Un teatro vacío como un signo de época. En ese contexto, el músico gaúcho Vitor Ramil registró con tomas en vivo su último disco, Avenida Angélica (2022), en plena pandemia y en el medio de una delicada crisis social, política y económica que atraviesa Brasil. Sin público, a guitarra y voz. El histórico Teatro Sete de Abril, en Pelotas, -el tercero más antiguo de Brasil- se convirtió durante dos noches de agosto de 2021 en un estudio de grabación. El gesto recuerda a El lapsus del jinete ciego (2016), disco que Gabo Ferro grabó también en un teatro vacío –el ND/Teatro- como respuesta simbólica al vaciamiento cultural que emprendió el macrismo con su llegada al gobierno.

En el disco de Ramil, la ausencia suena con un carácter similar, pero el motivo central que la provoca es otro. Si el silencio ya era un elemento clave en la música del brasileño, en estas 18 canciones adopta un protagonismo inquietante. En esta oportunidad, el compositor, guitarrista y cantante musicaliza una serie de poesías de su coterránea Angélica Freitas. "La poesía de Angélica es culta, divertida, amorosa, conmovedora y sobre todo es muy musical", la define Ramil en el audiovisual que amplifica la experiencia del disco.

No es la primera vez que Ramil se ocupa en un disco de musicalizar poesías de otros. En su disco Délibáb (2010), llevó al terreno de la milonga poesías de Jorge Luis Borges y del poeta gaúcho João da Cunha Vargas. La osadía de reunir esos dos mundos dio como resultado un disco bellísimo. El brasileño va de la ciudad al campo y del campo a la ciudad y en ése tránsito consigue la potencia de su música. Ramil no es un tropicalista –ni podría serlo-, pero con sus propios medios, recursos y estrategias logra atrapar la estética de su región –Río Grande do Sul- con una osadía semejante.

"No tenemos público presente no por ese motivo, sino porque estamos en medio de la pandemia, uno de los periodos más trágicos y tristes de nuestra historia", señala Ramil en el audiovisual, que cuenta con un ambiente escénico creado por la artista visual Isabel Ramil. "Avenida Angélica ganó así un carácter entre lo urgente, lo afectivo y lo festivo”, explica sobre la imposibilidad de presentarse en vivo ante un auditorio, pero también sobre la oportunidad de celebrar un disco nuevo. Si bien las canciones no se refieren al contexto sanitario, porque fueron escritas antes, sí transmiten sensaciones de melancolía, desolación y a veces desconcierto.

Esa atmósfera de intimidad y profundidad se logra no solo por el contexto –un teatro vacío que incluso se encuentra en un proceso de restauración-, sino por el propio estilo de Ramil. De todos modos, su registro vocal transmite una saudade dulce, agradable, con algo de ligereza. Pero la espesura se advierta ya en la primera canción del disco, “Rilke Shake”, y se profundiza en piezas como “Stradivarius” y “Siobhan”, su canción favorita. “Encuentro sus imágenes tan poderosas que las canto ‘viendo’ todo, desde personajes imaginarios hasta lugares reales como Hamburgo. Es un poema de amor poderoso y conmovedor”, sostiene el también escritor.

El disco encuentra aire en el blues “Cosmic Coswig Mississipi”, la rítmica sencilla de “Mulher de rollers” y en “R.C”, una canción que emula el estilo popular de Roberto Carlos. El ingenio risueño de Angélica Freitas, en tanto, se evidencia en “Família vende tudo”: “Família vende tudo / Um avô com muito uso / Um limoeiro / Um cachorro cego de um olho” (Familia vende todo / Un abuelo con mucho uso/ Un limonero/ Un perro ciego de un ojo)”, dice la letra.

La austeridad se potencia en canciones como “Bigodinho” -cantada a capella- y en “Mulher de Malandro”, en la que además de cantar hace percusión con su cuerpo. La acústica del teatro es perfecta: se escuchan los ecos, el silencio habla. La palabra se expande. Y permite que se luzcan historias reales como las de “A mina de ouro de minha mãe e minha tia”, que cuenta un episodio familiar de la poeta.

En este disco –“¿todavía hay discos en la agroindustria de la música?”, se pregunta-, el artista gaúcho demuestra una vez más que la canción puede ser una trinchera en tiempos agitados y que siempre hay puentes para conectar con la emoción. Y Vitor Ramil, uno de los cancionistas más excepcionales de este rincón del mundo, es un especialista en eso de convertir desolación en belleza.