestros jóvenes”.
Esquibel agrega que lo que le pasó a él y a otros docentes despierta una nueva discusión que viene escondiéndose “bajo la alfombra” desde hace años: la educación sexual integral (ESI). “Desde el año 2006 se supone que estamos trabajando en cada institución del país estos contenidos, y no es más que una gran mentira ya que, si existe esta persecución por un texto de un autor (Casciari, Reyes), es inimaginable lo que sucedería si hablásemos de sexualidad dentro de las aulas”.
Desde el punto de vista de Cañón, las autoridades informadas pueden generar el diálogo con sus docentes y las familias. “Es posible que la escuela sea refugio en donde se pueda ‘tejer una trama de significaciones que atempera’, como dijera Perla Zelmanovich, como nos enseñan Carina Kaplan o Carlos Skliar --propone la especialista-. Una escuela que pueda fortalecerse en sus decisiones políticas y didácticas, sin miedo y con argumentos, porque esos argumentos existen en los contenidos a enseñar, y en el caso de la literatura siempre van a discutir con la libertad de un discurso del arte”.
Esquibel manifiesta su empatía hacia todos los docentes que hayan atravesado quejas de madres y padres puritanos. “Que las adversidades no nos desmotiven a seguir enseñando un mundo de pluralidades. Los docentes estábamos solos. ¡Es hora de generar un cambio”!, concluye el actor y profesor sanjuanino.