Leemos un poema El maestro homenaje a Freud, – grano de arena en torno al cual el molusco forma la perla, marca en el cuerpo del poema –, poema no publicado por su autora hasta después de la muerte de Freud, la poesía oficia de testimonio.

H.D. (como acostumbraba firmar Hilda Doolittle, moda en su época) era escritora, también bisexual y practicaba el poliamor. Se analizó con Freud en 1933, en el tiempo en que él escribía sobre la sexualidad femenina, ya que en 1931 publicó Sobre la sexualidad femenina  y entre 1932 y 1933 se publicaron Nuevas Conferencias Introductorias al Psicoanálisis y la Conferencia 33 La feminidad. "Me fastidié con el Profesor al leer uno de sus libros. Decía (según recuerdo) que las mujeres no llegan a nada o no llegan a mucho, en la actividad creadora a menos que tengan una contraparte masculina o un compañero masculino de quien extraer su inspiración. Tal vez tenga razón, y mi sueño de 'salar' la máquina de escribir con el símbolo delator de la transferencia, sea una prueba más de su infalibilidad", expresó Hilda Doolittle, que ganó The Award of merit Medal for poetry en 1960.

Esta poesía acalambra, desobedece, crítica, ama, odia, y a través de su honestidad, nos da a leer destellos de lo real, que dan cuenta de una práctica del psicoanálisis en los momentos de su invención. La ambivalencia que se lee deviene pregunta. Un movimiento transferencial da lugar al amor, a la idealización, pero no a la sumisión ciega, no a una transferencia masiva que impida un pensamiento sobre el acontecer del propio análisis, hace lugar a una distancia que propicia una escritura sobre el tiempo de las sesiones transitando un sendero que asoma los abismos de la caída del “sujeto supuesto saber” encarnado en El maestro.

En inmixión de otredades se extrema un ritmo propio, los determinismos son atravesados, por y a pesar de su época, en su escritura, ¿clave de un pasaje por el análisis, por su construcción?

¿Será que Freud la ayudó en esto que el análisis podría propiciar? Sí y no, según lo que hace pasar su testimonio, que será según el testigo. Lo cual contribuye a no idealizar el análisis sino a pasar por él entre bajamares y pleamares, y a tomar la palabra.

El maestro (Hilda Doolittle)

I

Era muy bello/ el viejo,/ y yo conocí la sabiduría,/ hallé la verdad sin medida/ en sus palabras,/ su autoridad/ era decisiva/ (cómo era que comprendía?)/ cuando viajé a Mileto/ a buscar sabiduría/ dejé todo atrás,/ ayuné,/ trabajé hasta tarde,/ me levanté temprano;/ usara ropas simples/ o intrincadas,/ nada se perdía,/ cada vestido tenía significado,/ «cada gesto es sabiduría»,/ me enseñaba;/ «nada se pierde»,/ decía;/ me acostara tarde/ o temprano,/ atrapaba el sueño/ y me levantaba soñando,/ y forjábamos filosofía con el contenido del sueño/ y yo estaba contenida;/ nada se perdía/ pues Dios es todo/ y el sueño es Dios/ sólo para nosotros,/ para nosotros/ es pequeña la sabiduría/ pero suficientemente grande/ para conocer a Dios en todas partes;/ Oh era justo,/ aun cuando yo le arrojara sus palabras a la boca/ me decía/ «pronto estaré muerto,/ debo aprender de los jóvenes»;/ su tiranía era absoluta,/ pues yo tenía que amarlo entonces,/ debía reconocer que él estaba más allá de cualquier hombre,/ más cerca de Dios/ (era tan viejo),/ tenía que clamar/ su perdón,/ que él me concedía/ con su vieja cabeza/ tan sabia,/ tan bello/ con su boca tan joven/ y sus ojos;/ Oh dios,/ deja que haya alguna sorpresa en el cielo para él,/ pues nadie sino tú podría idear/ algo adecuado/ para él/ tan bello.

VIII

Y fue él, él mismo quien me libró/ a la profecía,/ no me dijo/ «sé mi discípula»,/ no me dijo «escribe, cada palabra que digo es sagrada»,/ no me dijo «enseña»,/ no me dijo «cura o sella documentos en mi nombre», no,/ era bastante informal,/ «no discutiremos eso»/ (dijo)/ «eres poeta».

*Traducción del poema por Diana Bellessi y Mirta Rosenberg. Texto publicado en En el margen, el 10/07/22. Allí se encontrará el poema completo.