Una de las consecuencias de la reinvención que atravesó la historieta argentina en este siglo es que empezó a pensarse a sí misma. Retomó una tradición, habitual en los ‘70, de mirarse y buscar comprenderse. A veces académicamente, otras no tanto. Esta semana habrá dos encuentros dedicados a la cuestión. El primero se realizará hoy a las 18 en la sala San Telmo del Centro Cultural Caras y Caretas (la de Venezuela 330) con dos charlas coordinadas por el investigador e historietista Ricardo de Luca. El segundo será el jueves en la Facultad de Filosofía y Letras (ver recuadro). El encuentro de hoy tendrá dos ejes. El primero enfocado en los nuevos autores y las influencias que los atravesaron. El segundo mira la historieta de aventuras, es decir, la históricamente “popular” o masiva de la industria editorial dibujada de la Argentina. Ambas charlas, cuenta De Luca a PáginaI12, tienen una perspectiva de industria cultural, pues se inscriben en una serie de reflexiones y debates que la agrupación Los Hijos de Juana y Peronismo X La Ciudad vienen llevando adelante.
“Hay un tema en cómo desde ciertos espacios políticos se piensa la cultura y eso después tiene una traducción directa en el tipo de política cultural que se aplica”, señala De Luca sobre la importancia de mirar hacia la disciplina no sólo desde una perspectiva artística, sino como mecanismos de industria cultural. “Acá nos interesa ver desde las experiencias particulares de los panelistas qué podemos construir como experiencia colectiva sobre el quehacer editorial relacionado a la historieta”, plantea.
Así, en el primer panel participarán Paula Andrade (Editorial Gutter Glitter), Fernando Biz y Teora Bravo (Editorial Modena), Mariano Sciammarella (Purple Comics) y Brian Jánchez (Ediciones Noviembre), todos autores y editores de la nueva generación, formados inicialmente por la lectura de viñetas japonesas y norteamericanas. El segundo, en cambio, piensa en la historieta “clásica”, pero considerando sus nuevas vertientes. Así autores o editores más recientes como Martin Giménez (NN Comics), Dario Brebo (Duma Editores) o Leonardo Figueroa (Vendetta Ediciones) se sumarán a nombres como el dibujante y guionista Felipe Ávila o el veterano José Massarolli, formado en la “escuela” de la Editorial Columba, migrado laboralmente luego a las historietas de Disney (hizo el Pato Donald durante años) y en la último década de regreso a la escena local con sus adaptaciones biográficas de caudillos e historieta histórica.
“Massarolli participó de la industria grande y es de la generación que tuvo que empezar a trabajar para mercados extranjeros cuando se cayó el mercado local, los que vinieron después, como (Ariel) Olivetti o (Juan) Bobillo casi que arrancó directamente afuera”, explica De Luca. Al coordinador de las charlas le interesa contraponer la experiencia de Massarolli con la de los autores más jóvenes del panel y reflexionar también sobre los grupos de rescate de la historieta clásica, rol que aparece en la figura de Ávila, miembro del colectivo Woodiana. “Todos estos grupos de scanneado del material de Columba aportan esta experiencia interesante que nos obliga a una especie de reflexión sobre qué pasó en ese bache desde que desapreció la industria editorial argentina de historietas y el momento en que tenemos que empezar a ver cómo y qué recuperamos de eso”, asegura.
De Luca se refiere al desplome local que sucedió durante la década del ‘90. “Algo que tiene de interesante la desaparición de la historieta masiva argentina es que no tiene medias tintas: hasta el 70 había hasta quince revistas en los kioscos; en los 90 ya no hay ni una. Pasamos de tiradas de 2 millones de Columba en los 70, a cero. Hay algo ahí para intentar entender. Todos estos que en Columba vendían cientos de miles de ejemplares tardaron un montón en reeditarse. Es otro fenómeno interesante: ¿qué pasa que se cae Columba y no sale nadie a reeditar Nippur (de Lagash) hasta casi 20 años después? Me parece que el grupo Woodiana toca una fibra sensible en esa materia. Toda la tarea de rescate, de ponerlo a circular, genera algo. Yo lo pongo en términos de rescate porque ese final abrupto de la historieta se llevó puesta a toda una producción local entera. Columba publicaba más de 1000 páginas de historieta por mes”.
Esa caída de la industria local no dejó de generar dibujantes ni guionistas. Sencillamente, cambiaron de foco y sus influencias, su desarrollo, fueron distintos. Eso es lo que busca explorar la primera charla. “Son autores que no tienen la experiencia profesional de la vieja industria, ni siquiera la experiencia de ella como lectores, que sí podría tener alguien con cinco o diez años más”, observa el cooordinador. “Entonces lo que buscamos es una reflexión de qué pasa cuando leemos todo el tiempo superhéroes y manga y después empezamos a hacer historieta, a contar historias para el tipo que se toma el 60 para ir a laburar”, propone. Porque si bien para muchos argentinos trabajar para las grandes o pequeñas editoriales norteamericanas es una opción, suele ser un trabajo por encargo y no necesariamente autoral. “Si acá no tenés a DC, ni a Marvel, ni a una editorial japonesa, ¿qué pasa? Terminás haciendo algo argentino porque tu identidad se va a pasar a la página, aunque quieras hacer manga, y eso viene aparejado con la realidad editorial, ¿qué pasa cuando tenés que autoeditarte? ¿Cuando tenés que asumir los costos comerciales, económicos y también artísticos del proyecto? ¿Cómo opera la cultura argentina para procesar esas influencias?”