El verano está asediado por las olas de calor. Lo adverso se ha vuelto cotidiano y las temperaturas más tolerables del periodo estival van camino, culpa de la crisis climática, de convertirse en breves anécdotas. En solo un mes, España ha encadenado dos episodios extremos con temperaturas de récord por encima de los 40ºC en prácticamente toda la península ibérica. El resultado más evidente y cruel es el fuego que calcina miles y miles de hectáreas, duplicando los daños medios que los incendios han provocado anualmente en el país. El futuro, según la Organización Mundial de Meteorología (OMM), no es mucho mejor, pues las olas de calor se volverán cada vez más frecuentes al menos hasta 2060, independientemente de que se consiga mitigar el calentamiento acelerado del planeta y reducir las emisiones de gases de efecto invernadero. El escenario, inhóspito, da paso a un debate sobre cómo adaptar la vida y los espacios urbanos a la coyuntura de calor extremo que se cierne.
Pese la complejidad del asunto, las respuestas no son demasiado complicadas y algunas de ellas están ya en las calles de algunas ciudades: árboles. Con un termómetro de superficie, se puede constatar cómo la renaturalización de las ciudades abre una oportunidad para rebajar o hacer más soportables las olas de calor. En la Gran Vía de Madrid, las temperaturas recogidas por Público revelan oscilaciones importantes entre el hormigón y la sombra de los escasos árboles que decoran la acera. Bajo las copas, las mediciones han registrado esta semana, con la ola de calor activa, 28,7ºC, apuntando a la tierra del árbol, mientras que la acera sin sombra tiene una temperatura de 40,6º. En el caso del adoquín cubierto por la sombra de las ramas, la temperatura desciende también hasta los 34ºC.
En la recién inaugurada Plaza de España madrileña, los resultados de las mediciones a medio día realizadas rudimentariamente por este diario dejan diferencias notables entre las zonas arboladas y el espacio central dominado por puro adoquín. Al césped, bajo la copa los robles rojos plantados durante el invierno, el termómetro marca 29,2ºC. Fuera de ese espacio, con el sol pegando directamente sobre el suelo sólido, los grados se elevan hasta los 63,5ºC. Es decir, en un mismo lugar urbano, la diferencia de calentamiento de la superficie (la cual irradia la atmósfera) es de 34,3ºC en plena ola de calor madrileña.
Lo que recogen estos ejemplos de mediciones son las temperaturas de la superficie, que termina condicionando la temperatura atmosférica y contribuyendo, además, al efecto isla de calor. "Este efecto lo que hace es que, durante el día, los edificios, el aire acondicionado o los coches acumulan calor y al llegar la noche lo van desprendiendo poco a poco", explica Julio Díaz, codirector de la unidad de referencia en Cambio Climático Salud y Medio Ambiente Urbano del Instituto de Salud Carlos III (ISCIII). El proceso afecta sobre todo a las temperaturas mínimas, lo que se traduce en unas noches más cálidas de lo normal.
Los efectos en la salud
Un estudio realizado por el ISCIII en el periodo 2000-2009 reveló que el efecto de la isla de calor en las temperaturas mínimas medias es mayor en el centro de Madrid, con 17,6ºC, que zonas periféricas no tan urbanizadas, con 15,4ºC. El estudio, sin embargo, no demostró que el efecto isla de calor incrementase el mercurio de las máximas, de hecho, en el centro de la ciudad estas temperaturas están 1,5ºC más bajas que en los municipios de la periferia.
"Hasta ahora se sabe que la temperatura máxima diaria se relaciona más con una mayor mortalidad. Nosotros queremos ver ahora si en las ciudades españolas hay una relación del aumento de las temperaturas mínimas con una mayor morbilidad, con un incremento de ingresos", explica Díaz, que advierte de que aunque la mortalidad se acumule en las horas centrales del día, el efecto de las islas de calor en las noches también desencadena problemas en la salud como malestar, estrés o un aumento de la irritabilidad a consecuencia de la falta de descanso.
Árboles frente a la crisis climática
"Lo que sí está claro es que las zonas verdes y las zonas azules son beneficiosas para la salud", explica Díaz. Los ejemplos de mediciones al sol y bajo la sombra de un árbol revelan hasta qué punto los espacios ajardinados y la renaturalización de las ciudades pueden contribuir a paliar los efectos de las olas de calor y, por tanto, rebajar las máximas diarias, prevenir ingresos y, si cabe, reducir la mortalidad, así como disminuir el efecto isla de calor para conseguir un mayor frescor en las noches.
Los parques pueden reducir las temperaturas en las zonas próximas entre 2,3ºC y 4,8ºC
"Las ciudades tienen que tener parques y zonas verdes; tienen que estar pensadas para poder vivir, no para los coches. No sólo desde el punto de vista del calor, también desde el de la contaminación atmosférica, química o acústica", explica, para resaltar que los parques son vectores de frescor, pero también contribuyen al paseo y la movilidad, al ejercicio diario, por lo que las ventajas de equilibrar la balanza del asfalto y la tierra arbolada tocan diversas ramas. "El beneficio no es sólo para la zona donde se asienta el propio parque. Un estudio realizado en 30 parques de Pekín demostró que las temperaturas en las zonas próximas pueden reducirse incluso más que en interior del propio parque, entre 2,3ºC y 4,8ºC por debajo", manifiesta Díaz.
A ello, se añaden otras propuestas complementarias respaldadas por la OMS, como el aumento del albedo del suelo y de las fachadas con pinturas blancas de dióxido de titanio (TiO₂), para reducir la proporción de radiación que las superficies devuelven a la atmósfera. Nada nuevo para miles y miles de pueblos extremeños o andaluces que desde hace centenares de años se erigieron con sus casas encaladas de colores claros. Ahora, las pinturas en el suelo –complementadas con la peatonalización y la creación de jardines urbanos– se está convirtiendo en uno de los pilares centrales de los proyectos de urbanismo sostenible impulsados en ciudades como Barcelona o París.
Más calor para los pobres y zonas verdes "gentrificadoras"
Pese a los evidentes beneficios para la salud de las zonas ajardinadas y de los lagos o ríos urbanos, la disposición de estos tiende a ser desigual en las ciudades. Y es que los escasos parques disponibles suelen estar en barrios o distritos donde el nivel de renta es medio u alto. Esto tiene una consecuencia directa en una mayor concentración de la mortalidad y la morbilidad durante las olas de calor en los barrios más humildes. Así lo evidencia un informe del ISCIII publicado en 2020 por la revista Environmental Research que constata como tres distritos empobrecidos (Tetuán, Carabanchel y Puente de Vallecas) poseen mayores riesgos de mortalidad e ingresos durante episodios de temperaturas extremas. Esto se debe, a la correlación existente en estas zonas entre carencia de espacios verdes, bajos niveles de renta que impiden poner aire acondicionado y construcciones más antiguas y mal aisladas.
Otro estudio realizado por la Universidad Politécnica de Madrid en 2017, también con la capital española como referencia, concluía que existen diferencias de temperatura de hasta 8ºC entre los distritos de rentas bajas y los distritos ricos. La investigación citaba también los problemas de pobreza energética, la presencia de tráfico motorizado –que fomenta el efecto isla de calor– o la escasez de parques factores claves de desigualdad ante el calor extremo. Se trata, además, de una circunstancia que se da en prácticamente todo el mundo. De hecho, una investigación del Centro de Estudios Ambientales de Virginia (EEUU), revela que en 108 espacios urbanos norteamericanos estas desigualdades para el acceso a las zonas verdes tienen, además, un componente racial que tiende a dejar a los barrios negros sin parques.
"Es absolutamente obvio que los espacios verdes aceleran o crean gentrificación en toda la ciudad"
Isabelle Anguelovski, directora del Barcelona Lab for Urban Environmental Justice and Sustainability (BCNUEJ) del Instituto de Ciencia y Tecnología Ambientales (ICTA-UAB), añade un componente esencial a la variable de la desigualdad: la gentrificación verde. "Es absolutamente obvio que los espacios verdes aceleran o crean gentrificación en toda la ciudad", expone la experta en ecología urbana. Una investigación reciente publicada por esta autora y otros colegas en la revista Nature acredita que, en 17 de 28 ciudades analizadas de todo el mundo, la ecologización de las zonas urbanas impulsada en la década de 1990-2000 contribuyó a un incremento de los precios de la vivienda y de la vida en la siguiente década.
Todo ello termina influyendo en la forma en la que las personas pueden afrontar un episodio de temperaturas adversas. "Lo que vemos es que las personas más vulnerables, los mayores o la gente con pocos ingresos, se queda aislada y escondidas en casa durante la ola de calor, con un impacto en la salud física, por tema de movilidad, y en la salud mental. Estas personas no tienen ingresos para pagar una remodelación de sus casas ni para pagar el aire acondicionado, pero tampoco puede irse fuera porque no disponen de espacios verdes cerca y es una amenaza para la salud", argumenta Anguelovski.
La renaturalización de las urbes puede convertirse en un arma de doble filo a la hora de engordar las desigualdades. Sin embargo, la experta del BCNUEJ agrega que hay diversas líneas de actuación para democratizar el arbolado y las fuentes. "Las medidas tienen que responder a cómo no crear especulación inmobiliaria verde y cómo hacer que la infraestructura verde sea accesible e inclusiva. Hace falta trabajo multisectorial avanzado; impulsar modelos alternativos, como cooperativas de vivienda; regular para que por lo menos el 30% o el 40% de la vivienda tenga por ley un precio asequible; o crear impuestos para evitar la especulación", propone. Por otro lado, hay una línea de trabajo dirigida a la democratización de los refugios climáticos –con la apertura de edificios públicos como colegios o bibliotecas con actividades y ventilación durante el verano– o la creación de zonas grises con sombra y refrigeración en espacios públicos.