Hay que ver a un profesor serio de una carrera prestigiosa de alguna institución global decir y decir que el arte es “una sola cosa”. Por definición nada es una sola cosa. Por lo menos cualquier cosa está hecha de dos. Costura, montaje, sutura, compaginación, relación, tensión, juntura, frontera son todas palabras afines que están para decir que no se puede vivir sin ubicarse como parte del proceso general de la vida cotidiana entendido a medias. Porque siempre nos falta algo, siempre se puede agregar algo más al tapiz de la memoria del trabajo, los afectos, los lugares y el conflicto social. Las obras de Lucrecia Lionti y la propia artista existen así, un veremos sincero sin dejar de ser entusiasta.
Digo esto porque podríamos sumarnos a la propuesta de Lionti y hacer un ejercicio bajo las ocurrencias de su exposición actual. El ejercicio sería jugar con un pizarrón: agarrar la tiza, hacer una raya de arriba hacia abajo que lo divida en dos y escribir. Del lado derecho poner algo así como que lxs artistas con veleidades tienden al olvido o al éxito. Del lado izquierdo poner lo mismo, pero esta vez diciendo lxs artistas sin veleidades. ¿Qué querría decir semejante nadería? Que ni el olvido ni el éxito hacen a la capacidad del arte de fomentar o precipitar algo. Que lo que importa en el arte no se piensa antes de estar ante una obra concreta, antes de experimentar o interpretar. Lo que importa viene después. Cuando viene algo es que la obra pudo con su contexto. Que estuvo por encima de lo que había alrededor, incluidas las personas, obviamente. Con esto quiero decir que Lionti propone, ajusta y define una lengua propia. Ni una jerga ni un dialecto ni un tono. Es un código, una estructura para el funcionamiento sentimental y civil de nuestros corazones un poco indolentes de hoy en día.
Los objetos de la muestra están dispuestos en un salón rectangular ambientado como un patio escolar. Casi todo está hecho de telas, lanas, cueros u objetos queridos de la propia artista, con algunas grandes consignas y rinconcitos elocuentes. Tiene un título extraño en el que habría que detenerse: Intarsia, Jacquard y mi Ami Capital. La primera palabra refiere a un tipo de procedimiento a dos agujas que enseña a dibujar en el tejido; la segunda a una máquina de tejer pionera en la época de la revolución industrial, que permite la reproducción de motivos. La cuarta palabra es una forma de ponderar la amistad de hoy en día, abreviada y tierna. La quinta refiere al capital, ese concepto tan difícil de definir. Lionti parece decir en ese título y en la muestra que algo de la mezcla entre trabajo, arte, oficio, retribución, tecnología, industria, fetiche, austeridad, ornamento, sacrificio y ocio vive en cualquier objeto. Está pensando en todas las posibilidades del capital y en todos sus escondites, es ahí donde el capital como valor se confunde con la capital como ciudad. Hay en esa actitud, como dice Carla Barbero en el texto que acompaña la muestra, un enfrentamiento de los aspectos visuales con los éticos. Porque transformar la materia de la naturaleza o de la ciudad, llena de horas de trabajo y plusvalía, no puede dejar de ser una actitud complicada, esto quiere decir artística, que se da sus propios mecanismos y los propone como sistema a comprender o descifrar conflictivamente.
Esa estructura de sentimientos no es nueva pero acá se vuelve patente, organizada como una antología o un manual perdurable, bien editado y cocido. Digo manual sin ánimos de referirme a un bodoque que explica cómo son las cosas o cómo hacerlas. Digo manual y pienso en un procedimiento con las manos hacia destino que no se conoce. Un libro que no estuviese regido por las palabras de cualquier instrumento educativo, sino por un conjunto de imágenes abstractas blandas, justísimas e informales, recontra pensadas y a la buena de dios, porque pensar también es creer. De ahí que su obra no sea del todo escolar como parece, ni del todo artesanal como podría conjeturarse, ni suficientemente sistemática como para que se quede muda. La elocuencia se la da la metodología personal que le impone, un cruce entre la confección con ritmo de taller pyme y los pormenores del detalle o los signos adentro de signos. De lejos grandes frisos, de cerca una colección de hilos, retazos, chucherías y engendros conversando.
En definitiva, como hace casi todo ella misma cuando no lo compra hecho, como no tiene patrón ni empleados ni asistentes ni comisarixs, se autodetermina sin dejar de poner en duda la capacidad de autodeterminarse. Es quizá ahí donde la ilusión de la amistad con el capital a través de las marcas, el hacer una marca de sí misma, convertirse en logo como en varias de las obras, sea una de las claves de la muestra. Porque hacer de unx una marca (pienso ahora también en los trabajos de Valentin Demarco) es una forma de identificarnos. ¿Sabemos quienes somos como para identificarnos? Algo de veleidad y algo de pragmatismo conviven en la marca propia, en cualquier nombre enfatizado. Pero acá está de fondo y de frente la actitud de saboteo, de conspiración a través de las cosas dispuestas de una manera inesperada que lxs grandes artistas materialistas del siglo pasado nos enseñaron. Pienso en el delantal transparente adornado, titulado “Modelo Sarmiento autorretrato” o en “Recreo”, el bastidor de telas sobre telas tensadas que deja de significar diversión para convertirse en un desafío formalista. Se rige por esa escuela que atraviesa el realismo y lo devuelve multiplicado, desorganizado. Así como están las cosas, parece pensar Lionti, cualquier artista totalmente libre no sería unx artista sino unx aristócrata.
Intarsia, Jacquard y mi Ami Capital, de Lucrecia Lionti, puede verse en la galería Barro, Caboto 531. Hasta el 20 de agosto. Gratis.