El escritor y periodista Mempo Giardinelli presentó su novela más reciente, Esto nunca existió (Edhasa), en el Centro Cultural Borges junto a un panel de lujo integrado por Gabriela Cabezón Cámara, Claudia Piñeiro y Noé Jitrik. Además, en la sala Mercedes Sosa del tercer piso hubo varias personalidades destacadas: el ministro de Cultura de la Nación, Tristán Bauer; el director del CCB, Ezequiel Grimson; y el dramaturgo Roberto “Tito” Cossa, entre otros.
La primera en tomar la palabra fue Cabezón Cámara, quien saludó a les presentes en lenguaje inclusivo, agradeció la invitación y leyó un texto preparado especialmente para la ocasión luego de confesar que las intervenciones públicas no son su fuerte. El texto empezaba así: “Hay un mundo que se muere; lo están matando. Hubo un mundo que se murió antes, otro, distinto, uno que estaba muy vivo. En ese mundo muriendo, el de Esto nunca existió, está Francisco: periodista, delegado y escritor que espera que le abran una puerta a otro mundo, uno que no hubiera elegido pero que elige; la otra opción es la muerte”.
La autora de Las aventuras de la China Iron puso el foco en la descripción de dos de los personajes: ese escritor que espera, Francisco Amaro Villafuerte, y su jefe Raúl González García (apodado “la vieja yarará”), un empresario poderoso a quien el protagonista aborrece pero termina convirtiéndose en su último refugio. Cabezón Cámara asegura que ese mundo que muere adopta numerosos nombres en la novela –“país en llamas, país de boludos, país arrasado y dolorido, país desesperado”– y agrega: “el país que dejaba atrás y para siempre el 8% de pobreza, las masas alzadas, la revuelta en todas partes y la revolución como horizonte”.
El protagonista de Esto nunca existió comparte varios rasgos con su creador: es escritor, trabaja en un diario, es perseguido por la dictadura cívico-militar eclesiástica, le queman su primera novela (eso mismo ocurrió con ¿Por qué prohibieron el circo?) y ve como única salida el exilio. Aún así, en entrevista con Página/12 Giardinelli aclaró: “El personaje es el que es; no mi alter ego. Y la novela es eso: una novela, una ficción, una propuesta narrativa como cualquier otra”. En relación a ese punto, Cabezón Cámara recurrió a una cita: “Obvio que uno no anda contando su vida, y aunque a algunos que se creen muy sagaces pueda parecerles que sí, en todo caso lo que se incluye en todo relato son miradas, evocaciones de lecturas, sueños, informes fragmentarios de acontecimientos que pudieron suceder y en verdad no importa si sucedieron o no, porque en la literatura lo interesante no está en lo verídico sino en lo posible, que es más estimulante. La literatura jamás es así; es tonto buscar verdades en ella, tanto como procurar justicia. Y sin embargo, las verdades emergen como en pocos otros lugares en las obras literarias”.
Villafuerte es un escritor que espera, pero mientras espera se transforma y deviene “peste trashumante, germen que camina, una infección, alguien maldito que contamina todo lo que toca y solo puede tocar a los amigos. ¿Quién más le permitiría acercarse?”, escribe Cabezón Cámara sobre este texto que define como “una novela que cuenta la muerte de un mundo” y su autor, “uno de los valientes de entonces y de hoy, de los que no se quedan callados”. A modo de cierre, le agradeció a Mempo por su obra, por esta novela y por sus hechos, “por decir que nos están lloviendo cianuro en la plaza del pueblo”.
Piñeiro decidió poner el foco en una arista diferente: el género policial y su relación con la crónica social latinoamericana. Según la escritora, la novela de Giardinelli podría encuadrarse en esa tradición en función de su estructura, del trabajo con el tiempo y la tensión dramática. Para respaldar su teoría citó un texto de Borges (“El cuento policial” en Borges oral) donde el autor de “El Aleph” asegura que Poe no inventó el género sino al tipo de lector de ficciones policiales y, una vez generada esa figura, se abre la posibilidad de que casi cualquier texto pueda ser leído en esa clave, bajo sospecha permanente.
“Creo que esta novela, como las buenas del género, subvierte la clásica pregunta del policial: ¿quién lo mató y por qué? Acá no importa eso porque el protagonista no está muerto. En este caso la pregunta sería: ¿quién lo quiere matar y por qué? ¿Podrán lograrlo?”, destacó Piñeiro, y enumeró otras preguntas que se desprenden de la novela. La más inquietante, quizás, sea aquella que excede la trama y late entre líneas: “¿Esto puede volver a pasar? Uno siente que la ultraderecha tiene tanto predicamento en algunos lugares del mundo, que me angustió mucho pensar eso e intenté convencerme de que no”, expresó la autora de Catedrales.
Jitrik fue el último orador y también optó por leer un texto que explora el lazo inquebrantable del autor con la cultura chaqueña, su presencia política y algunos de los rasgos más distintivos de su estilo. “¿Novela o testimonio? ¿Qué importa?”, lanzó Jitrik. “Todo lo que narra, por desgracia, en realidad pasó. Es imposible olvidar lo que esta novela recuerda: el asfixiante clima persecutorio, las visitas nocturnas, los niños robados, las desapariciones, los lenguajes elípticos, el entramado de empresarios y facinerosos de mala catadura, el periodismo cómplice, los silencios, así como los restos de una solidaridad inolvidable. La cartografía de una época”.
Giardinelli reconoció en
el escritor recientemente postulado al Nobel de Literatura –jurado del Premio
Nacional del INBA con el que fue galardonada su novela Luna caliente en 1983– a uno de sus grandes maestros (“el tipo que
sabe”). El chaqueño definió su proceso creativo como un tour de force: “Tenía que contar una angustia. Ni yo mismo me había
dado cuenta de que esa angustia me había perseguido durante años. La literatura
no tiene por qué ser un espacio donde uno saca sus dramas, pero era algo que me
debía”, expresó Giardinelli, quien asegura haber encontrado en la literatura
“un camino para explicar la vida”.