Los hombres del Dadá Berlín la llamaban “buena niña”, la encargada de los sándwiches, el café y la cerveza, la chica del pelo corto, o la dadásofa, (porque dadásofo le decían a su amante, el dadaísta Raoul Hausmann). Amparados en los apodos del desprecio el grupo intentó que Hannah no fuera lo que es: una precursora del fotomontaje en el período de entreguerras y una feminista poderosa -el mapa con los países de Europa donde las mujeres podían votar aparece en su primer collage famoso- que supo enfrentar el machismo de los Hans Richter (el bautizador del “buena niña”). 

Hannah, la única mujer artista del grupo berlinés de los años veinte, se anticipa al prejuicio que su biografía revela y aviva desde el aliento que empuja el aire sin fecha de vencimiento el deseo de salir a buscar revistas, acuarelas, papel glacé, telas bordadas, plasticola y tijera. Su obra, cuyo recorrido suele narrarse desde su Corte con cuchillo de cocina (Schnitt mit dem Küchenmesser, 1919) un collage de 90 x 114 cm, en el vientre cervecero de la república de Weimer, desafía vértices, direcciones de mirada y se lanza en travesía de pigmentos texturados donde las palabras recortadas son el color de los sueños y los sueños el sonido de las ideas.

Su fervor por el fotomontaje acuna dos nacimientos, uno pudo ser en 1918, durante unas vacaciones en el Báltico con Hausmann donde encontraron fotos de soldados alemanes; el otro, unos años antes, en 1916, cuando Hannah -que trabajaba en una editorial- ya diseñaba bordados (escribió un manifiesto sobre el bordado en el que instaba a “desarrollar un sentimiento por las formas abstractas”) y encajes.

Imágenes de revistas y periódicos eran los materiales utilizados por la artista alemana Hannah Höch (Gotha, 1889-Berlín, 1978)

 

Cuando vemos la obra de Hannah vemos a un presidente alemán y a un ministro de defensa en traje de baño entre sombrillas, flores, mariposas y bordados, alegatos feministas que se ríen de la imagen de mujer moderna que la publicidad vende, cuerpos liberados -la liberación de los cuerpos en Höch suele empezar por las piernas- y una enciclopedia privada con torsos fragmentados, bocas que se ríen en mandíbulas inertes, la cabeza enorme de una muñeca con cara de bebé horrorizada en el cuerpo de una novia a punto del dar el sí, ruedas, gatos, alas, ojos de pescados y piernas libélulas -siempre piernas- que ilustran, como en los sueños que montaba Greta Stern, la oda deseada que iluminan los matices azules de los escarabajos.

Malabarismo vital de la vigilia preclara. La artista que los dadaístas querían mantener en la cocina: “nos quieren amateurs, nos niegan cualquier estatus profesional real”, y que escribió en 1920 un cuento sobre un pintor que teme perder (está muy asustado) su genialidad creativa cuando su esposa le pide que lave los platos tres o cuatro veces al año, también tuvo que escapar de la cacería nazi. Hannah era un blanco móvil, una artista “degenerada”, una hacedora del “arte degenerado”; su exilio -su carta robada- fue en una casa en las afueras de Berlín donde vivió cruzando los dedos para que sus vecinos no la delataran. "Era el lugar ideal para hundirse en el olvido” y la guarida que se convirtió en su hogar hasta el final. Vivió años de tortuoso romance con Hausmann, otros más felices con la escritora holandesa Til (Mathilda) Brugman y unos pocos con Kurt Matthies, un pianista alemán.

Un despilfarro elegante en el tajo afilado de sus cortes, la insinuación de los colores y la certeza (en 1920) de que la llamada “comunicación de masas” incidía en la construcción de identidad de sus receptores, destrozan esa lentitud de aparejo que se va llevando el día sin imaginación y revolucionan la belleza. Entonces el día se aclara, y también la garganta.