Esta nota tranquilamente podría ser una historieta. Una guionada por Carlos Trillo, quizás, pero obviamente dibujada por Alberto (“el Viejo”) Breccia con uno o varios de los muchos estilos gráficos que cultivó a lo largo de su larga y gloriosa carrera como dibujante. Es que acaba de inaugurarse la exposición El caso Breccia en el Centro Cultural Borges (Viamonte 525). La muestra podrá visitarse de miércoles a domingos hasta comienzos de septiembre y reúne páginas de distintas etapas de la obra del fundamental historietista. Hay una página del Vito Nervio publicado en Patoruzito, un capítulo entero que apareció originalmente en la Chau Pinela, hay planchas de coloreado, hay bocetos y ensayos que el Viejo dibujaba para sí mismo, como ejercicio o como mero acto artístico para sí mismo y que hasta hoy permanecían inéditas. Y hasta hay una página de Mort Cinder, del bellísimo capítulo basado en la batalla de las Termópilas. Pero todas tienen una característica en común: todas fueron halladas por Interpol.
Aquí la cosa pasa de la mera noticia cultural a un fascinante –y en cierto punto también triste- caso policial, lleno también de ironías del destino. Cuando el Viejo falleció en 1993, se inició una disputa legal entre sus hijos y la última esposa del dibujante. Como reconoce Patricia Breccia en el video que acompaña la muestra, no había confianza suficiente entre las partes como para que cada quien sintiera seguridad respecto al destino de las obras si quedaban en los placares y aparadores donde el dibujante las guardaba. Las depositaron entonces en una empresa especializada en el rubro de las obras de arte: la empresa “Firme”. Y allí empezó la primera ironía del caso y, también, la tragedia: “Firme” se fundió y cuando las partes en disputa alertaron al juzgado, el allanamiento se encontró con el depósito vacío. Desde entonces esos originales aparecen aquí y allá ofertados en subastas online, sitios especializados y otros ámbitos más propios del mercado negro que del circuito comercial del arte (que también tiene sus mañas).
Como señala Judith Gociol –curadora de la muestra- en diálogo con Página/12, también aquí hay una ironía del destino. Porque el Viejo pasó penurias económicas durante mucho tiempo y rara vez disfrutó de los réditos monetarios que su prestigio artístico le hacían merecedor. Pero ahora sus páginas se venden a precios que van de los 3000 a los 5000 euros, según el caso.
Salvo la página de Mort Cinder, la única que un juez europeo aceptó devolver, toda la obra recuperada apareció en Glew, en casa de una pareja que no dio explicaciones muy convincentes acerca de cómo la obtuvo. Sin embargo, toda esa obra aún forma parte del caso judicial y por eso será expuesta en el CCB con custodia policial permanente, las 24 horas del día los siete días de la semana. Otra ironía para un autor que, en muchos de sus pasajes, era inmensamente popular y se conseguía en cualquier kiosko sin necesidad de ningún trámite con la ley.
Por otro lado, y aunque aún mucha de la obra robada sigue con paradero desconocido, varias páginas fueron encontradas. Sin embargo, los jueces europeos consideran que sus tenedores las compraron “de buena fe” y, según las leyes de la mayoría de esos países, consideran el asunto cosa juzgada. La Argentina o sus herederos podrían recomprar esas obras, pero la ley nacional establece que una compra echa por tierra cualquier reclamo sobre el robo de una obra. Sólo se puede comprar lo que se considera habido legítimamente. La única esperanza que queda es que, como esas obras aún figuran en los listados de Interpol, en algún descuido alguien las ponga a la venta y queden automáticamente bajo investigación de las autoridades.
De los distintos operativos participaron unidades especializadas en patrimonio cultural y crímenes vinculados al arte. En el corto documental que acompaña la muestra están los testimonios de, por ejemplo, el carabinieri italiano convocado especialmente a participar por su amor por el fumetti y especialmente por la obra de Breccia. Del lado argentino hablan la jueza y los investigadores que dieron con la conexión de Glew y que movilizaron los recursos a finales de un diciembre caluroso para recuperar las obras.
En este sentido, El caso Breccia es característico de todos los mecanismos del mercado negro del arte y el tráfico de obras, con sus capas de intermediarios y sus vericuetos legales para eludir el castigo.
La muestra en sí misma, más allá del caso policial que la rodea, es buena y tiene páginas de mucho interés. Quizás no es tan espectacular como la que se vio en la Casa Nacional del Bicentenario hace algunos años, pero que aquí aparezcan obras no publicadas que van desde escenas en acuarela (Gociol señala que al menos un par de ellas las tenía colgadas el mismo Breccia en su estudio) hasta dibujos de los ’60 en una línea muy Saul Steimberg e incluso cosas de los últimos meses de su vida, fechadas por ejemplo en octubre de 1993. “Muchas de estas obras no se vieron nunca expuestas, algunas ni se publicaron, y más allá de la rareza, hay un arco que va desde lo que hacía para sí mismo hasta Mort Cinder que es lindo, es raro y refleja también la tensión que él tenía entre la obra propia y el trabajo comercial, para el mercado”, reflexiona Gociol.
“El dibujaba todo el tiempo y hacía muchos apuntes al natural, de cosas que veía en la calle mientras esperaba en un consultorio, por ejemplo. Lo que se ve en sus dibujos es a un tipo con un placer enorme y la necesidad de dibujar”.