El secuestro de Victoria Vallejos, la adolescente que cuidaba a los hijos de uno de los represores acusados fue una de las historias que afloraron en la etapa de testimonios en el quinto juicio de lesa humanidad por violaciones a los derechos humanos contra detenides clandestines en los campos de concentración que, durante la dictadura, integraron el circuito represivo ABO. Mirta Vallejos, hermana de Victoria; María del Carmen López, hermana de la detenida desaparecida María Inés López, y el sobreviviente Francisco Héctor López declararon por primera vez ante un tribunal.
El quinto debate por los crímenes de los centros clandestinos Atlético, Banco y Olimpo comenzó hace poco más de un mes y recién tuvo tres audiencias. El Tribunal Oral Federal 2 de la Ciudad de Buenos Aires impuso un cronograma cansino de una audiencia cada 15 días. La última, trasmitida por los medios comunitarios La retaguardia y Radio Presente --que funciona en Olimpo y fue destruda hace algunas semanas en un atentado anónimo-- fue la primera jornada en la que pudieron escucharse testimonios.
Inauguró los relatos María del Carmen López, quien contó la historia de su hermana mayor, María Inés López Gómez, secuestrada durante el terrorismo de Estado. María Inés estudiaba Letras en la Universidad Nacional de Buenos Aires y tenía 21 años cuando “el 17 de marzo del 77 desapareció”. Supieron por el testimonio de sobrevivientes que estuvo secuestrada en el Atlético. Según la información que la familia tiene, María Inés no tenía militancia, pero estaba de novia con Patricio Dillon, un chico que era militante gremial y que había sido secuestrado poco antes que ella.
“Pasamos años sin saber absolutamente nada, sin tener noticias de ningún tipo. Después, para el año 83, citaron a través del CELS a mis padres y allí estuvo Marcelo Daelli que había estado secuestrado en el Atlético y les contó que había compartido con ella cautiverio”, completó. Por el testimonio de otro sobreviviente de ese mismo campo, Daniel Mercogliano, supieron que María Inés siguió en el lugar hasta mayo de 1977. Los sobrevivientes relataron que María Inés estaba bien, pero también las vejaciones a las que fue sometida y que su hermana apenas mencionó con angustia: “Violaciones, el frío”.
López reprodujo la última información que le transfirió Mercogliano: “En esos días a fines de mayo hubo un vuelo de la muerte y él estuvo presente cuando a la gente la preparaban, la inyectaban. Y si bien no lo vio en forma directa, se puede llegar a deducir que mi hermana fue en uno de esos vuelos. Después nunca más nadie testimonió haberla visto”, sumó la mujer.
La niñera
Victoria Vallejos tenía 16 años cuando su familia la vio por última vez. Los fines de semana vivía con sus padres en Isidro Casanova, noviaba con su vecino, Miguel Ángel Leguizamón, y era niñera con cama adentro. De lunes a viernes cuidaba a los hijos que Carlos Alberto Infantino, entonces subcomisario de la Superintendencia de la Policía Federal y en la actualidad uno de los acusados en el juicio en curso, tenía con “una señora que era modelo”.
El trabajo la tenía “cansada”, le dijo a su mamá un buen día. “Un día ella decide no seguir trabajando. Entonces mi mamá habló con Infantino y le explicó que mi hermana no quería seguir. El tipo dijo que la iba a mandar a buscar para que firmara la renuncia”, recordó Mirta Vallejos, la hermana mayor de Victoria quien radicó la denuncia por la desaparición de la joven ante la Conadep y que ahora, por primera vez, reconstruyó la historia ante un tribunal. “La fue a buscar el chofer a la casa de mi mamá –porque, según el relato de Mirta, a Victoria la llevaba y la traía un chofer que trabajaba para Infantino y cuyo sobrenombre era “Poca Vida”–. Mi hermana fue, le dijo a mi mamá que se quedara tranquila, que iba y venía, confiada. Y nunca más apareció”, detalló Mirta.
Al otro día, una patota secuestró al papá de Victoria y Mirta, Sebastián Vallejos, y al novio de la joven, Miguel Ángel, de sus lugares de trabajo. Trabajaban juntos en “un galpón” en Lugano, recordó escuetamente Mirta. A Sebastián “lo liberaron” al otro día, “golpeado, en malas condiciones”. De Miguel Ángel “nunca más se supo nada”.
Mirta aportó lo “poco” que su papá le contó de las horas de cautiverio: “Que fue torturado, que estaba en shock, que lo llevaron a un lugar encapuchado, que había muchas personas, que lloraban y gritaban, que ponían música pero se escuchaba igual. Que había una chica que lloraba y que él presentía que era mi hermana”.
La familia Vallejos sufrió por lo menos tres allanamientos en los que “personas vestidas como militares entraron, rompieron todo buscando armas. Siempre fuimos gente muy humilde, mi mamá les preguntaba qué necesitaban y ellos preguntaban qué contaba mi hermana cuando iba a mi casa”. Luego, Mirta recordó que en una ocasión una mujer “vino a la casa de mis padres a pedir ropa para mi hermana” y que, por eso, la familia creyó que Victoria seguía viva. Los allanamientos se repitieron en la casa de la familia Leguizamón, vecina a la de les Vallejos.
“Cuando se pudo”, dijo Mirta, se acercó a la Conadep a “hacer la denuncia porque necesitábamos saber qué había pasado” con Victoria. Fue con Eva Ramona Leguizamón, una de las hermanas de Miguel Angel, quien también permanece desaparecido. Llevó una foto de Infantino que su hermana le había dado a su mamá. “Era lo único que teníamos. El nombre de este hombre y esta foto –una imagen de su boda– que su mujer le había dado a mi hermana. No sabíamos dónde vivía, nada”, aclaró Mirta, que recordó que su hermana menor “era una nena, no salía a ningún lado, durante la semana trabajaba y el fin de semana venía para estar con mis padres o su novio. Era una nena”, repitió. De Victoria y Miguel Ángel no se sabe más que la fecha de secuestro; no hay ningún testimonio ni información de ningún tipo que indique su paso por algún centro clandestino.
"Errores"
“Esto es una guerra y a veces se cometen errores”, le dijo a Francisco Héctor López el tipo que lo estaba interrogando a los golpes en el lugar en donde fue mantenido cautivo tras ser secuestrado en febrero del ‘77. “Estábamos cenando en la casa de Ana María Edwing con mi esposa, que estaba embarazada en ese momento. Pasando las 23 entraron cinco o seis personas armadas. Buscaron armas y no encontraron, pero un libro sobre las montoneras de Sarmiento les sirvió de excusa para decir que éramos subversivos o algo por el estilo”, relató.
Los sacaron de la casa vendados, los subieron a diferentes autos y tras media hora de recorrido los llevaron a un lugar en donde los esposaron “a un caño, un lugar chico”. Contó también que les sacaron los “relojes, alhajas, dinero que teníamos encima”. “Y ahí quedamos. Era una especie de sótano con ventiladores de techo”, resumió. López dijo que “se salvó” porque no lo buscaban a él, sino a su cuñado.