En un principio pareciera que la actitud analítica y las soluciones formales destiladas en una ardua labor depurativa sobre el tablero de dibujo, fuera el umbral donde coinciden las obras de Enrique Torroja (1934-2001) y Mónica Van Asperen (1962) y que este afortunado Encuentro permite constatar.
Torroja aparece con su perfecta geometría en un díptico cuyo título –Rojo, 1967– pondera la vibrante cualidad cromática extendida en dos módulos cuadrados adjetivados con formas geométricas simples que conforman un diseño continuo. El intersticio entre las partes que dejan ver el muro se integra a la composición transformado en un plano vertical que se combina rítmicamente con los pintados y se contrapone a la forma quebrada en diagonales descendentes. La obra se rige por los principios de la Teoría de la forma que requiere de la colaboración perceptiva del observador y se enmarca en las diversas experiencias que, a partir de mediados de la década del sesenta, iniciaron en la Argentina la Nueva abstracción, prolongando con decididas reformulaciones, muchos de los planteos que desde los años 40 venían imponiendo las agrupaciones de Arte Concreto.
Estas relaciones también están presenten en una pintura de perímetro irregular –Sin título, c. 1968– que evoca los marcos recortados de los concretos y sobre todo de los Madí, original aporte rioplatense que se anticipó a los “hard edge” de los 60. El artista explora este recurso en el período y en este caso como en la obra anterior, incluye al vacío como un plano más, aquí uno de los triángulos que dominan este trabajo.
Los vínculos con la tradición concreta afloran también en la producción de Van Asperen, como por ejemplo en El ojo, un espejo de recorte triangular que flota sobre el muro merced a un zócalo, dispositivo que se parece a los empleados por Raúl Lozza cuando, para perfeccionar su obra concreta, separa las formas recortadas de los fondos evitando así la interacción cromática y con ello todo resto de ilusionismo espacial. Van Asperen piensa en el uso de este elemento como un hito a partir del cual se abre en su obra una nueva etapa. Relacionada con el diseño desde su temprana formación, la artista dialoga en su devenir creativo con esa disciplina y con momentos y personalidades de la historia del arte a los que cita y recrea. Así en el uso de materiales translúcidos y de luces incorporadas a sus trabajos se reconoce tributaria de artistas como Gyula Kosice o Martha Boto. En El ojo –síntesis simbólica del “tercer ojo” que se representa en el interior del triángulo en ciertos emblemas de deidad–, la forma geométrica se completa con una “línea” lumínica de cristal soplado que refuerza la actitud oblicua de la figura. En conjunto es un compuesto que se desliza, como muchas de sus creaciones, entre la experimentación material, las relaciones con los objetos utilitarios y la industria, los modos de la abstracción constructiva y la sospecha de comparecer ante una simbología trascendente.
Es lo que también sucede desde el título en su instalación Yantra cae en el abismo, integrada por una escultura en acero que dibuja en el espacio un diseño entrecortado de rectas con inserciones de planos de color, culminando en sus extremos con sendos decantadores dobles de cristal unidos por sus bases. La obra se completa con un dibujo sobre el muro de un “yantra” –un complejo diseño geométrico que alude a las energías del cosmos y del cuerpo humano utilizada en los rituales tántricos– compuesto de triángulos yuxtapuestos y puntos negros cromáticamente irradiantes, uno de los cuales se halla velado por una sutil red de pescadores con cascabeles en sus extremos. Los yantras constituyen figuras mandálicas que se replican en esta pieza en los círculos concéntricos que forman las bases y las bocas de los decantadores. Estos elementos son señalados por la artista, junto con los cascabeles –instrumentos musicales que refieren a otra de las disciplinas que atraviesa su la versátil producción–, como la intromisión de la realidad. Pero la ficción formal y simbólica parecen seguir su curso. Los decantadores forman parte de la cristalería del laboratorio químico con la implicancia metafórica de ser instrumentos de transformación –incluyendo facilitar la oxigenación del vino haciéndolo alcanzar una instancia superior– además de estar producidos por el soplado del vidrio y resultar, entonces, una suerte de manifestación corpórea del aire y sutil imagen del impulso vital. Los cascabeles, por su lado, evocan al ghungru, accesorio que utilizan en sus pies los bailarines de música clásica de la India.
Retornando a Torroja, parte de su etapa estrictamente geométrica estuvo caracterizada por una serie que dominó la década del 70, en que a precisos diseños sobrepuso tonalidades en degradé y líneas quebradas en ángulos abiertos –como las de la escultura de acero de Van Asperen– asentadas sobre horizontales que corren paralelas a los bordes inferiores de las composiciones. Estos trabajos que integran el conjunto conocido como las Ventanas, remiten a ellas por sus proporciones, la actitud y distribución de las figuras que las recorren, relacionándolas no solo con la arquitectura –en alguna ocasión el artista se definió como un constructor– sino también por las ambiguas sugerencias espaciales y por la frecuencia del uso de diagonales paralelas, como si fueran reflejos y sombras percibidos a través de un vano. Así, con sutil determinación, Torroja infiltra la representación de la realidad en un sistema que, en su versión ortodoxa, transitada por el artista en la etapa precedente, es completamente inadmisible. Y para experimentar con las posibilidades de esta insidia ficcional realiza entre 1972 y 1974 una colección de pinturas sobre celón –un soporte sintético de origen japonés semejante al papel vegetal de alto gramaje– con la idea de que integraran cajas lumínicas, potenciando y transformando los efectos cromáticos.
* Profesora e Investigadora de la UBA. Fragmento del texto introductorio de la exposición. La muestra “Encuentro”, con obra de Enrique Torroja y Mónica van Asperen, sigue en la Galería Cecilia Caballero, Suipacha 1151, de lunes a viernes, de 14.30 a 19.00, hasta el 22 de agosto.