El presidente Alberto Fernández en una entrevista periodística realizada hace poco más de dos semanas brindó dos líneas de política exterior: cuestionó duramente la actuación del secretario general de la Organización de Estados Americanos y ratificó que la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (CELAC) constituye el canal organizativo para las naciones de este continente al ser preguntado acerca de la posible revitalización de la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR).
Más allá del hecho de que la Argentina ejerce la presidencia de la CELAC en el tiempo presente la definición permite enfrentar una situación decisiva: la actitud latinoamericana frente al mundo y, en particular, ante los Estados Unidos.
No fue casualidad alguna que la ofensiva neoliberal en América Latina se llevara puesta a la UNASUR y a uno de sus principales instrumentos, el Consejo de Defensa Suramericano (CDS), el primer organismo latinoamericano de cooperación en materia de Defensa desde las Guerras de la Independencia en el siglo XIX. El CSD unía a los doce países suramericanos, excepto la colonia de la Guayana ocupada por Francia. Se presentaba como una fundamental alternativa de integración en el marco del gran proyecto de la UNASUR, impulsado por Lula, Chávez, Néstor y Cristina Kirchner, Evo Morales y Correa y respaldado aún por otros líderes que no asumían las mismas orientaciones que aquellos.
Partiendo de la declaración de Sudamérica como “Zona de Paz” (2002, Guayaquil), ratificada más tarde por la propia UNASUR, la constitución del CSD implicó la más alta respuesta al Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR), con el que los Estados Unidos cosecharon frutos de su victoria en la II Guerra Mundial, no solamente cancelando la actividad de la Alemania nazi en el continente, sino también eliminando la presencia de Gran Bretaña y Francia de nuevo organismo, supuesto defensor de América Latina frente a amenazas externas.
La UNASUR, con todas sus virtudes, adolecía de una limitación estructural: la ausencia de muchos países latinoamericanos: México, los Centroamericanos y los del Caribe. En cambio, todos los 33 estados de América Latina y el Caribe están comprendidos en la CELAC fundada en diciembre de 2011.
Ahora la OEA y su apéndice el TIAR están en el colmo de su desprestigio que tiene una causa fundamental, más que el mal desempeño de sus ocasionales directivos: es la de la influencia hegemónica de los Estados Unidos, que provoca su rechazo en el continente. Si la CELAC se pudiera convertir en un instrumento apto para la independencia nacional y la autodeterminación del Sur del continente americano, lo probará si fuera capaz de constituir el Consejo Latinoamericano de Defensa (CLD) que sustituya al atacado CDS de la UNASUR. Como éste, el CLD debería tener como objetivos el diálogo para la superación de conflictos, cooperar en la materia específica de Defensa, coordinar la seguridad externa y evitar la ruinosa competencia en materia de gasto militar.
El TIAR, por su parte, constituye un decadente instrumento de la Guerra Fría por cuya razón México se retiró del mismo en el año 2002. (La Argentina todavía permanece en su seno después del boicot norteamericano a su aplicación en la Guerra de Malvinas). La OEA, mandante del TIAR, es la expresión final del panamericanismo impulsado por Washington para desplegar en el “patio trasero” su “destino manifiesto”, ideología intervencionista y expansionista que sostiene todas sus políticas mundiales hasta la fecha, políticas y sentidos caducos en el mundo posterior a 1989.
El Consejo Latinoamericano de Defensa (CLD), si la CELAC lo quiere, puede establecer una cooperación en materia de maniobras y ejercicios, educación de posgrado de cuadros militares y de articulación de proyectos de equipamiento bélico. En el pasado tanto como en el tiempo presente, tanto las maniobras, como la realización de cursos de capacitación (y no se diga el abastecimiento de armas) constituyeron y constituyen los medios por los cuales se subordinan al Pentágono los instrumentos militares de la Defensa latinoamericanos. El objetivo es de muy posible alcance, la creación del CDS de la UNASUR lo probó. La actual situación internacional exige medidas valientes que son plenamente realistas y posibles: salir de la OEA, denunciar el TIAR y fortalecer plenamente la CELAC con la fundación de un Consejo Latinoamericano y del Caribe de Defensa. Y de paso, para la Argentina dejar de ser “aliado exterior” de la OTAN, regalo que Menem nos legó.