Una de las grandes noticias del fin de la pandemia, o lo que sea que estamos viviendo casi desde comienzo de este año, fue la novedad de que Rita Lee le ganó a la batalla a un cáncer de pulmón al que le llegó a poner nombre. Lo bautizó “Jair”, según reveló en las redes su hijo Beto, y a un año de haberse hecho público el diagnóstico hubo festejos porque finalmente fue controlado con el debido tratamiento.
“Cuando muera, puedo imaginar las palabras de cariño de quienes me detestaban”, escribió en su libro Uma autobiografia (2016), increíblemente aún inédito en castellano. “Algunas radios pasarán mis temas sin pedir cobrar por eso, quién sabe hasta le pondrán mi nombre a una calle sin salida, y en las redes alguien dirá: ‘Uy, pensé que había muerto hace rato’. En lo que a mí respecta, estaré de alma presente en el cielo tocando mi arpa, cantando: Gracias Señor, finalmente sedada”.
A pesar de que parece estar lista para el momento en que ya no esté entre nosotros, la septuagenaria Rita Lee Jones es antes que nada una sobreviviente. Sobrevivió a las drogas, por ejemplo, sin necesidad de –como también escribió– “hacerse la Magdalena arrepentida con discursito antidrogas”. Asegura no culparse por haber entrado en muchas, y se enorgullece de haber salido de todas. “Reconozco que mis mejores temas fueron compuestos en estado alterado”, dijo. Pero enseguida agregó: “Los peores también”.
Ya que hablamos de regresos, no está de más recordar que por estos días se cumple un cuarto de siglo de Santa Rita de Sampa (1997), un disco hoy perdido en su discografía pero que desde su título habla de otro milagro, y –especialmente– de uno de sus más contundentes ejemplos como sobreviviente. Cuenta Rita que estaba mezclando alcohol con rohipnol cuando se cayó de madrugada desde el balcón de su casa en Caucaia, una caída de casi quince metros de altura. Quedó ahí, desmayada, hasta que el casero la descubrió casi al amanecer, cubierta de rocío. Recuerda que, cuando la llevaban en la ambulancia al hospital, los camilleros la miraban como si estuviesen viendo “a doña Frankenstina en persona”, ya que le colgaba la mitad de la cara.
Después de doce horas de cirugía, de pasar tres meses con la boca cosida y alimentándose solo por un tubo, de perder diez kilos de peso y la mitad de la audición del oído derecho, los médicos ya ni hablaban de volver a cantar. Incluso dudaban que, una vez quitados los vendajes y los puntos, pudiese lograr la suficiente abertura bucal como para siquiera poder hablar.
Como Rita parece ser capaz de ponerle nombre a todo, en su libro cuenta que bautizó a la prótesis de titanio que reconstruyó su mandíbula como Piña María Colada. Lo primero que hizo cuando quedó libre de todo, increíblemente, fue tararear su tema “Manía de vocé” –ese que arranca diciendo Meu bem, voce me dá água na boca– y tanto ella como los médicos quedaron sorprendidos.
El disco con el que regresó de ese infierno marcó también la recomposición de su pareja con Roberto de Carvalho, del que se había separado: el reencuentro fue con boda y todo, acompañados por sus hijos ya adolescentes, por supuesto. Eso sí, Santa Rita de Sampa lleva solo su nombre en portada a pesar de la reunión con Roberto, y cuando le preguntaron la razón explicó que era así como debía ser: “Roberto firma tanto los arreglos como la producción, además de ser coautor de las canciones. Pero la contratada por Polygram soy yo, así que aparece como corresponde”.
Nuevo contrato, nuevo sello, y grabación en Los Angeles, una banda estelar que incluyó a leyendas como Vinnie Collaiuta en batería y Nathan East en bajo, y un arte de tapa que reúne a Man Ray con un Fred Astaire que muchos tomaron por Marlene Dietrich, lo que enojó a Rita: “¡Me estudié todas las películas de Astaire para vengan a confundirme con Marlene!”
Si bien fue apurado por la Polygram, algo que enfureció a Roberto, que lo consideró sin terminar, es un disco que hay que seguir celebrando. Aunque más no sea porque aún hoy, veinticinco años después, no sólo regala la sabiduría de un tema como “O que vocé quer” --Lo que querés/ no lo dejás de querer tan fácil--, sino porque recuerda que todo lo que esperemos de nuestra Santa Rita de Sampa siempre se quedará corto. Y que nunca hay bajar los brazos, ni entregarse a los especialistas. Ya nos advierte la no-tan-santa desde sus memorias: “Confiá en Dios, pero cerrá bien la puerta del auto”.
*nota publicada originalmente el 21/7/22