Es difícil escribir sobre este libro sin tener al lado, junto a la computadora, un mate recién armado. Estamos tan acostumbradas a hacer nuestros trabajos con termo y calabacita al lado, que lo sorprendente en este caso no es el deseo de tomar mate –condición de la vida rioplatense– sino el efecto de extrañamiento que produce este ensayo con uno de nuestros hábitos más arraigados. Por un momento sacamos la mirada del libro y miramos precisamente eso que está en el eterno entorno, puntuando nuestra vida cotidiana. Al borde de la boca es un ensayo breve de la ilustradora, traductora y escritora Carmen M. Cáceres, y lleva por subtítulo Diez intuiciones en torno al mate. Desde el principio atrapa ese tono tentativo, meditativo, que se propone desde el título –intuiciones– y que avanza desde la interrogación en un universo a todas luces sobrerepresentado. ¿Qué podemos decir acerca del mate? ¿Qué novedad puede traerse sobre la bebida nacional, aquella que hermana pobres y ricos, viejos y jóvenes, pasado y presente, y todas las dicotomías que podamos enumerar? Pese a las apariencias, hay mucho para decir.
O por lo menos lo hay desde el método, llamemos “intuitivo”, llevado adelante por esta autora. No se trata solo de mapear la historia política y cultural de una infusión –algo que también hace– sino de pensarla de nuevo y desde el presente. Describir la experiencia privada del mate corre de la luz los predicados obvios y la vuelve una práctica más compleja, introspectiva y extrovertida a la vez, que hasta puede emparentarse con el zen. Por algo el libro se abre con una larga cita de Alberto Laiseca que dice: “Al mate le debo mi obra. Si Suzuki y Okakura Kakuzo hablan del té como una de las estéticas del zen, no veo por qué sería inoportuno escribir un tratado El mate como disciplina zen del latinoamericano”. No es que Cáceres vincule directamente tomar mate con una meditación zen, aunque sí lo considera una ceremonia o un ritual que exige ser repensado. Como pedía Georges Perec en su libro Lo infraordinario: “Interrogar lo que tanto parece ir de suyo que ya hemos olvidado su origen.”
Y escribir desde el presente también implica nombrar un tiempo nuevo en el que la pandemia parece haber herido de muerte al mate compartido, la ronda, el pasárselo de mano en mano. Los años de la peste fueron sufridos por el mundo entero, pero pareciera que a los argentinos nos afectó en particular (¡oh, neuróticos!). Para decirlo de una vez: siempre fue muy confuso, poco razonable y hasta asqueroso para un extranjero ver el modo en que el mate circulaba grupalmente en nuestras latitudes, haciendo que varias personas que incluso podían no conocerse chuparan de una misma bombilla. Ese espíritu higienista que por lo general nos resultaba ajeno, desde el 2020 tuvo que ser asimilado. Por más insólito que nos resultara, compartir un mate ponía en riesgo la vida.
En estas diez intuiciones Cáceres nos lleva de la mano en una historia a contrapelo. Desde el origen guaraní, bastante olvidado, al aporte que hicieron para su cultivo, por fuera de la selva, distintas comunidades. Se recorren también las apariciones del mate en la literatura argentina desde el siglo XIX y la manera en que el gaucho y el compadrito porteño le robaron el protagonismo a sus verdaderos y primeros cultores, que no fueron exclusivamente hombres, ni tampoco oriundos de la región pampeana. El estereotipo histórico de las mujeres como cebadoras o bebedoras de formas menores de esta bebida –el mate dulce, el mate de leche– es contrastado con la aparición del mate en textos escritos por autoras como Sara Gallardo o Angélica Gorodischer, en el que si un mate es mencionado es para permitir un momento de libertad o una confesión.
Claro que cuando se trata de desmontar los aspectos cristalizados del mate se presenta como un problema central su modo de producción. Instalar al mate como emblema nacional y petrificarlo en una categoría cándida, también parece estar al servicio de negar esta visión social y política. La plantación y cosecha de la yerba suele ser un agujero negro de saber incluso para los más habituales consumidores. La mano de obra esclava, el trabajo infantil, la plantación intensiva al que está sometida la producción masiva de yerba, es algo que no se puede ignorar y que pone en riesgo el mismo futuro de la práctica.
Uno de los momentos más bellos de este libro es cuando se describe con una pluma precisa y lujosa, la forma de este ritual: el agua, los utensilios, el ritmo de la cebadura. La gramática particular de esta bebida que impone una continuidad y un espesor mayor que cualquier otra. Y lo que ocurre en el cuerpo con esa absorción en la que están involucrados todos los sentidos. Escribe Cáceres: “La infusión de la yerba no es un elixir, su sabor no nos acerca a los dioses sino, por el contrario, nos devuelve a la tierra, a nuestra voluntad, nos humaniza. Supongo que más que placer, el mate es un goce: una satisfacción jamás exenta de tensión”.
Algo similar ocurre con la lectura de este libro. Las intuiciones nos van acercando a una epifanía que a su vez nos trae de vuelta a nuestra propia vida, el trabajo que tenemos delante, el libro para leer, el termo, el mate.