“Si tienes una amistad que ilumina tus días, te llena de alegría y mitiga tus penas, engánchala con ganchos de acero”, recomendaba William Shakespeare. La inquietud por la amistad se remite a los estoicos (también lo había preocupado a Heráclito), atraviesa la historia de la filosofía y se manifiesta renovada. Tomemos por ejemplo conceptos de Gilles Deleuze y Michel Foucault. El primero busca “el grano de la locura” que habilita y sostiene una amistad; el segundo retorna a los clásicos para una ética de la amistad, de la mutua compañía en libertad. Pero desde el fondo de los tiempos resuena e intriga la sentencia aristotélica: “¡Amigos! ¡No hay amigos!”.
La amistad es un juego de poder y afecto que difiere de los vínculos sexuales, familiares, laborales, de pareja. No se firman documentos, no se intercambian flujos, no hay lazos de sangre, obligaciones civiles, ni promesas de exclusividad. Mientras dura la amistad lleva la delantera lo no tóxico, caso contrario lo cercano se torna lejano. Una balanza, dos platillos. La amistad se mantiene cuando el mayor peso es el placer de la comprensión mutua; termina o se contamina cuando suscita malestar. El antagonismo que subyace en la imposible amistad.
Aristóteles no la niega, de hecho, habla a los amigos. Simplemente -y nada menos- les advierte que en la amistad palpita una hostilidad potencial. El enemigo no traiciona, solo el amigo puede, eventualmente, violar la lealtad. La amistad, para este filósofo se clasifica en tres tipos: la que se busca por utilidad, la que se sostiene por placeres compartidos (hoy se podría pensar en “los amigos de la fiesta” o similares), y la producida por el aprecio genuino. Un alma que habita en dos cuerpos, un sentimiento que anida en dos almas, una virtud que brilla entre la opacidad cotidiana y hace más llevadera la vida.
La utopía ingenua del estribillo popular “quiero tener un millón de amigos” del siglo pasado devino realidad contundente y contradictoria en el actual. Contundente porque hoy existen condiciones de posibilidad tecnológicas para alcanzar lo que en la época de Roberto Carlos era una fantasía. Pero contradictoria, porque la amistad multitudinaria refiere a meros contactos anónimos. ¿Qué tiene que ver aquella amistad que habría que asegurar con ganchos de acero con los actuales intercambios en red?
La amistad se dice de muchas maneras, aunque con un lugar común: la exclusión y el falocentrismo. Se detecta reflexión y creación artística sobre la amistad desde seiscientos siglos antes de Cristo. Sin embargo, hasta el siglo XVII de nuestra era, la amistad parece ser únicamente “cosa de hombres”. Recién entonces aparecen reflexiones conceptuales y representaciones artísticas sobre la amistad entre mujeres. Pero hoy, excepto en las militancias de género y afines, ¿cambió el ideario de la amistad?, ¿o persisten prejuicios patriarcales respecto de las mujeres y otras identidades sexuales?
Otra complejidad para comprender una relación tan imprevisible como la amistad es el criterio de demarcación de ese territorio socio-emotivo. Por una parte, existen quienes consideran que la amistad deja de ser tal y adquiere otro estatus si se mantienen relaciones sexuales entre amigues, por otra, hay quienes se relacionan sexualmente y se siguen considerando amigues (no “otra cosa”).
También se habla de amistad con ciertos animales: la mascota como mejor amigue, pero ¿se trata realmente de una relación libre e igualitaria como se supone debería ser la amistad? Algunas posturas equiparan la amistad a la hermandad, ahora bien, ¿una hermana es una amiga?, ¿lo es una amante?, ¿un jefe?, ¿un/a docente? Para zafar de este laberintito conceptual, habría que diferenciar entre amistad y amigable. En la amistad se es amiga/o/e con todo lo que ello implica. En cambio, en las relaciones familiares, políticas o sexoafectivas, entre otras, se interactúa de tres modos: típico, indiferente o amigable. Amistad no es lo mismo que amigabilidad, aunque tienen un aire de familia.
Maurice Blanchot cree que sabemos cuándo termina una amistad (incluso si aún perdura) por un desacuerdo, una rivalidad, una rispidez o ciertas palabras desafortunadas. Pero, ¿sabemos cuándo comienza? No hay flechazo en la amistad, sino más bien un hacerse paso a paso. Una lenta labor del tiempo que lleva a desear compartir vivencias con una persona en especial. No obstante, Blanchot no podía imaginar que aparecería la digitalidad y degradaría los valores indispensables que durante mucho tiempo connotaban amistad: compromiso afectivo, solidaridad, acuerdos emotivos, cercanía y lealtad que se van consolidando con el trato recíproco.
¿Y el ghosting? No es solo digital y entre vínculos sexoafectivos, también se produce en relaciones amicales concretas. Cortar sin pedir ni dar explicaciones. Abruptamente. Nuestro imaginario social no ofrece contención para el duelo por la amistad perdida.
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Rosa Luxemburgo, exalta la amistad como el agrado de compartir actividades, entendimiento, simpatía y sinceridad impregnadas en afecciones de amor. Vivo más feliz en la tormenta, cartas a amigas y compañeras, (Rara Avis) es una recopilación epistolar de Rosa. Mientras sus enemigos fraguaban secuestrarla, torturarla y asesinarla, ella -sabiéndose perseguida- redoblaba la acción política y su comunicación epistolar con amigues en general y con su gran amiga Clara Zetkin en particular. En su última carta le decía que estaba tan alborotada que no tenía tiempo ni de pensar en sí misma, porque “C’est la revolution”. En la respuesta, Clara -entrañable y desesperada- pregunta con angustia: “¿Te llegará esta carta, te llegará mi amor todavía, alguna vez?”. No, esa carta dictada por la pasión revolucionaria, el temor y el amor nunca le llegó a Rosa. Otra filosofa y politóloga, Hanna Arendt, considera que la amistad es un afecto político en el que hay amor sin “posesión”. A diferencia de la pasión sexoafectiva, que es del orden de lo privado, la naturaleza de la amistad es pública. Habitar en la pluralidad del mundo significa establecer relaciones de amistad. Hanna no duda en señalar que las personas que marchan juntas adquieren mayor capacidad para pensar y actuar en el mundo. La amistad es correlativa del diálogo, de la escucha, de la comprensión y del grano de la locura.