La magnífica serie María Marta, el crimen del country, podría parecerle parcial a cualquiera que haya leído los diarios o visto la tele en los últimos 20 años. La mirada mediático-judicial desde 2002 fue feroz, despiadada y orientada únicamente a apuntar contra el marido de María Marta, Carlos Carrascosa, como autor del femicidio, y toda la familia García Belsunce como encubridora. La serie, en cambio, va en la dirección contraria: apunta, sin margen de duda, a que el asesino fue Nicolás Centeno --el nombre de ficción del vecino ahora acusado en el juicio--, con pruebas sólidas surgidas de una realidad que se conocía poco hasta ahora: dos mujeres, Belén Fanessi y Juana Gómez Andrada, que no tenían vínculo de ningún tipo con Carrascosa, decidieron empezar a publicar un blog porque les parecía que el viudo no había matado a María Marta. Ellas hicieron algo simple: fueron publicando las evidencias contradictorias que surgían del expediente y sobre todo fueron poniendo sobre el tapete los tremendos antecedentes de robo de Centeno, particularmente los domingos al atardecer, justo cuando mataron a la socióloga. Todo eso aparece retratado en ocho capítulos en los que Jorge Marrale, que hace de Carrascosa, realiza una interpretación memorable. Quienes conocemos a Carrascosa damos fe de que camina igual, habla igual, fuma igual.
Como se ha escrito tantas veces, la realidad supera a la ficción. El impecable texto de Martín Méndez y Germán Loza se perdió algunas de las cosas que se ocultaron durante 20 años y se conocen recién ahora. Centeno --magnífica actuación de Nicolás Francella-- aparece como un hijo bastante tierno con la madre, pero en la semana que pasó, en el juicio, se conoció por primera vez el audio en el que le dice a su mamá: “¿por qué no te vas a la concha de tu madre, te tirás por la ventana y me dejás de romper las pelotas? Infeliz, atrasada mental”. En la realidad, la madre hizo eso: cinco meses después, se suicidó arrojándose desde el piso 11 del edificio en el que vivía. O sea, que la serie es hasta benigna con Centeno.
En los ocho capítulos que dirigió Diana Goggi se retrata el detrás de escena del caso García Belsunce: la justicia --incluyendo el fiscal Marcos Del Río, en la ficción, y el procurador-- sabían que Carrascosa no era culpable, pero no podían aparecer ante la opinión pública y los medios como “débiles y equivocados”. “Si Carrascosa ahora no es culpable es un escándalo. Asegurate de encontrar un móvil”, le dice el procurador al fiscal en la serie. Y justamente ese era uno de los agujeros de la acusación a Carrascosa: no había ni un solo testigo que dijera que él y María Marta tuvieran desavenencias, alguna pelea, un entredicho. La justicia intentó instalar la idea de que toda la familia estaba involucrada con dinero del Cartel de Juarez, una hipótesis tan descabellada que el propio fiscal tuvo que desistir de presentarla.
El detrás de escena también refleja el tándem justicia-medios que se ve en forma permanente en los casos criminales y políticos. En la serie despellejan --cambiándole el nombre-- a un periodista de Canal 13, al que la Procuración y el fiscal alimentaron de mentiras --La Gotita en la cabeza de María Marta, por ejemplo-- o de evidencias unilaterales contra Carrascosa, ocultando todo lo que había contra el vecino que protagoniza la hipótesis central: que María Marta volvió de un partido de tenis antes de lo pensado, llegó a su casa en bicicleta, sin hacer ruido, y se encontró con el ladrón o los ladrones dentro de la casa. Como ya los conocía y los había denunciado, la mataron.
Tal vez falta retratar en la serie, con más fuerza, algo del chetaje y las truchadas de la sociedad y, en particular, del caso García Belsunce. Si la muerte hubiera ocurrido en Villa Caraza, el fiscal no hubiera creído, ni remotamente, lo de la caída en la bañadera, ordenaba la autopsia de inmediato y se llevaba preso a más de uno. Como fue en un country, aceptó lo que le dijeron sin chistar. Más aún estando presente aquella noche Juan Martín Romero Victorica, prócer de la derecha argentina por perseguir a exdirigentes de la guerrilla, que le dijo al fiscal “tranquilo pibe que esto fue un accidente”. Se agrega que si una familia cheta necesita un certificado de defunción, la cochería tiene cien formularios en blanco, firmados previamente por un médico; si te piden que no vengan policías al velatorio, se cumple con el pedido y “dale una coima si es necesario”. Todo eso fue real, casi habitual, y se usó para armar después una acusación falsa.
El final de la serie deja algunas puertas abiertas para que el espectador formule sus hipótesis. No hay doble lectura en la cuestión central: a María Marta no la mató Carrascosa -absuelto por la justicia-, sino que fue asesinada cuando entraron a robar en esa casa, que ya tenía fama de tener mucho dinero porque era la época del corralito. Está claro que María Marta, el crimen del country, merece una segunda temporada, porque algunas respuestas estarán en el juicio que se lleva a cabo en este momento y seguramente muchas preguntas seguirán sin respuesta.