Imanol Subiela Salvo

Escribir sobre Fabio Kacero es tratar de descubrir un misterio. Todo lo que rodea la obra de este artista es una gran incógnita. Su trabajo es como uno de esos chistes que alguien dice en un evento para que únicamente le de gracia a unos pocos entendidos: solo le da risa a los que entienden las pistas previas. Pero es ese misterio el que permite que las obras de Kacero sean objetos artísticos suspendidos en el tiempo, pequeños tesoros que emergen en una época donde todo es tendencia y categorías prefijadas.

Algo de esto ya fue advertido por la escritora y crítica de arte María Gainza. En el año 2006, a raíz de la exposición de Kacero titulada La muestra del año, ella escribió en este mismo diario: “El universo de Fabio Kacero presenta una duda radical. Sus trabajos, completamente desviados de todas las categorías del arte, pertenecen a un estado fuera del arte, algo que aún no podemos designar y por lo tanto, menos aún, pensar”.

Como si el tiempo no hubiese pasado, el artista nuevamente trae una muestra en la que el único aproximamiento posible es la duda (y el extrañamiento). Kacero acaba de inaugurar en la galería Ruth Benzacar una exhibición titulada El campeón de los fantasmas. Se trata de una muestra en la que la mayoría de las obras son decenas de firmas de distintas personas del mundo cultural. A eso se suma una pintura monocromática y un video.

Es una muestra partida en tres, pero en donde cada pieza va a darle sentido al todo. Una muestra que, como siempre, es un chiste de Kacero.

1. Hace un poco más de diez años, este artista se obsesionó con Jorge Luis Borges. Pero no lo hizo específicamente con su obra, sino más bien con su caligrafía. Kacero quedó atrapado en la manera de escribir de este otro autor: cómo hacía cada letra, la forma en la que hilvanaba cada palabra, la manera en la que dibujaba cada una de las letras que escribía a mano. A raíz de esto contó que empezó una ardua tarea de imitación: durante un buen tiempo se esforzó por copiar su caligrafía. Según dijo en aquel entonces, esto le trajo algunos cambios de personalidad, como si escribir como Borges se traduzca en pensar o ser como Borges.

Después de aquel episodio, no es extraño que Kacero haga una muestra entera dedicada a copiar la caligrafía de unos cuantos artistas: la experiencia de Borges fue un entrenamiento para poder crear muchas de las obras de El campeón de los fantasmas: decenas de firmas de personas muertas, copiadas a la perfección. Con esta muestra podemos imaginar que Kacero es, de alguna manera, un falsificador.

Con el correr de los años, los falsificadores fueron ocupando las sombras del mundo del arte, recolectando el odio de los artistas y los galeristas que con sus copias estafaron. Otra vez Gainza: en su novela La luz negra, la narradora de la historia le sigue los pasos a una falsificadora de cuadros –que imita a la artista Mariette Lydis– y a una estafadora institucional que hace negocios con la otra mujer. Sin embargo, más allá de la mala prensa, los falsificadores tienen grandes habilidades artísticas: son tan buenos técnicamente que sus imitaciones parecen cien por ciento reales.

De todos modos, Kacero es un poco más honesto y no copió tantas firmas. Él mismo lo aclara: “Las firmas de los artistas, críticos, curadores y galeristas vivos incluidos en esta muestra son firmas que,en su mayoría, he recolectado yo mismo en persona”. Aquellas firmas de las personas muertas aparecieron, supuestamente, gracias a “dotes mediúmnicas” –aunque no todos los espectros convocados le cedieron su firma a pesar del pedido–.

Sin embargo, todas las firmas tienen la firma de Kacero y con ese gesto él transforma estos pedidos (terrenales o metafísicos) en obras suyas. Incluso firma las obras cuya imagen son su propia firma: es como el meme de Spiderman señalándose a si mismo.

Pero lo interesante no está en la selección de las firmas (desde Jorge De la Vega, hasta Mark Rothko, pasando por Silvina Ocampo) ni tampoco en la manera que Kacero las consiguió, sino en que sin imágenes no valen nada. La firma de un artista no es nada sin la imagen de su obra. De la misma manera que una obra sin firma (o con una firma copiada) tampoco vale de mucho. Quizás por eso nadie quiere a los falsificadores. Aunque sus imitaciones sean perfectas nadie quiere guardar en su pinacoteca la imagen que hizo un chanta.

2. El campeón de los fantasmas es una exhibición funciona adentro de un “sistema Kacero”. De la misma manera que existe un Sistema de Atención Médica de Emergencias (SAME), existe un “sistema Kacero”. Se trata de un entramado de producciones artísticas que exceden las obras visuales. Esta exhibición en la galería Ruth Benzacar sirve para identificar la forma en la que trabaja este artista: no se puede pensar sus muestras sin tener en cuenta su obra literaria.

Kacero es un artista muy habilidoso para autocitarse a sí mismo y para crear toda una red de imágenes y conceptos alrededor de su propia obra. Esto ya había aparecido en libros suyos como Salisbury –editado por Mansalva en 2013–, donde los cuentos van tejiendo una red en donde cada uno sirve para darle sentido a los que siguen y a los que estuvieron antes. Y tal como señala Francisco Garamona –editor de Kacero y también curador de esta muestra–, El campeón de los fantasmas parecería ser la continuación de su libro Antología del sueño argentino, pero en otro formato.

La autocita más importante de la muestra aparece con la obra que está más alejada del corpus principal: una pintura monocromática rosa, un lienzo rectangular pintado únicamente de ese color. Esta pintura es la que aparece en un cuento que forma parte de la exhibición, titulado “El monocroma del molinero”. En él se cuenta la historia de un molinero que en 1641 fue poseído por cinco espíritus distintos, cada uno de ellos le ordenó pintar de una manera determinada en cada día de la semana. El del viernes siempre le hizo pintar monocromas. Pero las obras de este trabajador agrario no duraron mucho: su mujer quemó todo porque pensó que estas apariciones eran diabólicas. Sin embargo, una única pintura logra sobrevivir: el monocroma rosa que está en esta muestra de Kacero.

Con esta pieza, el “sistema Kacero” se hace presente. Con una única pintura el artista exprime al máximo este autocitado y pasa de una disciplina a otra en un abrir y cerrar de ojos. La pintura y el cuento van de la mano, caminan a la par. Además, mantiene una conexión con la otra sala de la muestra, la de las firmas, porque lo que está haciendo Kacero con este juego es pensar la figura del autor y plantear una ambigüedad sobre la autoría de ese monocroma: es una obra de Kacero y al mismo tiempo del molinero del cuento y del espíritu que le pidió que la haga.

3. El campeón de los fantasmas es una muestra que se sostiene gracias a la ficción. La exhibición es otro gran cuento de Kacero convertido en muestra de arte contemporáneo. Estas imágenes tienen peso gracias a la fantasía que flota a su alrededor.

La exhibición plantea un universo fantástico. Es el relato de un artista que habla con personas muertas y les pregunta, como si estuviese jugando al juego de la copa, si le firman un papelito para después enmarcarlo y mostrarlo. La fantasía va a servir como un gran paraguas para que Kacero construya esta serie de obras: desde la recolección de firmas, hasta el monocromo, pasando por el video del noticiero que tiene una sola noticia para dar –que se murió una actriz porno–.

Los límites entre el Kacero artista visual y el Kacero escritor de ficción se desdibujan en El campeón de los fantasmas. No hay forma de separar una cosa de la otra e incluso puede ser un error pensar la obra literaria como algo paralelo a la obra visual de Kacero: en el “sistema Kacero” todo es lo mismo y la palabra es una continuación de la imagen y viceversa.

Este relato de Kacero médium, de Kacero pidiendo firmas en situaciones sociales y de Kacero escritor, que aparece en el cuento “El monocromo del molinero”, es lo que le da sentido a las obras. Lo que está haciendo este artista es poner en evidencia el funcionamiento del arte contemporáneo en sí: ya no alcanza solo con las obras, sino que hace falta un montón de textos alrededor para que una obra cobre sentido. Se supone que esta es la era de la imagen, pero en el caso de las artes visuales entramos en la era del texto. Al fin y al cabo, una firma es, ante todo, un texto, una palabra escrita.

El campeón de los fantasmas de Fabio Kacero se puede ver en Galería Ruth Benzacar (Juan Ramírez de Velasco 1287, Buenos Aires) hasta el 27 de agosto.