Desde Londres
Los cinco candidatos a suceder a Boris Johnson quedarán reducidos a dos el próximo miércoles cuando se dispute la última ronda de votación de los diputados conservadores para encontrar un nuevo líder partidario y primer ministro. Los dos candidatos elegidos de las seis rondas de votación que comenzaron el martes se someterán al veredicto de los miembros del partido a fines del agosto: el resultado final se anunciará el 5 de septiembre.
El nuevo primer ministro asumirá ese día con una recesión o una profunda desaceleración y el fantasma de la “stagnaflation” (inflación más estancamiento). La crisis del costo de la vida no da señales de parar. La inflación que durante décadas se mantuvo a alrededor de un 2 por ciento, dio un salto en los últimos 12 meses a un 9 por ciento y será, según el Banco de Inglaterra (Banco Central), un 11por ciento, la más alta desde fines de los 80.
Según el último informe de la Fundación Joseph Rowntree, un 22 por ciento de la población vive en pobreza: de ese porcentaje, unos 14 millones y medio son menores de edad (la población total roza los 68 millones). Con el alza del costo de la vida casi otro millón y medio ingresará en esa franja en los próximos 12 meses, incluyendo a medio millón de menores.
El discurso único conservador
Frente a este complejo panorama económico-social, los candidatos conservadores – desde los 8 iniciales hasta los 2 que se consagren el miércoles para el combate de fondo – han propuesto una única solución: bajar impuestos. En una semana los distintos candidatos han prometido cortar los ingresos fiscales en 235 mil millones de libras (unos 255 mil millones de dólares).
El cuento de hadas o el narcisismo de las pequeñas diferencias ha aparecido en las respuestas que han dado sobre cómo un partido que se precia de ser el guardián de la responsabilidad fiscal va a financiar este repentino agujero en las cuentas. Nadie propone una reducción equivalente del gasto en momentos de crisis profunda del financiamiento del Servicio Nacional de Salud y otros servicios públicos (algunos hablan de recortes sin dar detalles) o de aumentar la abultada deuda (que saltó con la pandemia a 90 por ciento del PBI). El discurso favorito es de un salto espectacular en la recaudación gracias al crecimiento económico que produciría el aumento en la inversión y el consumo que saldría de esta varita mágica de la reducción impositiva. Como agregado o complemento, está el ahorro que se lograría con una mayor eficiencia del gasto.
De aumentar la recaudación cerrando la canaleta de los paraísos fiscales y los numerosos beneficios tributarios que gozan los multimillonarios y las multinacionales en el Reino Unido, ni una palabra. La organización líder a nivel mundial de la lucha contra la evasión fiscal y el mundo offshore, Tax Justice Network (TJN) calcula que la red de paraísos fiscales mundial teledirigida desde la City de Londres le hace perder al estado británico unos 52 mil millones de dólares.
El deterioro de las cuentas y de la vida cotidiana de la población es tal que semanarios conservadores y comentaristas tories están igualmente alarmados por la pobreza del debate. “Si el próximo gobierno insiste en aumentar el gasto público y bajar impuestos al mismo tiempo, se encamina hacia una crisis terminal. La política que asuma tiene que estar anclada en la realidad”, señala el semanario The Economist.
En otro baluarte de la prensa conservadora, el diario Evening Standard, tanto el editorial del lunes 11 de julio como el principal comentario de Philip Collins condenaron este debate monotemático. “Tenemos una elección dominada por una banda de megalómanos y fantasiosos y un candidato que tiene una multa por el PartyGate. Creo que es hora que el Partido Conservador se tome una pausa en el ejercicio del gobierno”, señaló Collins.
La pesada mochila conservadora
Son 12 años ininterrumpidos del Partido Conservador en el poder marcados por un permanente ajuste fiscal, bajas impositivas y nulo combate a la alarmante evasión y laxa regulación de multimillonarios y multinacionales. A esta mochila, los cinco candidatos le agregan otra más pesada y reciente: todos formaron parte del gobierno de Boris Johnson. El legado de PartyGate, los escándalos sexuales y financieros, la brutal incompetencia con renuncias en masa en los dos últimos días de gobierno de Johnson ponen a todos en una situación comprometida, buscando diferenciarse como pueden de lo sucedido.
El problema es que por el principio de responsabilidad colectiva que guía la tarea del gobierno una vez que se acuerdan políticas en la reunión semanal de gabinete, todos tienen que salir a defenderlas en los medios. Todos apoyaron a Johnson durante el Partygate y el resto de los escándalos.
En estas primeras tres rondas surgieron dos favoritos que han conquistado la máxima cantidad de votos de los diputados conservadores: el ex ministro de finanzas Rishi Sunak y la ex secretaria de comercio internacional, Penny Mourdant. La ventaja de Mourdant es que apoyó el Brexit desde un comienzo y ejerció cargos relativamente menores con Johnson. La desventaja es su falta de experiencia que le resta apoyos hasta entre los más fervorosos anti Unión Europea. “La tuve que despedir de su puesto en las negociaciones del Brexit porque no tenía ni idea de lo que se estaba discutiendo”, señaló David Frost, ex negociador del Brexit bajo Johnson.
Sunak es el más racional de todos los candidatos en cuanto al tema impositivo. En el reino narcisista de las pequeñas diferencias, no puso en duda que haya que bajar impuestos sino que dijo que no lo hará de inmediato: mantendrá los aumentos que él mismo decretó como ministro de finanzas, tanto el impuesto universal de la seguridad social (National Insurance Number) como el corporativo “hasta que sea posible hacer lo que queremos, que es bajar los impuestos”.
Sunak tiene tres gravísimos obstáculos. El primero es que fue multado por la policía metropolitana por asistir a una de las fiestas del Partygate: lo salpica la misma mancha del escándalo que terminó de voltear a Johnson. El segundo es que su multimillonaria esposa se registró como no domiciliada en el Reino Unido para pagar menos impuestos y él mismo no renunció a la “Green card” en Estados Unidos que lo autoriza a seguir con sus negocios allí. Last but not least, en amplios círculos conservadores se lo considera el Judas del gobierno conservador, el que acuchilló a Boris por la espalda, ya que su renuncia fue un detonante para la caída del primer ministro. El tabloide conservador Daily Mail, que tiene casi un millón y medio de lectores, sacó en su portada un hashtag: cualquiera menos Rishi Sunak.
Conviene recordar que en elecciones previas de líderes conservadores, los favoritos terminaron perdiendo. También que la votación final está en manos de los entre 100 mil y 200 mil miembros del Partido Conservador que se dignen a votar, la mayoría de los cuales, son mayores de 65, pro-brexit y fervorosos lectores de la prensa conservadora. En esta mecánica partidaria e institucional reside quizás el problema más grave: para ganar los candidatos deben comprometerse (por convicción o conveniencia) con una agenda demente que representa a una franja mínima del electorado británico.
Sin rumbo a ninguna parte
A la economía y los escándalos, al aumento de los alimentos y la energía, se añaden bombas de tiempo que el nuevo primer ministro tendrá que desactivar con las manos atadas. El mejor ejemplo es la crisis con la Unión Europea (UE) y el proceso de paz en Irlanda del Norte.
Las exportaciones a la UE cayeron en un 30 por ciento, el pronóstico oficial de la Office for Budget Responsability es que el PIB se achicará en un 4 por ciento por el impacto del Brexit mientras que los alimentos andan por las nubes, entre otras cosas porque el Reino Unido importa una buena parte de ellos de la UE.
Los candidatos plantean continuar con la ruptura del capítulo referente a Irlanda del Norte del tratado del Brexit firmado en noviembre de 2019. La UE ha dejado en claro que esta política equivale a una violación del derecho internacional y que habrá represalias: la guerra comercial está en el aire. Con este trasfondo se está celebrando hasta fines de agosto la temporada de las marchas en la provincia de Irlanda del Norte (festejos unionistas de su victoria en el siglo 17) que pueden ser la chispa que encienda la pradera de esa provincia asolada por un conflicto armado durante tres décadas.
Con la escasa legitimidad que le dará ser elegidos por, a lo sumo, unos 200 mil miembros de la tribu conservadora, y comicios programados para diciembre de 2024, es más que posible que el próximo gobierno sea un pato chueco que quedará rengo en cuanto empiecen a estallar las bombas de tiempo que lo esperan. El pronóstico de este cronista (falible desde ya) es que a más tardar el año próximo el o la reemplazante de Johnson deberá llamar a las elecciones anticipadas que hoy está exigiendo el conjunto de la oposición.