Las menciones, alusiones y explicaciones se multiplicaron en el océano virtual: 13 de julio, Día Mundial del Rock. Más allá de la gracia de institucionalizar aquello que alguna vez fue visto como el enemigo de la sociedad ("¿Dejaría que su hija se case con un Rolling Stone?"), lo que debería resultar llamativo es la razón que llevó a individualizar ese día. De eso también se habló mucho, aunque desde la idealizada óptica que milagrosamente sigue vigente con respecto a un asunto que tiene otras profundidades.
Live Aid fue un gran festival de rock, qué duda cabe. Un esfuerzo sin precedentes con centro en Filadelfia y Londres, con todo el Quién es Quién de la escena del momento y hasta un recordman, Phil Collins, que tocó en Wembley, se subió a un Concorde y llegó a tiempo para tocar en el JFK Stadium. La sede del show más potente en la historia de Queen y la presentación más vergonzosa de Led Zeppelin y un larguísimo etcétera.
La cuestión es todo lo que hubo detrás del megafestival, un camino al infierno adoquinado con buenas intenciones. La historia es conocida: el 23 de octubre de 1984, Bob Geldof y su pareja Paula Yates estaban viendo la tele cuando la BBC emitió un informe del periodista Michael Buerk sobre la hambruna que asolaba a Etiopía, uno de los países más pobres del mundo. Quedaron devastados. Pocos días después, en el programa televisivo que conducía Yates, The Tube, se presentó Ultravox. Geldof la llamó y le pidió que le pasara con el cantante de la banda, Midge Ure. Había que hacer algo, le dijo. Y lo que hicieron fue componer "Do They Know It's Christmas?", y convocar a un seleccionado de estrellas británicas que incluyó a Sting, Bono, Duran Duran, George Michael, Boy George.
Quizá por el apuro por llegar a tiempo para la Navidad, la canción en sí no era gran cosa. Pero lo importante era la causa. El single de Band Aid se vendió al costo (1,35 libras), y despachó 4 millones de unidades; en una nueva demostración de fuerza, Geldof presionó públicamente a Margaret Thatcher para que el Gobierno donara el IVA. Apenas un mes después, el 28 de enero de 1985, Estados Unidos convocó a su propia Selección: Michael Jackson y Lionel Richie compusieron "We Are the World" -ah, esa pasión de los "americanos" por englobarlo todo bajo las barras y estrellas- y llevaron al estudio a figuras como Stevie Wonder, Tina Turner, Billy Joel, Bruce Springsteen, Ray Charles y Bob Dylan, entre muchos otros. Con 8 millones de copias vendidas, la canción se convirtió en el primer single multiplatino de la historia.
Sobre esos dos pilares se construyó la idea del gran festival que no solo recaudara fondos sino también "viralizara" la situación en Etiopía. Bueno, y de paso, como señalaron en más de un despacho de discográfica, dinamizara algunas carreras alicaídas e impulsara ventas ya no tan caritativas. El festival tuvo subsedes en otras seis ciudades (Sydney, Viena, La Haya, Belgrado, Moscú y Colonia) y fue seguido por TV por 1900 millones de personas de 150 países. Bob Geldof era un candidato a Nobel de la Paz andante. Las imágenes del músico llegando a Addis Abeba con toneladas de alimentos, abrazándose con el presidente Mengistu Haile Mariam, confirmaron que la causa había llegado a buen puerto. El 13 de julio debía ser el Día Mundial del Rock.
Un año después, un periodista llamado Robert Keating pateó un hormiguero de proporciones colosales. En la edición de julio de 1986 de la revista Spin, el artículo Live Aid: The Terrible Truth ("Live Aid: la terrible verdad") daba cuenta de lo que pasó después del megaconcierto, las luces y las palmadas en la espalda de los Avengers de la Solidaridad. Ante lo que estaban descubriendo en conversaciones con refugiados, Médicos sin Fronteras y varias otras organizaciones trabajando en el campo, la revista contactó a Geldof, quien se negó a responder. Recién cuando el artículo fue publicado, y varios otros medios -incluso los que inicialmente acusaron a Spin y el editor Bob Guccione Jr. de "sensacionalizar con la tragedia"- verificaron que los datos eran ciertos, el ex Boomtown Rats emitió un comunicado en el que acusó a la revista de una "venganza" por no haberles dado una entrevista. Pero hizo poco por rebatir lo que había quedado a la luz.
Lo que había quedado expuesto se daba de frente con la lectura épica que se extiende hasta hoy. El Mengistu con el que Geldof se abrazaba sonriente no solo era un dictador con decenas de miles de muertes de opositores en sus espaldas: era el principal causante de la tragedia que había originado todo. O al menos de su versión más reciente, ya que Etiopía tiene un largo historial al respecto. El 60% de la población afectada por la hambruna vivía en zonas bajo el control de fuerzas revolucionarias que querían voltear a Mengistu, quien había rociado con napalm los campos de cultivo para someterlos por las armas y por el hambre. Los primeros cargamentos de medicinas y alimentos, además, llegaron a los puertos de Assab y Massawa, pero nunca salieron de allí: el estado de las vías férreas y las carreteras imponía que se trasladaran a las zonas afectadas con camiones militares, que Mengistu tenía muy ocupados en masacrar opositores. El Live Aid Trust compró 80 camiones en Sudán, pero las reparaciones para hacerlos operativos llevaron cinco meses. La comida se echó a perder.
Geldof ni siquiera podía fingir demencia o desconocimiento. El doctor Claude Malhuret, integrante de Médicos Sin Fronteras que había sido expulsado de Etiopía por denunciar violaciones a los derechos humanos, señaló que su organización le había "rogado" a Geldof que no liberara recursos a Mengistu hasta asegurarse de que hubiera una infraestructura confiable para hacer llegar la ayuda. "Estoy dispuesto a estrecharle las dos manos al demonio para llegar a la gente que queremos ayudar", contestó el músico. El problema es que el demonio no es un tipo muy confiable.
A diferencia de su antecesor Haile Selassie, Mengistu no hacía tratos con los estadounidenses sino con los rusos. El Cuerno de Africa es una zona estratégicamente vital, y en 1977 el gobierno de James Carter cometió el error de desdeñar a Mengistu y augurarle a la URSS de Leónidas Brezhnev "su propio Vietnam en Etiopía". El presidente de facto etíope utilizó recursos de Live Aid no solo para presionar a las zonas de guerra goteándoles la ayuda, sino también para pagarle a sus milicias y a los traficantes de armas rusos, que hicieron pingües recaudaciones sin necesidad de organizar ningún festival. Parte de los alimentos del Live Aid Trust llegaron de contrabando por la frontera de Sudán. Del otro lado, los cargamentos nunca pasaban la línea de frente, y a los rebeldes se les ofrecía acceder a la ayuda si se pasaban al bando de Mengistu.
El escándalo explotó, salpicó y terminó apagándose, como muestra cualquier repaso que se haga de la "historia" del festival. Mengistu vive en Zimbabwe desde que fue depuesto, en 1991. Tiene 85 años, una edad que debe agradecer teniendo en cuenta que en diciembre de 2006 la Corte Suprema de Etiopía lo declaró culpable in absentia de genocidio por la muerte de cerca de 2 millones de etíopes, y lo sentenció primero a cadena perpetua y, tras una apelación, a muerte.
Etiopía hoy sigue en guerra interna: el Primer Ministro Abiy Ahmed lleva adelante acciones militares contra el Frente de Liberación del Pueblo de Tigray, una de las zonas del norte del país que ya aparecían en aquel informe de la BBC que conmovió a Geldof. Los años pasan, la historia se repite. Y como suele decirse con las madres, el Día del Rock es todos los días.