Juan tomó el martillo y selló con bronca esa caja de madera. Dio vuelta una dolorosa página y se aseguró de que no vuelva, cerrando aquel ciclo con las herramientas que tenía a mano. No se le conocía tono de voz alto y nadie oyó de sus labios una palabrota, pero la rabia con la que dirigió los certeros golpes a los clavos le permitieron mantener durante más de medio siglo esta historia en el olvido, dentro de ese cofre. Pero su hijo Ricardo, que apenas caminaba cuando todo sucedió, un día se encontró con la más fantástica historia que Juan Gálvez, el máximo ganador y campeón del Turismo Carretera, había archivado.
La Coupé del año 1939 que conducía Juan es, acaso, el vehículo emblemático de los 85 años de historia del TC. Desde que debutó como piloto en 1941, luego de ser acompañante de su hermano Oscar, hasta el día de su accidente mortal en 1963 conducía un auto al que iba aplicando mejoras e ingeniosos desarrollos. Exclusivamente, cuando se creó el autódromo de Buenos Aires, que hoy eterniza la memoria de los hermanos Gálvez, preparó un vehículo especial para carreras cortas. Pero para el resto del año, en las máximas exigencias y el clásico Gran Premio, estaba la base de esa Coupé 1939. Logró 56 victorias y fue campeón nueve veces en doce años ininterrumpidos en los que sólo su hermano (dos veces) y Rolo de Alzaga le quitaron la corona del TC, dos récords que continúan siendo imbatibles.
Ese coche no había ganado siquiera una carrera con Juancito al volante cuando una figura pueblerina llegó al taller, por entonces sobre calle Soler. Era un fanático que además del deporte motor y los Gálvez tenía en su sangre otra pasión. Con insistencia logró el permiso de entrar al recinto donde la magia de la mecánica sucedía y le dejaron dibujar los detalles de aquél vehículo para replicar en una maqueta que estaba preparando. Pasaron meses de esporádicas visitas, en los que llegaron triunfos de Juan y casi dos años después se apareció con una caja delante de su ídolo. "Papá se impresionó con lo que este hombre había hecho", cuenta Ricardo Gálvez a Líbero. El hijo menor del piloto, que recoge los testimonios de su madre, María, recuerda que "ese auto tenía todos los detalles, desde las goteras de las puertas, el repujado de los vidrios, a los parabrisas que se abrían. Y estaba siempre en el escritorio de papá".
"Se metieron en casa creyendo que Perón bancaba a los Gálvez"
Pero un día la residencia y taller de Av. Avellaneda se dio vuelta. La llamada "revolución libertadora" que había derrocado a Juan Domingo Perón en 1955 continuaba investigando todo vínculo y la coupé de Juan tenía por entonces la leyenda de 'Fundación Eva Perón'. La gentileza del mensaje en el auto tenía, más bien, el propósito de abrir otras puertas en búsqueda de financiar las campañas recorriendo el país con el TC. "Se metieron en la casa con la creencia de que Perón bancaba a los Gálvez y ellos jamás pusieron plata en los autos", insistió Ricardo, aclarando que "todo lo que intervinieron tuvieron que devolver. Se llevaron hasta el auto de calle y el autito de réplica lo tomó un Coronel". Pasaron los meses y ninguna anomalía en las cuentas familiares se pudo comprobar, se reestablecieron bienes pero de la pequeña coupé no hubo novedad.
La primera pista llegó de la mano de un alto rango militar. Éste hizo una visita a Juan y le aseguró que sabía donde estaba el auto: "Cuando se lo trae estaba destruido. El hijo lo usaba para jugar, se sentaba en el techo y se empujaba con los pies... Las ruedas y las puertas se habían perdido y, con bronca, papá lo metió en una caja de madera que encontró", contó Ricardo. Era una de esas en donde enviaban las piezas de repuesto desde Estados Unidos para el auto de competencia con la leyenda FOMOCO (de Ford Motor Company), que pasó a ser féretro de este chasis y sus piezas arrancadas. "Mi madre recuerda verlo con la cara roja y la sangre en la cabeza, indignado con toda esa injusticia", recalca el heredero del gran campeón.
Imperturbables por más de cincuenta años, los clavos de esa urna serían desafiados tras un hecho casual, de todos los días. Ricardo pasó por la casa de su madre a chequear, de rutina, una situación con el tanque de agua y se topó con esa caja de repuestos. Permanecía en la residencia compartiendo el paso del tiempo en un entretecho, junto a algunos trofeos. Y por esos tiempos se cruza con otra señal: Invitado a una peña de fanáticos, se acerca a la Asociación Amigos del TC en la localidad de San Martín y la sorpresa de un autito de escala similar y en impecables condiciones lo enloquece. Ricardo contacta al hombre que hizo ese trabajo y le encarga la restauración de la coupé que recientemente rescató de la penumbra pero a las pocas semanas fallece el artesano, Rubén Verón, y nuevamente el auto queda a la deriva.
Los
muchachos de la peña recuperan las partes y un nuevo capítulo de
esta historia comenzó cuando Raúl
Acosta, padre de quien preside la AATC, tomó
la caja y armó en su taller una base para trabajar en la
réplica 1:10 del bólido rutero. A sus 84 años,
'Coco' se sintió rejuvenecer y dirigió sus fuerzas en este encargo
del destino, honrando a quien fuera su ídolo de las carreras. Mandó
a fabricar las llantas de aluminio con una casa de matriz frente a su
taller mecánico y con caucho real se hicieron las
cubiertas. "Con una ruedita de
cortar ravioles, en zig-zag, hicimos el dibujo de las ruedas",
recordó Acosta al revivir paso a paso la rehabilitación. Soñaba
con el auto, por casi dos años dejaba a un lado su propio trabajo
o despertaba en las noches con
ideas para los arreglos que eran anotadas o
dibujadas. Fabricó todo lo que le hacía falta al pequeño, hasta
los faroles usando como marco el
lado cóncavo de una huevera de codorniz. Toda la
experiencia de un mecánico que visita talleres desde que salía de
la primaria, a los 9 años, se puso en juego para darle movimiento a
cada pieza tal como en el auto real: dirección, ruedas, baúl, faros buscahuellas o la apertura de puertas; para lo que solo es necesario
unir delicadamente pulgar con índice y accionar. Incluso
la pintura fue reeditada, puesto que una fábrica del Gran
Buenos Aires trabajó en replicar los tonos originales que,
realmente, habían sido tomados de un tacho que el propio Juan le
prestó al maquetero original. Y hasta un tango se le ha
dedicado, por Carlos Prina y Luis Carniglia, titulado 'La Coupé
de Juan'.
"A papá le hubiera dado mucha felicidad. Se lo sacaron por maldad y tuvo una simbología. Mi madre no podía creer estar viendo el auto en las mismas condiciones", rescata con asombro Ricardo Gálvez. Por eso consideran a este vehículo como parte de la familia, representa el arduo trabajo de un fanático del que se desconoce la identidad, la infamia con la que otros anónimos lo tomaron y la manera en que todo se acomodó para volver a su origen. Hoy reposa en el comedor de la casa, con luces led que la propia 'Mery' enciende para lucir detalles ante las visitas. Finalmente, un letrista apasionado le devolvió la identidad al pintar las publicidades y cerrar el círculo de la historia con la frase que enfadó a los militares en el parante lateral de la coupé de Juan.