“En los sesenta, los técnicos dejaron de ser hombres bonachones que acompañaban a los futbolistas como si fueran asistentes y se transformaron en estrellas, en líderes absolutos. De allí en más pasaron a ser los responsables de todo lo malo y lo bueno que podía hacer un cuadro de fútbol”, escribe Damián Didonato en su El árbol genealógico del fútbol argentino, libro de reciente aparición en el que analiza y repasa las incidencias de los entrenadores desde los orígenes del fútbol argentino. Refiere escuelas, apellidos y resultados. Abre debate. Y se aleja de la eterna dicotomía Menotti-Bilardo, a quienes sin embargo menciona en el término justo.

El libro, aclara la gente de Un caño, generadores del proyecto, puede leerse de manera cronológica o siguiendo el índice propuesto por el autor, que hace hincapié en las distintas escuelas y apellidos. Alejandro Sabella, Ricardo Gareca, Edgardo Bauza, Gerardo Martino, Jorge Sampaoli, Guillermo Barros Schelotto, Mauricio Pochettino, Diego Simeone, Lionel Scaloni y Marcelo Gallardo están entre los influyentes de estos tiempos. Pero también aparecen quienes dieron los primeros pasos. Es entonces que conoceremos las historias de Jorge Brown, Francisco Olázar, Gabino Sosa, Mario Fortunato y Alejandro Scopelli, entre otros. No faltan pequeñas grandes historias, a veces realizadas por personajes secundarios.

Carlos Bianchi, Daniel Passarella, José Pekerman, Miguel Ángel Russo y tantos más componen otro capítulo. Donatto los menciona a todos. Así como también refiere a los tiempos de Guillermo Stábile como entrenador, a los de Alfredo Di Stéfano y, luego, a José Omar Pastoriza y José Yudica.

En 210 páginas, Donatto recurre a viejas entrevistas. Cuenta al Adolfo Pedernera líder de la huelga del 48 y recuerda sus últimos años a cargo de las inferiores de River. También hay menciones a Ángel Labruna y Pipo Rossi, “los herederos de máquina”, como los refiere. “El único director técnico que fue campeón con River Plate y Boca Juniors es también uno de los mejores futbolistas argentinos de todos los tiempos”, alude a Alfredo Di Stéfano, de quien cuenta cómo le fue en ambos clubes. Para el autor, Carlos Griguol es “el otro discípulo de Zubeldía” y Zubeldía es “laboratorio, sudor y sentido común”. Y Victorio Spinetto, “los cimientos del laboratorio”.

Passarella, Gallardo, Gareca, Pekerman, Russo, Bianchi, Sabella y Martino.

La escuela rosarina es la más mencionada a lo largo del libro. A ella se vuelve a través de los entrenadores y los equipos que dejaron huella. Harry Hayes y Gabino Sosa en los comienzos. Miguel Juárez, Ángel Zof y Juan Carlos Montes, en otro momento. Marcelo Bielsa, claro. Y José Yudica y Américo Gallego, “los únicos técnicos que lograron títulos con tres clubes diferentes en el ámbito local”. Y Adolfo Celli, a fines de los 30. “Antes de llegar a la dirección técnica en 1939, Celli fue un gran defensor central”, lo describe Didonato. Y agrega: “Gracias a la idea de Celli, Newell´s fue el primer club en salir a buscar futbolistas por todo el país. Convirtió a la institución rojinegra en una verdadera escuela de cracks. Si existieron Ernesto Duchini, Jorge Griffa y José Pekerman, fue porque antes existió Adolfo Celli”.

Las menciones a los húngaros Emérico Hirschl, Jorge Orth y Franz Platko son una forma de rescatar del olvido a quienes en los 30 vinieron a renovar un deporte que empezaba a cambiar radicalmente. Se popularizaba y pasaba al profesionalismo.

“En la década del 90, Basile ya era un símbolo de una escuela tan vieja como el fútbol mismo. La de los técnicos cercanos a sus futbolistas, que priorizan la técnica por sobre la táctica, hablan poco y colocan sus propias convicciones muy por debajo de las características individuales de sus planteles”, se lee –y se puede polemizar– sobre el ex entrenador identificado con Racing, Boca y la Selección. Y sobre Pastoriza, de la vereda roja de Avellaneda: “Hay entrenadores que logran conducir grupos desde su conocimiento, otros desde su capacidad de trabajo, otros desde su cercanía con los jugadores, otros desde el ejercicio de la autoridad y otros desde su liderazgo innato. José Omar Pastoriza perteneció a estos últimos. Era un caudillo natural, desde sus épocas de futbolista hasta sus últimos años como director técnico. Su ascendencia era total y su personalidad avasallante”.

Están todos. Pero hay un dato pequeño que hace justicia y vale resaltar. Es cuando Didonato refiere a “uno de los maestros ocultos del fútbol argentino”. En pocas líneas escribe sobre el croata Rodolfo Kralj, delantero de Ferro de los años 30 y luego DT. Fue el maestro de Menotti y un gran colaborador en el armado del plantel de la Selección campeona del mundo en el 78. “Con él aprendí muchas cosas. Era mi profesor, sabía todo, y no sólo sobre fútbol”, lo refiere Menotti.

Y Didonato apela a las palabras de Kralj en una entrevista con El Gráfico: “Algunos se reían cuando empezamos a llamar jugadores: Gallego no era titular en Newell´s, Passarella no jugaba en River, Tarantini era un chico que recién debutaba en Boca. Pero esos chicos tenían un entusiasmo lírico, no pensaban en lucirse ni en ser vendidos al exterior”. Todo esto se encuentra -y se aprende- en El árbol genealógico del fútbol argentino.