Quizá una de las lecciones más contundentes que deja la experiencia de mudarse a otro país sea que la vida –las cosas que más o menos organizan una vida– puede entrar en una valija. Todo lo demás se compra, se consigue prestado o se reemplaza por otra cosa que nunca es idéntica a la que se dejó pero a fin de cuentas cumple su función. Ese ejercicio de despojo, que Ignacio Tamagno fue perfeccionando en sus idas y vueltas entre su Córdoba natal, Buenos Aires, España y Dinamarca, parece haberse colado también en su teatro: sus últimas obras están pensadas como work in progress eternos y minimalistas que desde su concepción se adaptan a distintos espacios y se hacen con lo que se tiene a mano. Aclarar que este despojo es una marca de origen podría ser un detalle pero no lo es tanto porque, estrictamente hablando, todas las obras pueden hacerse en un lugar distinto de aquel para el que fueron pensadas, pueden reemplazar partes su escenografía o su vestuario, pero no pocas veces ese traslado o esos cambios implican una traición. En las obras de Ignacio, en cambio, cada nuevo montaje es de alguna forma el primero y forja un diálogo con ese espacio, en una suerte de inversión del concepto site specific.
El proceso de creación de La Sapo, que se presentó la semana pasada en la 17° edición del Festival de Teatro de Rafaela, sirve para explicar mejor cómo funciona esto. Ignacio la escribió durante la pandemia, recién mudado a una Europa que se había cerrado por completo. Desde allá, sin saber muy bien cuándo ni cómo iba a poder ensayarla, le envió el texto a Eva Bianco, una de las grandes actrices de la escena teatral cordobesa, que se entusiasmó apenas lo leyó. La obra, una suerte de poema a dos voces pensado para ser interpretado por él en compañía de una mujer, empezó a ensayarse a la distancia. La primera vez que los performers se encontraron fue en Uruguay, invitados a una residencia en el centro cultural Casa de la Pólvora. Esa confluencia terminó con una lectura performática ahí mismo, en el Cerro montevideano. Después de algunos ensayos en Córdoba, el equipo de La Sapo –que, por el momento, se completa con Maxi Bini y Estefanía De Gennaro en los rubros visuales y técnicos y Johanna Sporn en la asesoría artística, pero irá creciendo conforme el trabajo lo vaya requiriendo– llegó a Rafaela para una nueva residencia. Esta vez, en el marco de uno de los festivales de teatro más queridos por los teatristas argentinos, Ignacio y el resto de su troupe se encontraron con Lorena Vega, invitada para hacer una función de su conmovedora Imprenteros. En el Museo Municipal Usina del Pueblo, una locación de película, La Sapo fue encontrando la materialidad escénica que mejor le sienta, gracias a la valiosa guía de la directora de Precoz. Fueron varias mañanas intensas de trabajo donde se probaron hipótesis de montaje y donde Ignacio y Eva empezaron a encontrar las formas de encauzar ese diálogo intergeneracional que llevan adelante en escena. Esas jornadas derivaron en dos aperturas del work in progress para el público rafaelino.
Como en la mayoría de sus obras, en La Sapo Ignacio parte de su anecdotario personal. Así lo cuenta: “Hace unos años, a mi abuela le dio un ACV y me mudé con ella. Vivimos juntos por tres meses. La escuché murmurar dormida hasta que un día volvió a hablar y yo la grabé. Esta obra surge de sus anécdotas y del escrache que mi abuela hizo de mi abuelo, el ídolo de la familia. Me interesaba desmontar algunos roles y pensar, desde mi generación, cómo se construyeron las masculinidades de las generaciones anteriores”. Claro que, en La Sapo, los recuerdos están construidos a la medida de su deseo: Eva Bianco no encarna a una abuela moribunda sino a una señora mayor pero absolutamente vital, que mientras labra la tierra escupe anécdotas lúcidas y articuladas mientras Ignacio interroga y mete sus bocados como una invitación a que ella cuente más.
El recorrido de La Sapo seguirá en Mors, bien al norte de Dinamarca. En un espacio de residencias artísticas en medio de los fiordos daneses, el equipo se concentrará a partir de septiembre durante algunas semanas para trabajar en el montaje definitivo, que ya tiene fecha de estreno: durante el verano del año que viene habrá funciones en el marco del festival chileno Santiago Off y en el FIBA.
El puente entre Córdoba y Dinamarca se construyó de forma fortuita. En 2019, Ignacio actuaba en Flores nuevas, un unipersonal basado en el cuento homónimo de Federico Falco, con dirección de Nadir Medina y producción de El Cuenco, uno de los grupos más emblemáticos del off cordobés. Flores nuevas se presentó en la Bienal de Arte Joven, donde Ignacio ganó el premio a Mejor Actor, que consistía en una beca para formarse en el Odin Teatret, la institución mítica fundada por Eugenio Barba que funciona en Holstebro. Ignacio no hablaba mucho inglés, requisito fundamental para hacer la experiencia, pero se las ingenió para viajar igual e ir siguiendo, un poco a los tumbos, las clases junto a una veintena de actrices y actores jóvenes de todo el mundo. Ahí empezó a forjar lazos y diseminó ideas que un tiempo después retomó en otros viajes.
Una de esas ideas es Proyecto migrante, que también se pudo ver en Rafaela. Siguiendo la misma línea de trabajo que La Sapo, Proyecto migrante es una obra que va mutando cada vez que sale a escena. La propuesta, sin embargo, es radicalmente distinta: acompañado en escena por Petra Banke –una cautivante música y actriz danesa de 22 años– Ignacio parte de lo que podría ser su derrotero personal como migrante (las nuevas amistades, las dificultades idiomáticas y los gaps culturales) para terminar contando, casi sin solución de continuidad, un policial que incluye dudosas gestiones de visas para extranjeros, estafas y sangre. Si bien es un trabajo bastante fantasioso y pop, el motor de la obra no deja de ser político: "Yo me fui a Europa re-colonizado, pensando que me iba al paraíso, que todo iba a ser mejor que acá, y me encontré con jóvenes en situaciones de trabajo muy precario, con el miedo a que no te renueven la visa, con injusticias. Y esta obra parte un poco de las ganas de contar eso. Y desde el hartazgo de que los medios de acá me digan que allá todo es mejor".
Por estos días, Ignacio trabaja para construir una vida que funcione como una suerte de síntesis: sin anclarse del todo en un lugar, un poco acá, un poco allá, con proyectos que puedan habitar y habilitar varios mundos, con los ojos abiertos para sumar coequipers donde sea que los encuentre, con la valija siempre lista.