Fantarias 7 puntos
Argentina, 2021
Dirección y guion: Romina Richi.
Duración: 63 minutos.
Estreno exclusivamente en Cine Gaumont.
“Solamente quería decir que la poesía, lenguaje en el cual intenté vivir a lo largo de toda mi vida, está en peligro. Cuando uno olvida esto, y está a la espera de un eventual resultado de un espectáculo, puede llegar a expresarse con términos que no corresponden a la delicadeza y fragilidad que uno puso al comienzo de todo el trabajo”. Las palabras pronunciadas por Alfredo Arias, con total seriedad, hacia el final de Fantarias, contrastan con sus expresiones jocosas, casi de comediante de stand-up, con las que la actriz y ahora realizadora Romina Richi decide abrir su documental. Desde luego, no hay ninguna contradicción en ello: en los esfuerzos de toda la vida del director y regidor argentino, radicado desde hace más de cinco décadas en Francia, en su prolífica y diversa obra, desde la puesta de La tempestad de Shakespeare a Mortadela y Happyland, conviven entrelazadas las aspiraciones más profundas con la aparente ligereza de las formas.
Al mismo tiempo homenaje y aproximación al proceso creativo, Richi concentra en poco más de una hora los ensayos y preparativos previos al estreno de la pieza musical El Tigre en el Théâtre du Rond-Point de París. “A Arias quise filmarlo porque admiro su trabajo”, afirmó Richi en una entrevista publicada en estas mismas páginas, declaración de apariencia simple que esconde sin embargo un desafío enorme, el que va del deseo a la hechura: distinguir entre una infinidad de horas de material bruto el corazón, el cerebro y el resto de los órganos esenciales de un posible relato. En otras palabras, el guion final que se obtiene a partir de ese proceso de destilación llamado montaje. En el comienzo, Arias explica someramente ante el público algunas de las raíces de la nueva obra; la pantomima navideña, los intermedios cómicos, las canciones.
Ya en los primeros ensayos, antes de que el espectador pueda hacerse una idea de por dónde irán los tiros, la obsesión de Arias por el Hollywood clásico queda establecida. Se pronuncian los nombres de Mae West, Ginger Rogers y, sobre todo, el de Lana Turner, divas de una era pretérita que nunca volverá, excepto bajo la forma de la reconstrucción, ya sea solemne o paródica (el largometraje Fanny camina, codirigido por Arias e Ignacio Masllorens y ostensiblemente dedicado a Fanny Navarro, de inminente estreno, no hace más que reforzar ese vínculo cinéfilo-emocional). Pero también Ed Wood y una defensa de la belleza del cine malo, del arte que nació torcido. El director dirige a sus actores, explica los cambios necesarios en el tono vocal o los movimientos corporales. Cuando las palabras no son suficientes, él mismo pone el cuerpo para ejemplificar la idea.
El travestismo, el disfraz, la máscara, incluso algo circense, se ponen de relieve a medida que las répétitions comienzan a incluir vestuarios, peinados y maquillajes. Todo es binacional y bilingüe: el reparto (Alejandra Radano, Carlos Casella, Denis D’Arcangelo, entre otros), las letras de las canciones e incluso el concepto, que une poéticamente el Delta del Paraná con las calles de la Ciudad Luz.
Richi atrapa y comunica los dolores y placeres de las rutinas previas el estreno. Incluso los miedos, que a pesar de no estar verbalizados aparecen reflejados en ciertos momentos. Hasta un autor consagrado como Arias sabe que, cada vez que se sale al ruedo, hay algo mágico que puede o no estar presente sobre las tablas, en el preciso instante en el que se abre el telón. Cada obra teatral (cada película) es también un salto al vacío sin red de contención, una máquina en la cual cada uno de los operarios se juega la vida, de noche y de día. Cuando el protagonista defiende la poesía ante la frialdad de la inversión y las ganancias habla justamente de eso, de la fragilidad del acto creativo.