Qué será del verano - 7 PUNTOS
(Argentina, 2021)
Dirección: Ignacio Ceroi
Guion: Mariana Lia Martinelli e Ignacio Ceroi
Duración: 86 minutos
Intérpretes: Charles Louvet, Mariana Lia Martinelli e Ignacio Ceroi
Se exhibe en la Sala Lugones del Teatro San Martín desde el jueves 21 y hasta el domingo a las 21 y desde el martes 26 y hasta el jueves 28 a las 18.
Ignacio Ceroi debutó en la realización de largometrajes un lustro atrás con Una aventura simple, en la que dos hombres encontraban una escultura en una excavación arqueológica y uno de ellos, obsesionado con el hallazgo, iniciaba un viaje y desaparecía sin dejar rastro, abandonando a una hija que largos años después partía hacia el Amazonas en su búsqueda. Estrenado en la sección Forum del Festival de Berlín de 2021 y ganador del premio a Mejor Película de la Competencia Argentina del Bafici de ese mismo año, su segundo largo también enciende el motor narrativo gracias a las chispas generadas por el cruce entre obsesión y aventura, aunque quien se obsesiona no es otro que el propio director, cuya voz en off cuenta al inicio del film de qué va la cuestión: en 2019 su novia viajó por una beca a París y él decidió ir a visitarla durante tres meses. Ni bien llegó compró una pequeña cámara HD hogareña usada en cuya memoria todavía estaban los videos de su dueño anterior.
Ese dueño, al igual que la película, entiende la aventura como lo haría un personaje de Mariano Llinás: no como algo épico ni extraordinario, sino como un encadenamiento de situaciones que ocurren entre los pliegues más ordinarios de la vida diaria, como un sinónimo de dejarse llevar por el impulso de perseguir lo que magnetiza su atención. Presentada como un documental, aunque resulta imposible dilucidar qué tanto de lo que se ve y se escucha durante la hora y media de metraje es real y qué no, Qué será del verano utiliza los hallazgos audiovisuales de la cámara para que Ceroi se interese por la vida de ese hombre anónimo a quien ve, en un principio, haciendo fuego en una pequeña parrilla, compartiendo tiempos muertos con una mujer y jugando con tres perros a los que filma con devoción.
El inicio de un amistoso intercambio de emails entre ambos –Ceroi busca su contacto en la página de compra y ventas para avisarle del material olvidado– coloca las primeras piezas del rompecabezas: el hombre se llama Charles, vive en Montpellier, es dueño de un depósito y bautizó a dos de sus tres perros como Jamón y Queso, en honor a los sándwiches que come a diario hace años.
Qué será del verano pendula entre los pormenores de la visita de Ceroi a su novia y la reconstrucción de la historia de Charles mediante esos mails que progresivamente dejan de limitarse a lo informativo para convertirse en la bitácora de una vida, el resumen de las peripecias de un hombre que, por lo que cuenta, ha tenido muchas y variadas. Peripecias “normales” en principio, hasta que empieza a rememorar viejas andanzas y, con ello, a abandonar los carriles de lo que podría considerarse común. Sucede a partir de un viaje a Camerún, donde llega para trabajar como chofer de un diplomático en la Embajada de Francia y, aprovechando los largos tiempos libres para recorrer sus calles abarrotadas, descubre un ecosistema social en el que conviven la lucha armada, la religión y hasta una cosmogonía que piensa la relación entre el ser humano y la naturaleza de una manera más armónica que la impuesta por la concepción extractivista de Occidente en general y de gran parte de Europa en particular.
Las huellas del cine de Mariano Llinás trascienden el ADN de Charles. Imágenes cuyo sentido es dado por un relato en off (menos ampuloso y más calmo que el de una de las patas de la productora El Pampero), un espíritu lúdico que se desprende de un relato que se apropia del fluir de su protagonista y la idea del aburrimiento y el tedio como disparadores de la aventura son muestras de eso. La suerte de Qué será el verano está estructuralmente atada al recorrido del francés, en lo que es su mejor virtud a la vez que su peor defecto: cuando Ceroi apuesta por la imaginación y se deja permear por la sorpresa y la curiosidad, la película adquiere interés y relevancia; cuando opta por la autorreferencia y el ombliguismo (otra vez Llinás…), el asunto se empantana en el terreno del ejercicio narcisista. Para suerte del espectador, hay mucho más de lo primero que de lo segundo.