Al fútbol argentino hace rato que lo mantiene vivo, la inenarrable pasión de los hinchas por sus colores. Sólo esa pasión y todo lo que mueve un clásico como el de Rosario entre Central y Newell's antes, durante y después, dentro y fuera de la cancha, puede provocar que el Gigante de Arroyito explote de público un día de semana por la tarde. Y que 45 mil fanáticos de Central celebren la victoria por 1-0  con el desahogo de una final del mundo. Así se siente este clásico. Así lo sienten quienes lo miran y quienes lo juegan. 

Recién después, vienen las consideraciones futbolísticas. Mucho más impregnadas de la emoción que del juego. En todo caso, Central honró ese discutible lema que afirma que los clásicos no se juegan sino que se ganan. Newell's fue mejor en los primeros 20 minutos del partido pero no pudo concretar. Y Central se puso en ventaja a los 43 minutos del primer tiempo con un cabezazo de Alejo Véliz que tomó caminando a Franco Herrera, el arquero de apenas 18 años que puso Newell's. 

En toda la segunda etapa, de allí hasta el último pitazo del árbitro Fernando Espinoza, Central hizo todo lo posible para cortar el juego y demorarlo y Newell's se estrelló de frente contra su propia impotencia. A tal extremo que la única vez que estuvo cerca del empate fue en el descuento, cuando Genaro Rossi bajó de cabeza un pelotazo en el área de los locales y la media vuelta de Nazareno Funez salió apenas por encima del travesaño. Antes, no se acercó al arco de Gaspar Servio. Después, ya no tuvo tiempo. Y se quedó sin invicto.

Esa fue su segunda llegada neta de todo el partido. La primera sucedió a los 14 minutos del período inicial cuando Sordo se lo llevó a la rastra a Cortez, sacó un centro al que García no pudo llegar y el remate de Pablo Pérez se estrelló el poste izquierdo. O sea que Newell's tuvo dos situaciones y no pudo definirlas. Central tuvo tres y una la transformó en gol. Tal vez allí, esté la única explicación de por que Carlos Tevez se fue  con los brazos en alto, envuelto en la ovación de la hinchada: dirigió su primer clásico rosarino y se llevó la victoria. No es poco para un equipo al que le falta muchísimo volumen de juego pero al que por lo menos, lo va acomodando de atrás hacia adelante. Tanto que no recibió goles en los últimos tres partidos que jugó.

El ojo astuto de Tevez se advirtió en un detalle: allá por los 25 minutos del primer tiempo, movió las piezas para controlar la superioridad que Newell's había ejercido hasta allí: rompió la línea de cinco que había puesto y sacó a uno de los centrales (el debutante Juan Gabriel Rodríguez) para reforzar la mitad de la cancha donde Montoya y Tanlongo no podían hacer pie. Mejor parado en esa zona, Central pudo emparejar el trámite. Nunca alcanzó a jugar bien. Pero al menos, friccionó el trámite y le quitó fluidez a la circulación de pelota de Newell's. Y apostó a meter la pelota por arriba en el área rojinegra. De un tiro libre desde lejos ejecutado por el uruguayo Jhonatan Candia, vino el cabezazo de Véliz y el 1 a 0 que hizo estallar al estadio a orillas del río Paraná.

El segundo tiempo no se jugó porque Central no quiso y Newell's, no pudo ni supo. Central se fue replegando cada vez más a medida que pasaban los minutos, con la idea de que se juegue lo menos posible. Y Newell's se olvidó del tranco veloz que Sordo había impuesto por la izquierda y pretendió entrar con pelotazos frontales que el fondo centralista aguantó bien hasta el final.

Central está lejos de todo, en el campeonato y en la tabla anual para las copas del año que viene. Ganar el clásico le refuerza su autoestima y colabora para seguir trabajando en busca de una identidad futbolística que todavía no queda claro cuál es. Newell's está mejor, a tres puntos de los punteros Atlético Tucumán y Argentinos y en zona de copas continentales. Pero por unos días, a sus hinchas se les hará dificil sostener la mirada en las calles y los bares de la ciudad. Es el precio que se paga por perder el clásico rosarino.