Los ojos de Elpidio Torres no alcanzan a ver los postes de madera con sus cables tendidos al infinito secundando las alcantarillas vacías, ni las tapas de los desagües que se hacen sucesivos puntos redondeados. Un polvo rojizo desborda desde la traza trepando por el muro a la espera de que el sol directo rebaje su color hacia la nada. Elpidio escuchó cómo pintaron la inscripción en el muro opuesto durante la hora de su desvelo. 

Si Elpidio lo recuerda, el muro era una extensa pared rodeando la manzana que fue fábrica, luego depósito hasta llegar a ser estructuras abandonadas. De niño solía mirar hacia el muro alejado en las afueras más elevadas de la ciudad. La discusión que lo nombraba venía incluso desde mucho antes, aunque para él, las cosas y sus significados, eran recientes. 

El pasado insuperable, y el futuro evolucionado, estaban sobre cada junta y cada ladrillo del muro, pero también estarían en las muertes de Hadad y Manzur. Para el mundo de Elpidio, la muerte de Hadad, inauguró su carrera de investigador, aunque la primera muerte fue la de Manzur. Manzur amaneció tendido junto a la piedra basal de la fábrica con su proclama anti progreso doblada prolijamente entre los dedos rígidos un nueve de julio dominado por la escarcha. El muro aún no estaba terminado. Tras esa muerte, que consideraron violenta, los seguidores de Manzur se definieron años más tarde, con la palabra magma y los otros, iluminados por la voz de Hadad, se dieron el nombre de gélidos. Los seguidores del magma negaban que cualquier futuro fuera superior al pasado añorado. Secretamente idearon un método para intentar adelantar el tiempo y demostrar así la decadencia de todos los futuros posibles. Advertidos por Hadad y sus estudios, los gélidos, se entregaron a frenar tal deriva, y como sucede con la inercia de las ideas y sus intérpretes, la muerte de Hadad vino a descubrir esa discusión.

Desde la puerta, la habitación estaba apenas desordenada para Elpidio. En el piso, bajo el cuerpo de Hadad, las manchas ocultaban parte del texto en la hoja escrita a mano alzada. Era una hoja de cuaderno, sin mayores datos que la premura y torpeza con la cual fue arrancada. Sobre el escritorio de nogal, el cuaderno abierto dejaba leer las ideas en pugna. Una taza con un líquido parecido al té señalaba hacia arriba la proclama de Manzur colgada en la pared solitaria. 

-A diferencia del pasado, el futuro es sucesivo -leyó en voz alta Elpidio-, lo que está por venir puede ser enumerado, nombrado, recibido bajo nuevos términos. La sucesión puede comenzar desde cualquier punto cero a determinar. En cambio, la descripción del pasado, que es especulativa, surge del desconocimiento de los acontecimientos o desde el recuerdo de un hecho impactante. Manzur no aceptaba que al nombrar un futuro, o al llegar un futuro x, el pasado ya estuviera detrás. 

Elpidio, sin mayor afecto por esas especulaciones, calculó en la rigidez del cadáver, veinticuatro horas de fallecido y determinó la causa de la muerte por el olor a almendras en la habitación y la mancha de té sobre la hoja de cuaderno.

Que los superiores de Elpidio vinieron a ser gélidos dos días después de la muerte de Hadad, no alteró las circunstancias diarias sino hasta el tercer día, cuando leyeron el informe de Elpidio. Más cordiales que serenos, como todo depositario de una nueva doctrina que está dispuesta a cambiar el mundo, los gélidos cuestionaron cada letra del informe de Elpidio. 

Lanzados a desterrar la acción del magma, le postularon a Elpidio cómo será en adelante la manera correcta de entender el pasado. 

-Ningún pasado es sin una nueva renovación de los términos, de las circunstancias, de la interpretación -le dijeron. 

-Todo hecho sucedido en el pasado será revisado diariamente. No para cambiarlo en sí mismo, sino para resaltar la incerteza que lo caracteriza, para contrastar su fragilidad frente al sólido porvenir. 

Paradojas aparte, el designado jefe censor o intérprete del departamento los Futuros Nuevos Pasados se llamaba Pablo Cambiasso. Sin mayor característica a señalar, como todo censor, en Cambiasso habitaban la convicción ideológica de sentirse superior y la ferocidad inflexible de su vocación todo bajo una calva incipiente. 

La proclama de Manzur colgada en la pared solitaria, no figuraba en la primera versión reinterpretada de Cambiasso. El aroma a almendras venía de un almendro inexistente de un patio inexistente en la segunda versión. En la tercera, Hadad no había sido envenenado o se hacía pensar en la fatalidad de un casi seguro accidente. En todas se concluía con una frase dogmática como sinónimo de verdad. Elpidio ingenuamente se opuso a esas revisiones constantes que se alejaban velozmente de la realidad y así velozmente logró ser destituido, perseguido y catalogado adscripto al magma.

Poco temerosos, y bajo la emoción de haber sido los primeros agredidos, los seguidores del magma no dejaron de interpretar también el informe de Elpidio. Basados en que todo fue mejor antes de la muerte de Manzur, tomaron el informe de Elpidio para acelerar la nominación de los Futuros. Consideraron a la muerte de Hadad como el punto cero desde el cual se podía resguardar inmodificable todo lo anterior. Muchas versiones de las consecuencias de la muerte de Hadad eran emitidas cada día. Todas eran impulsadas bajo la forma de rumor. En ninguna se adivinaba el autor de la muerte aunque se sugería siempre un nombre. 

Elpidio ganó así el presidio ya que en una de las versiones era el asesino de Hadad, su informe había sido su débil coartada y buscaba ser el próximo tirano demoledor de Magmas y Gélidos. Al principio los días fueron simétricos en el presidio. Elpidio sintió cierto alivio. El encierro ya no lo expone a ser otro o a desaparecer tras las nuevas versiones del pasado o del futuro. Solo queda el estigma de ver el viejo paredón de la fábrica en la vereda opuesta. 

Cada noche a la madrugada, a la hora del desvelo, repasa los hechos tal cual los recuerda. Recita cada palabra de su informe a modo de memoria vital. Hace unas horas han pintado la inscripción sobre el paredón opuesto. Sabe que grupo fue, pero juega a adivinar cuál versión de la realidad se impondrá por algunas horas. Al despuntar el sol se disipa el color del alba sobre la calle polvorienta. Elpidio busca la sentencia en la pared. Sus ojos recorren la calle descendente, pero ya no alcanza a entender si los postes y las tapas de desagües sucesivos, fueron así, o si en unos instantes seguirán siendo así.