“Días en que una palabra lejana se apodera de mí. Voy por esos días sonámbula y transparente”, dice uno de los epígrafes que Sandra Gasparini (Buenos Aires, 1966) eligió para abrir Las Flores, su flamante libro de relatos (Página Blanca Casa Editora). Es el fragmento de un texto de Alejandra Pizarnik en el que los días se podrían reemplazar por las páginas del escrito. “Palabras que quieren decirnos algo oculto desde siempre por las parcas de los sueños, escondido entre los pliegues.” (Arnaldo Calveyra, Apuntes para una reencarnación).

Las Flores forma un corpus de diez cuentos en los que mujeres de más de cincuenta años logran, con dolor y curiosidad, deshacerse del óxido patriarcal de sus vidas domésticas, para volverse más o menos sonámbulas y transparentes. Fueron surgiendo por separado, entre 2017 y 2020, con una línea rectora “que descubrí después y, en relación con ese descubrimiento, armé otro índice. Con Juliana Corbelli, la editora, nos conocemos hace algunas décadas. Es una lectora exquisita, con una gran sensibilidad para marcar resonancias, aliviar la sintaxis y encontrar conexiones inesperadas. El libro parecía terminado cuando se lo entregué, pero ella activó sutiles hilos semánticos que hubieran permanecido invisibles”, señala Gasparini.

El deseo de saber no suele ser afortunado, pero en las damas de estas ficciones es irrefrenable y ensambla representaciones multifocales que nos lleva de paseo por el policial, por el horror y por el fantástico, en una excursión variada y transgenérica. A través de una prosa ágil y amena, la lectura nos toma de la mano con sutileza y nos gana por knockout, con un rigor de estilo que conlleva una poética híbrida implícita.

Hay dos cuentos que Gasparini, en charla con Las12, dice que prefiere por sobre los demás: “Las Flores”, una nouvelle, y “Mi mujer es una bruja”. Los elige porque hay narradoras en primera persona que se piensan y piensan a su vez su relación con lxs otrxs. “Se deconstruyen sin saber hacia dónde, en permanente movimiento. Me gustan las posibilidades que se abren ahí”.

Sandra Gasparini


Ternura y vampiros


Las Flores
es el viaje de una narradora que es anfitriona de sí misma y forastera en peligro. Sus aventuras en lo desconocido admiten la ironía y el humor y traen, en una evidente continuidad, la desaparición como operatoria del terrorismo de Estado y el ninguneo y maltrato contra la mujer por imperativo del sistema global. La ignorancia del presente, el enigma acerca de la violencia como forma excluyente de relación social, las particularidades temporales e históricas y el lenguaje, siempre afilado, son estrategias de desciframiento.

“A esta pareja le falta algo más”, es la demanda de una sexualidad en lo alto de un marido entre preocupado y divertido, aunque indiferente a los cambios del cuerpo femenino que va perdiendo ese deseo que reclama la obsesión masculina e ingresa en una etapa de siniestrización. La protagonista de "Mi mujer" es una bruja se abre, sin embargo, a otras ensoñaciones y se imagina habitando parajes con perfume de césped recién cortado, pedido de una merienda en otra lengua, escenas con mujeres-magas que no lo aparentan, con aviso de felicidad en el rubor de las mejillas y leve temblor de los muslos.

Hay otro personaje femenino rodeado de guitarras eléctricas: una mujer atrapada entre la ambigüedad del afecto y el vampirismo viril. El macho busca la creación exacta para que brille la canción que se expandirá desde un escenario para su rock fálico. Pero entre tinieblas, la tragedia.

Apuñalamientos y degüellos, charcos de sangre, en territorios con construcciones humildes o victorianas. Gatos, fragmentos de Spinetta (nube, loba, dedo, cal), automóviles abandonados en la acera de la comisaría, capturan la atención de cada uno de estos souvenirs narrativos. A veces los núcleos argumentales son como bofetadas, por la furia asesina de una docente a punto del retiro, a quien la lexicalización poderosa de las máquinas digitales excluye por no bajar softwares, memes, Instagram.

¿De quién es la herida? ¿Quién comete el crimen mayor? ¿Dónde está el monstruo? Son preguntas que van surgiendo durante la lectura de las peripecias de estos seres a la intemperie, reales o fantasmáticos, que pueden pasar inesperadamente de ser víctimas a victimarios, o viceversa, a veces de manera irracional y disparatada, como un espejo que quiebra lo apacible, confirma la amenaza y explota.

Especie de leit motiv, “la violencia atraviesa nuestra vida cotidiana de diversas maneras. Siempre me ha obsesionado, pero en los últimos años lo observo con más fuerza porque se ha ido visibilizando cada vez más y ha dado relieve a los vulnerados. Me interesan las pequeñas violencias familiares, de pareja, que a veces replican las estatales y estructurales. Poner el foco ahí donde parecen no estar. Y en ese vértice hay siempre una historia”, dice la escritora, autora también de Espectros de la ciencia. Fantasías científicas de la Argentina del siglo XIX (2021) y de Las horas nocturnas. Diez lecturas sobre terror, fantástico y ciencia (2020).

Una sorpresa que estalla en los ojos

Destaca Agustina Bazterrica en la contratapa del libro que para (Raymond) Carver un buen cuento es “como una pequeña sorpresa que estalla en las manos. Que la detonación sea inesperada genera un sentimiento duradero, permite profundidad de emociones”. Las ficciones de esta doctora en Literatura, docente de la UBA y de la Universidad Nacional de las Artes, reverberan de ese modo, y conmueven.

Las pulsiones autobiográficas, podría decir Gasparini, están agazapadas en toda narración. “Los recuerdos mismos son la fantasía artificiosa de lo que creemos vivir, ¿no? Entonces nuestra fantasía reescribe una realidad que no sabemos si existe. En ese sentido es que pienso que la fantasía nos gobierna”. La música es una presencia constante en Las Flores. “Forma parte de mí desde la infancia. Mi padre es cantante de tangos y aunque ese género no me interpela crecí entre guitarras y bandoneones, pero sobre todo con el papel protagónico que el rock alcanzó desde los sesenta, entre la gente joven de clase media. Fue un estilo que abracé y hoy languidece, pero me acompañará siempre. Toqué la guitarra y muchos más el bajo. Como tantas otras personas de mi rango etario, integré bandas con mayor y menor potencia eléctrica y más o menos guturales”.

“Mi trabajo como docente e investigadora ocupa casi todo el espacio que podría dedicarle a escribir cuentos o novelas. Escribo, sí, más ensayo que ficción. Sin embargo, la escritura de narraciones es una práctica que con intermitencias cortas o larguísimas vengo ejerciendo desde los nueve años. Necesito estar sola frente al teclado cuando textualizo lo que fui elaborando mientras caminaba o viajaba para ir a trabajar o distraerme. Ese es para mí el proceso previo: la masticación de las ideas. A veces también escribo durante el insomnio. Por suerte, lo último, en contadas ocasiones”, revela.

En la ficción, Gasparini evita partir de la funcionalidad de los procesos creativos o los planes conceptuales previos. “Hay una imagen, una escena, una conversación que dispara una chispa inicial y desde ahí voy armando todo, metonímicamente. Son los lectores y lectoras quienes completan el cuadro inferencial. La potencia política de cada palabra es independiente de cualquier objetivo personal”, aclara.

De la tradición literaria argentina le interesan las líneas del fantástico y gótico rioplatense pero también las aristas oscuras del realismo y las posibilidades infinitas del género negro. Sus referentes son: Eduardo L. Holmberg y Juana Manuela Gorriti en el siglo XIX; del siguiente, Borges, el Bioy de los primeros cuentos y novelas, Saer, Silvina Ocampo, Alejandra Pizarnik, Néstor Perlongher, Angélica Gorodischer, Rodolfo Walsh, Fogwill. Más cerca: Marcelo Cohen, Mariana Enríquez, Samanta Schweblin, Diego Muzzio, Jorge Consiglio, Selva Almada, Vera Giaconi, Mariano Quirós y Federico Falco. “Lista corta, en todos los casos”, advierte.

Investigaste y escribiste sobre las representaciones de la ciencia argentina de hace más de un siglo. ¿Cuál es hoy el imaginario local de esa rama del saber?

--A la ciencia argentina le falta más fantasía, ciertamente. Porque sin una inversión fuerte para que las y los científicos puedan investigar hay mucha fuga de cerebros, si bien tenemos proyectos y mentes brillantes trabajando con el moderado apoyo que encuentran. Pero yendo en reversa, no es llamativo que la ciencia ficción argentina se incline por los universos distópicos con catástrofes ambientales y desastres sociales (autoritarismos, brotes zombis, etc). Esos mundos conjeturales dialogan con la precariedad que el capitalismo como sistema voraz impone en el concierto mundial de desigualdades.