Con la guerra en Ucrania, la exacerbación de la competencia global con China, y desafíos políticos y económicos en su propio país, la primera gira de Biden por Medio Oriente busca revitalizar el rol del liderazgo norteamericano para cohesionar a socios y aliados en torno a una agenda común. La región muestra un nuevo dinamismo en el frente diplomático.
Los destinos elegidos y las declaraciones que emergieron dan cuenta que el principal propósito es el de revitalizar la imagen y rol de Estados Unidos como un liderazgo constructivo capaz de cohesionar a socios y aliados detrás de una agenda común que consolide su posición regional en función de la disputa global con China y Rusia. Diferenciarse del unilateralismo y beligerancia que caracterizó a la Administración Trump, costoso para el capital político norteamericano. El mismo Biden así lo expresó en una columna publicada el pasado 9 de julio en The Washington Post. El pragmatismo expuesto por Biden en su columna supone no antagonizar con sus aliados en asuntos sensibles como el respeto por los derechos humanos, aun si eso puede entrar en tensión éste y otros aspectos que tiñen a la retórica con la que Washington ha buscado perfilar su imagen exterior.
Biden ha delineado una agenda clara, con cambios y continuidades respecto a sus predecesores: consolidar y extender la normalización de relaciones y cooperación entre Israel y los Estados árabes, apoyándose en el camino abierto por los Acuerdo de Abraham de 2020. La integración regional tiene una razón de ser como medio para garantizar la seguridad energética, alimentaria, la cooperación tecnológica y militar. Su otra cara: sostener la presión y aislamiento de Irán para poner fin al desarrollo de sus capacidades nucleares, en un momento de exacerbación de las tensiones y la retórica beligerante.
La firma de la Declaración de Jerusalén junto al primer ministro interino de Israel, Yair Lapid, reafirmó el compromiso norteamericano con la seguridad israelí y su interés compartido de impedir que Teherán desarrolle la capacidad para armarse nuclearmente. Esta insinuación de que el uso de la fuerza como opción no queda descartada converge con los ejercicios y simulaciones militares israelíes realizado en junio pasado, que tuvieron por escenario una acción contra instalaciones nucleares y de defensa iraníes.
Israel se encuentra atravesando una crisis de gobierno tras la disolución de su gabinete de ministros, producto de tensiones propias de una coalición frágil desde su concepción. Lapid ocupará el puesto de primer ministro interino hasta la celebración de nuevas elecciones en noviembre de este año. La relación que logre proyectar con el mandatario estadounidense y los resultados que emerjan de Arabia Saudita le ofrecerá como una oportunidad para fortalecer su propio liderazgo interno.
A fines de junio y principios de julio, los ministros de exterior de Qatar e Irán se reunieron en un nuevo esfuerzo por reanimar las negociaciones nucleares. No obstante, y a pesar de contar con el interés europeo, chino y ruso, cualquier optimismo se ha encontrado con la dificultad para saltear la intransigencia, desconfianza y lógica de suma cero que predomina en la relación Irán-EEUU.
Julián Aguirre es Licenciado en Ciencia Política (UBA), integrante del portal El Intérprete Digital y miembro de la Fundación Meridiano.