Hay trayectorias individuales que se enmarcan en la generalidad de las sociedades a las que pertenecen. Una mujer proveniente de una familia del interior de la provincia de Buenos Aires, que puede ser equiparable a muchas de las familias argentinas, decide migrar a la capital en busca de progreso. A mediados de los años treinta se sube a un tren y se convierte en migrante interna. Al llegar a destino, trata de ingresar en un mundo plagado de prejuicios como la industria del espectáculo. Ahí se encontrará con todo tipo de preconceptos negativos propios de un rubro en expansión.
Dentro de ese mundo, asiste a una gala de beneficencia y conoce al coronel Juan Domingo Perón. Se enamora y finalmente se casan. Es en este punto donde lo normal deja espacio para lo singular. Perón gana las elecciones de 1946 y se transforma en Presidente, Eva en Primera Dama. Pero no cualquier Primera Dama. Eva es una mujer a la que le interesa la política: construye poder, compite por el poder, acumula poder y lo usa. Es una mujer en la que conviven lo normal con lo excepcional.
Esa excepcionalidad fue tan efímera en vida como imperecedera tras su muerte. Se transformó en ícono de generaciones enteras: sus discursos fueron reinterpretados cientos de veces, su lugar en la historia fue repensado hasta el hartazgo y los intentos por borrarla de la conciencia argentina terminaron por convertirla en un ícono de la cultura de masas. Hay una Eva para cada argentino, de semblante cálido para los que la quieren, de rodete apretado y mirada desafiante para los que la odian.
A 70 años de su muerte, el Suplemento Universidad conversó con Carolina Barry, doctora en Ciencia Política por la UBA, docente de la Universidad Nacional de Tres de Febrero (UNTREF) e investigadora principal del CONICET, y con Sandra Gayol, doctora en Histoire et Civilisations por la École des Hautes Études en Sciences Sociales de París, profesora asociada en la Universidad Nacional de General Sarmiento (UNGS) e investigadora independiente del CONICET para abordar dos costados de la figura de Eva: su influencia política para las mujeres y su muerte.
Eva y la política
A contramano del rol protocolar y benéfico de la Primera Dama, la figura de Eva suele estar asociada a una inquietud digna de una dirigente política. Esa vitalidad en la acción se entronca con una participación femenina anterior al triunfo electoral de Perón, en febrero de 1946. Barry sostiene que “había núcleos femeninos ligados a las antiguas fuerzas políticas que estaban coalicionadas y que apoyaron la candidatura de Perón: el Partido Laboralista, la Unión Cívica Radical Junta Renovadora y el Partido Independiente, y cada uno de ellos contaba con sus secciones femeninas”.
Esa politización de abajo es lentamente encauzada por Eva. “En 1947 aparecen los Centros Cívicos que empiezan a responder a Eva. Estos centros partidarios, previos al Partido Peronista Femenino (PPF), se llamaban Centros Cívicos Femeninos. Eva crea los propios en enero de 1947 para potenciar su liderazgo, pero también para trabajar al interior del peronismo la ley de sufragio femenino”, afirma Barry.
Con el armado de los centros cívicos, su labor al frente de la Fundación María Eva Duarte de Perón y su acercamiento a los dirigentes de la CGT, Eva construye poder propio. Su marca distintiva: tanto la Fundación como los Centros llevarán su nombre como rastro indeleble de la férrea voluntad política creativa. Crear poder, acumularlo y luego usarlo.
El 9 de septiembre de 1947 se sanciona la ley 13.010 que estableció el voto femenino obligatorio en todo el territorio nacional. Un reclamo de larga trayectoria en las luchas de las mujeres que era finalmente canalizado por Eva. A partir de acá, es más Evita que Eva. En 1949 se crea el PPF, una rama partidaria que venía a poner orden interno dentro de las diversas expresiones femeninas del peronismo.
Su nombramiento como presidenta es unánime. Barry destaca que “ahí se inicia una práctica política, de penetración territorial”, que es cuando hay un centro que estimula y dirige el desarrollo de las periferias. “Periferias que existían con los Centros Cívicos Femeninos, pero acá se potencian y se les da un nivel de llegada política muy superior. Se envía a cada capital de provincia o territorio nacional y Capital Federal a las delegadas censistas, que son 23 mujeres, nombradas directamente por Eva, que organizan el Partido”, añade. El objetivo era claro: preparar a las mujeres para la contienda electoral de 1951. El resultado quedó a la vista.
En el armado de las listas era Evita la que intercedía para lograr la representación del tercio que le correspondía al PPF. Los tercios restantes eran para el Partido Peronista Masculino y para el sindicalismo. Esa proporción se logró en 1954, pero quedó trunca con el golpe de un año después. Sólo se pudo equiparar recién con las leyes de Cupo y de Paridad de Género, sancionadas en 1991 y 2017, respectivamente.
Un partido para las mujeres
“Si bien integra el movimiento peronista, el PPF se crea como una fuerza política nueva donde lo que se busca es separar este espacio de la antigua política que estaba relacionada con las prácticas de los comités, los locales partidarios, de vino, del juego. Buscaban no introducir a las mujeres lo en ese mundo masculino de prácticas políticas que venían desde los conservadores, los radicales y otras fuerzas, sino asociar su actividad política a algo diferente. Algo que sea útil para ellas y sus familias”, enfatiza la docente de UNTREF.
Esa reforma se extendió más allá de las listas y las bancas. En este punto, la investigadora resalta el espacio directivo que ocuparon las mujeres dentro del Congreso: “En ese lugar estaba la primera mujer en el mundo que ocupó el cargo de vicepresidenta segunda de la Cámara de Diputados, y la primera en el mundo, vicepresidenta segunda en el Senado”. Esto no quedó solamente expresado a nivel nacional, sino que se replicó en los ámbitos provinciales.
“Más que hablar de una memoria de Eva, hay que hablar de las memorias de Eva. Es una causa perdida intentar controlarla e intentar imponer una sola memoria sobre ella, y es tal vez uno de los elementos más extraordinarios que tiene Eva”.
Evita se insertó en el organigrama de poder del peronismo con voz propia y supo articular lealtades y negociaciones personales. Si bien Perón era el líder del Movimiento, Barry sostiene que hay elementos para pensar un tipo de liderazgo conjunto. “Son dos liderazgos complementarios, en simultáneo, que no surgen en el mismo momento”, afirma la politóloga. Y agrega: “El de Eva surge a medida que avanza la construcción política del peronismo. Nace después que el de Perón, con los Centros Cívicos y en la relación con la CGT. Es decir, estaba por encima de esas estructuras. Ella se ocupaba no sólo de las mujeres, sino además del movimiento obrero, de las candidaturas sindicales, que también estaban a su cargo. Esta CGT es adepta y adicta, relacionada íntegramente con Eva, sobre todo cuando asume la secretaría general José Espejo, que es una pieza fundamental en el armado político de Eva”.
Una muerte imprevista
Si Evita le legó a las mujeres un rol protagónico en la política y a las peronistas un lugar institucional dentro del partido, lo cierto es que su ímpetu fue eclipsado por una enfermedad que le costaría prematuramente la vida. El cáncer de cuello uterino fue inclemente.Su salud se deterioró drásticamente durante todo 1951 y murió el 26 de julio de 1952. Sin embargo, el desenlace normal cedió el paso a lo extraordinario. Los funerales de Estado realizados en su honor duraron 16 días y fueron multitudinarios.
Gayol resume el impacto de los hechos: “Lo que tiene de impresionante el funeral de Eva es que resulta muy difícil encontrar a una persona de una cierta edad en la Argentina que, cuando uno invoque la muerte de Eva, no tenga algún recuerdo, anécdota o alguna cosa que decir. No genera ni la ajenidad, ni el desconocimiento, ni la distancia emocional que puede generar otro funeral. Fue tan impactante en ese momento como muchos años después”.
Eva contó con un sinnúmero de reconocimientos que se iniciaron con ella en vida. Las condecoraciones empiezan a partir de noviembre de 1951. Gayol destaca el reconocimiento organizado por el Estado brasileño con una Evita ya muy debilitada. Se sumaron los laureles a la “Distinción del Reconocimiento de Primera Categoría” de la CGT y la más alta condecoración de la República Argentina, la Orden del Libertador San Martín, una distinción otorgada a mandatarios extranjeros que el Congreso le concedió a ella en forma vitalicia.
Cartas para narrar el dolor
En el Archivo General de la Nación, puntualmente en el acervo que se conoce como el de la Comisión Investigadora de la autoproclamada “Revolución Libertadora”, Gayol encontró otro tipo de conmemoración, una que fue preservada con el objetivo de evidenciar el personalismo de Eva, pero que con el paso del tiempo permite reconstruir las narrativas de dolor de una parte del pueblo argentino.
“La escala de las cartas que se enviaron y de los telegramas es apabullante. Además, había varios lugares que sirvieron como almacenamiento. La gente escribía a la CGT de la comunidad a la cual pertenecía, al Partido Peronista Femenino o al Partido Peronista. Esta práctica se inscribe en dos tradiciones: por un lado lo que se podría llamar escritura mortuoria, esto es una manera de vincularse con la muerte y con el deudor. Lo que se agrega en este caso, como en algunos otros casos de América Latina con (los ex presidentes) Getúlio Vargas en Brasil o Franklin Roosevelt en Estados Unidos, y que tiene que ver con la política de masas, es que los mandatarios estimulaban a la población a que mandaran cartas con recomendaciones, puesto que esto se consideraba una manera de participar en la gestión de gobierno”, analiza Gayol.
Estas dos tradiciones encuentran en la muerte de Eva una confluencia profusa que permite pensar la cantidad de cartas enviadas. La docente e investigadora indica que si bien las cartas tenían como principal destinatario a Perón, también llegaron misivas a las gobernaciones, intendencias o incluso a las sedes regionales de los sindicatos.
Las cartas expresaban la tristeza peronista. Gayol explica que “la gente manifiesta el impacto o la experiencia individual y familiar que sufrió con la llegada del peronismo al poder”. Esas experiencias se vuelven tan cercanas como para pensar a la difunta como parte de la familia. “En una de las cartas está el caso de una mujer que envía una poesía a Eva muy larga, donde ella se olvida de Perón como mediador y dialoga directamente con Eva”, testimonia.
Extender la memoria
La centralidad política de Eva y su impacto en la vida cultural argentina la volvió una referencia ineludible. Desde los adherentes al peronismo hasta sus más duros detractores tienen alguna palabra o pensamiento a flor de piel. “Más que hablar de una memoria de Eva, hay que hablar de las memorias de Eva. Es una causa perdida intentar controlarla e intentar imponer una sola memoria sobre ella, y es tal vez uno de los elementos más extraordinarios que tiene Eva”, considera Gayol.
Con la desaparición de su cadáver, en 1957, se crea el mito. “Ese mismo año, el semanario Qué sucedió en 7 días publicó de forma sistemática el reclamo por el cadáver de Eva. A partir de ahí se comienza a incrementar el valor de la pregunta por su paradero. Mantienen viva su memoria, muchas veces con historias inverosímiles. Algunas notas sitúan el cuerpo en la isla Martín García, otras hablan de enviados especiales en Chile y todas esas notas se transforman en una forma de hablar del peronismo y de Eva en particular”, sugiere la doctora en Historia.
El recorrido de su figura no deja de incrementarse. En los años sesenta, ya inserta en las diversas industrias culturales, reaparece en diversos trabajos biográficos. Durante los setenta es escenificada de forma transgresora por Copi, que la personifica como un transexual o encumbrada en la centralidad de la ópera rock de Andrew Lloyd Webber y Tim Rice. Finalmente, en los noventa, la adaptación filmográfica de la obra protagonizada por Madonna mundializa su figura.
En el siglo XXI, Evita vuelve a la centralidad política, extiende su excepcionalidad y se ubica como una figura ineludible para entender el pasado y el presente argentinos.