“La luz brotó del fondo de la noche sin que ningún ser vivo lo notara. Una llamita plateada del tamaño de un anillo, surgida de la nada”. Los cuentos de Liliana Colanzi destilan una extraña belleza. La escritora boliviana disemina los puntos de vista como si en cada narración captara el instante en que se forma la materia, el espacio y el tiempo, y logra algo que la distingue: un mestizaje excepcional entre lo fantástico, el realismo y una ciencia ficción latinoamericana. Los seis relatos de Ustedes brillan en lo oscuro, libro publicado por Páginas de Espuma con el que obtuvo recientemente el Premio Ribera Del Duero, están atravesados por la radiación, “ese agente invisible” que oscurece el horizonte de los jóvenes de una central nuclear en El Alto y de los recolectores de chatarra de una ciudad brasileña.

Cuentista de pura cepa, Colanzi, que nació en Santa Cruz de la Sierra en 1981 y vive en Ithaca (Estados Unidos) desde 2009, es autora de los libros de cuentos Vacaciones permanentes (2010) y Nuestro mundo muerto (2016), publicado por la editorial argentina Eterna Cadencia, libro que fue traducido al inglés, italiano, francés, holandés y danés. La escritora boliviana, que ganó el premio de literatura Aura Estrada (México, 2015) y fue seleccionada entre los 39 mejores escritores latinoamericanos menores de 40 años por el Hay Festival Bogotá 39-2017, eligió como epígrafe de su tercer libro de cuentos, Ustedes brillan en lo oscuro, una cita del monje budista Dōgen: “La montaña fluye, el río está sentado”.

Escarbar en el lenguaje

Desde Ithaca, donde enseña literatura latinoamericana y escritura creativa en la Universidad de Cornell, Colanzi explica a Página/12 que los seis cuentos del libro --”La cueva”, “Atomito”, “La deuda”, “Los ojos más verdes”, “El camino angosto” y “Ustedes brillan en lo oscuro”-- están vertebrados por un interés en explorar diferentes percepciones del tiempo. “Yo tomé una clase de budismo zen en la que leímos varios textos, entre ellos del monje budista Dōgen. El epígrafe hace referencia a una supuesta paradoja y es que la montaña fluye, aunque desde una perspectiva humana se mantiene inmóvil; pero el tiempo de los humanos es breve. Si pudiéramos situarnos en un punto y mirar la montaña a lo largo de millones de años, podríamos ver que la montaña no solamente camina sino que fluye”, plantea la escritora boliviana.

-¿Las paradojas están presentes en el transfondo de un cuento?

-Sí, detrás de la escritura está siempre ese deseo de hacerle decir a la palabra aquello que no es tan evidente, aquello que está escondido detrás de cierto sentido común; por lo menos esa es mi búsqueda con la escritura: tratar de escarbar en el lenguaje y ver aquello insólito que está contenido en lo cotidiano o en lo aparentemente evidente. En ese sentido, podríamos decir que no solamente el relato, sino la escritura, la literatura, es la búsqueda de esa paradoja, de ese sentido en medio de una contradicción.

-En comparación con “Nuestro mundo muerto”, en los cuentos de “Ustedes brillan en lo oscuro” hay una mayor presencia del daño que le estamos haciendo al planeta, ¿no?

-Sí, es una búsqueda que comenzó con el libro anterior; de hecho un cuento como “Chaco” habla de un adolescente que está viajando a través de bosques calcinados; también hay exploración de paisajes hostiles como el paisaje marciano, donde la protagonista es una joven que ha migrado de un lugar contaminado por la radiación y hay en ese cuento, que se llama “Nuestro mundo muerto”, un vínculo con los cuentos de Ustedes brillan en lo oscuro, un vínculo que no se me hizo tan explícito al principio sino que lo noté con el libro concluido, como suele suceder. Siempre tuve un gran interés por el desastre de Chernóbil conectado a lo soviético, tal vez porque de niña tuve muchos libros de la editorial Progreso de Moscú, que pobló mi imaginación con relatos rusos infantiles. También leí, siendo muy joven, acerca del desastre nuclear en Chernóbil. Me quedaron muy vívidos en la imaginación los relatos de los sobrevivientes como, más adelante, los documentales que hablan de la zona de exclusión, aquel territorio inhabitable por los humanos por cientos de años, que se ha convertido en una especie de “paraíso radiactivo” en el que especies amenazadas están volviendo a repoblar la zona porque ya no tienen más la amenaza de los humanos. Esa paradoja me parece interesante: que tengamos que hacer un lugar inhabitable para los seres humanos para que especies que estaban en el borde de la extinción puedan volver a vivir en ese lugar.

Potencia destructiva

-¿Por qué uno de los cuentos está basado en el accidente radiológico de Goiânia?

-El desastre radiológico de Goiânia, ocurrido un año después de Chernóbil, no ha tenido tanta presencia en la cultura popular. El desastre de Goiânia fue olvidado y me interesó por una serie de razones. Me parece fascinante y a la vez monstruosa la forma en la que actúa la radiación; es una potencia destructiva enorme, capaz de liquidar a una persona en cuestión de días. En ese sentido, podría decirte que funciona como una entidad sobrenatural. Hay algo terrible y trágico en la manera en que ocurrió este desastre, que fue por la negligencia de los encargados de un hospital que dejaron equipos médicos para tratar el cáncer abandonados durante tres años, hasta que unos chatarreros desmantelaron ese equipo y lo vendieron como chatarra; pero sobre todo la atracción que ejerce la presencia de una luz de una naturaleza muy bella, que termina siendo la fuente de destrucción de una buena parte de la sociedad, que ocasionó la muerte de cinco personas y daños físicos a más de 200. Todo eso fue ocasionado por una sustancia que parecía enigmática; hay algo cifrado allí que es muy trágico. El accidente llevó a la estigmatización de los habitantes de Goiânia como gente que podría contaminar a los demás al haber estado cerca de una fuente radiactiva; había personas de Goiânia que se mudaban a otras ciudades de Brasil y no querían darles trabajo o les hacían preguntas como: “¿ustedes brillan en lo oscuro?”, que es una escena que narro en el cuento y que le da título al libro. Entonces había varias razones para escribir el cuento a través de diferentes testimonios, de diferentes voces, y también la fotografía de un mural, que es un mural que existe en Goiânia y que da cuenta del episodio radiactivo, como fragmentos del juicio a los responsables del hospital, para formar una especie de collage de lo sucedido, mediado por la imaginación. El cuento no es una crónica ni una investigación histórica, sino una recreación ficcional de este suceso.

-Es curioso que una pregunta que se hizo realmente, "¿ustedes brillan en lo oscuro? te haya dado el título del libro. No es un título que venga de la imaginación, de la ciencia ficción, de lo sobrenatural, sino algo tomado de manera textual de la realidad.

-Sí, este es el único cuento del libro que no está escrito en un registro especulativo, desde la ciencia ficción o el fantástico o el horror. En su momento traté de llevar ese cuento al territorio especulativo, pero no era necesario porque los acontecimientos eran lo suficientemente extraños como para recargarlos con el añadido de la imaginación. Sí hay muchas cosas que provienen de la ficción, como la banda de música que se llama Carne Radiactiva compuesta por jovencitos que solo tocan en espacios contaminados; pero la progresión de los hechos o los datos más concretos de los acontecimientos están apegados a la realidad. Todos los demás cuentos no tienen una relación tan mimética con la realidad. También podría leerse como un cuento de horror realista, no sobrenatural, por la manera en que la radiación destruyó la vida de tantas personas y una buena parte de la ciudad: cien casas fueron demolidas y los escombros fueron enterrados en un cementerio nuclear en las afueras de Goiânia.

-¿En qué registro te sentís más cómoda como escritora: en uno más cercano a lo mimético o en uno más especulativo?

-No sé si cómoda es la palabra porque escribir para mí es ingresar a terrenos en los que no he estado nunca. Empezar a escribir un cuento es desaprender todo lo que se ha aprendido hasta entonces. No ha habido una fórmula que me funcione en un cuento y que pueda replicarla en otro. Cada relato exige volver a entender ciertos mecanismos de la escritura o más bien encontrarse con nuevos mecanismos por donde no había transitado antes; es descubrir aquello que no sabía a través de la escritura, desde paisajes hasta atmósferas emocionales. Escribir no pasa por la comodidad.

Racismo y autoodio

-“Un niño sin padre es como una hoja en el viento: no sabe quién es, de dónde viene, qué la lleva”, se dice en uno de los cuentos. ¿Por qué está presente, con tanta fuerza, el tema de las madres y los padres, y la identidad?

-Muchos de los personajes están buscando su origen. La narradora de “La deuda” está acompañando a su tía a un viaje en el Amazonas para saldar una deuda, pero a la vez está realizando un viaje para descubrir a su propia madre, con la cual está soñando constantemente, y al mismo tiempo ella cree que está esperando un hijo, que va a hacer que ella deje de sentirse como una hoja que está flotando en el viento. Esa búsqueda las lleva a las dos protagonistas del cuento a ese espacio amazónico en ruinas. En el cuento “Los ojos más verdes” también está la búsqueda de la identidad en el personaje de la niña que pide un deseo al diablo, que es el deseo de tener los ojos verdes de su padre; hay una identificación de la niña con el origen del padre, que está en Europa, y que a la vez involucra un rechazo a sus orígenes bolivianos, a su color de ojos y a su color de piel, y que es sintómatico de un complejo latinoamericano de querer trazar nuestro origen, nuestra genealogía, con Europa, mientras ignoramos nuestras raíces indígenas. El tema del origen está en varios cuentos, como el tema de la maternidad y las relaciones conflictivas entre padres e hijos.

-En Argentina se ha repetido hasta el cansancio que “los argentinos descendemos de los barcos”, frase que condensa la negación de lo propio. ¿Por qué se busca la identidad más en Europa que en los diversos pueblos originarios latinoamericanos?

-Ese fenómeno lo estudió de manera brillante el filósofo boliviano René Zavaleta Mercado en un ensayo fabuloso titulado “Lo nacional-popular en Bolivia”, en el que analiza las razones por las cuales Bolivia perdió en el siglo XIX la guerra del Pacífico con Chile. Él sugería que las élites bolivianas blancoides o blanqueadas, de una manera perversa, se identificaban más con las élites chilenas que con las mismas masas populares indígenas de Bolivia. Estas élites sentían que tenían más en común con cualquier habitante de Europa que con los indígenas bolivianos justamente porque esta era una forma de blanquearse; es el meollo de todos los complejos identitarios que arrastramos a causa del racismo y que ha impedido que Bolivia hubiera conseguido una verdadera modernidad, como planteaba Zavaleta, porque estaba arrastrando todavía formas de pensamiento feudales que le impedían a la élite gobernante pensar como nación y aceptar que los indígenas son ciudadanos iguales a ellos y que deberían tener los mismos derechos. En la base de toda esta estructura colonial está el racismo, que también es una especie de autoodio porque cuántos en Bolivia o en Latinoamérica podrían llamarse verdaderamente blancos, ¿no? Todos llevamos en nuestras venas sangre indígena y negar eso es también odiar una parte de quiénes somos.

-¿En Estados Unidos sentiste el racismo y la discriminación al decir que sos boliviana o estás en un ámbito universitario que te trata bien?

-En Estados Unidos se pierden los matices que tenemos en Latinoamérica, se pierde la particularidad de mi identidad boliviana y yo vendría a ser una latina, incluso para una gran parte del país sería una mexicana. Siento una insalvable otredad desde el momento en que abro la boca y se nota mi acento y la torpeza de mi inglés, que me coloca en un lugar de extranjera, por más que ya lleve viviendo muchos años aquí. Pero para serte honesta, he sentido más racismo en la Argentina, cuando digo que soy boliviana y me dicen inmediatamente “no parecés”, con todas las implicaciones racistas de ese no parecer. En Estados Unidos se cuidan mucho las formas, sobre todo en el lenguaje: la gente está llena de eufemismos para no ofender, y sin embargo hace unos días acribillaron con 60 balazos a un joven negro al que la policía detuvo por una infracción de tráfico. Y no se trata de un suceso aislado, sino de un problema de racismo recurrente, estructural. En Ithaca no me han dicho que “no parezco boliviana” a manera de cumplido, como me ha sucedido en Argentina, pero este es un país en el que los negros y los latinos tienen más chances de ser arrestados por la policía o de morir de Covid que los blancos.

Un peligro inminente

“Soy una escritora bastante lenta, reescribo mucho los cuentos, los dejo que vayan mutando a lo largo de los meses, incluso de los años”, confiesa Liliana Colanzi y revela que en este momento está intentando reescribir un cuento que tiene casi una década. “Si hay algo en la escritura, si hay alguna idea, alguna intuición, alguna imagen lo suficientemente fuerte para que termine cristalizada en un cuento, no necesito tomar notas, no necesito hacer demasiado planes con ese texto sino que tiene que volver de manera obsesiva. Ese es el modo en que han ido aconteciendo los otros cuentos también, a través de alguna intuición de la cual no estaba muy segura en un principio, pero que a fuerza de paciencia ha terminado en alguna forma”, agrega la creadora de la editorial Dum Dum.

 

“Atomito”, uno de los relatos de Ustedes brillan en lo oscuro, empezó como un diálogo con algunos cuentos de Silvina Ocampo en los que hay personajes costureras, como “El vestido de terciopelo”, “Las vestiduras peligrosas” o “Clotilde Ifrán”. “De mi propio cuento yo solo veía a dos mujeres que tejían juntas: eso era todo lo que tenía de la historia -recuerda Colanzi-. Luego, a medida que escribía, surgieron los contornos de la central nuclear, cargada de promesa y de amenaza, así como el resto de los adolescentes que viven en ese entorno de radiactividad, vigilancia y represión policial. Pero la ciudad distópica llegó hasta mí a partir de la imagen de una madre y una hija que se sientan a tejer, de la sensación de estar en medio de una actividad plácida e íntima que camufla un peligro inminente y desconocido”.