El mundo mejora un poco después de leer el Libro de horas (Bajo la luna) de Laura Forchetti, primer Premio del Fondo Nacional de las Artes 2016 en Poesía. El oído se estremece con las gaviotas, el canto de los carpinteros con sus penachos rojos, las golondrinas bochincheras y los gorriones entre las migas. El delicado tacto del ojo acaricia la promesa de la flor, las chauchas doradas y dos rosas blancas abiertas. Hay mucho más para oír y tocar en este excepcional poemario que se despliega a la manera de una liturgia pagana. “Quisiera describir las notas de los pájaros/ como hace Hudson/ decir: un la corto/ suavísimo/ dos notas más largas/ graves/ y tres agudas que vibran/ encendidas/ toda/ la tarde”, confiesa esta voz poética en una de las anotaciones de su diario íntimo. La poeta, que nació y vive en Coronel Dorrego, cuenta a PáginaI12 que hizo un curso de observación de pájaros en su pueblo, donde le recomendaron la lectura Aves del Plata, el libro del escritor y naturalista Guillermo Enrique Hudson. “Este hombre no está describiendo pájaros, está hablando de otra cosa. Cada uno de esos textos son como poesía”, plantea Forchetti.
La autora de Cerca de la acacia (2007), Cartas a la mosca (2010), Temprano en el aire (2012) y Pájaros o reinas (2017) se formó en el taller de Mirta Colángelo (1942-2012), a quien considera su “primera maestra”. También recuerda como experiencias decisivas un seminario que hizo con Arturo Carrera y Daniel García Helder. “Libro de horas surge cuando empiezo a tomar notas diariamente de las primeras imágenes del amanecer. Me gustó hacer como un calendario de las horas y de los meses, unido a la idea del paso de las estaciones, del cambio de la luz que se mete en nuestra vida, que está hecha de muchas otras cosas que vienen del movimiento de la naturaleza”, explica la poeta.
–¿Por qué tiene tanta importancia el amanecer en Libro de horas?
–Tal vez porque recién levantada me siento en un estado más perceptivo. Para mí la mañana es el momento más brillante, siento que estoy más conectada. El amanecer es como volver a ver las cosas recién hechas otra vez, ¿no? Hay un poema de Octavio Paz que se llama “Primero de enero” y que habla de ese cambio entre un año y otro y cómo es despertar un primero de enero y ver que el mundo está hecho otra vez.
–“Todo es caja de resonancia”, se lee en el poema “Acto de contrición”. ¿El poema es una caja de resonancia?
–Si. La poesía es un espacio en el que puedo pensar y entender. La caja de resonancia es en ese sentido, como si la poesía fuera un espacio en el que van cayendo las imágenes, emociones, cosas que pasan o lo que escucho. Nunca sé de qué manera va a resonar, pero tiene la posibilidad de irse por algún tono, que después veremos qué tono es. La lectura del mundo pasa por la poesía. La poesía se va transformando no sólo con la vida que vivimos, sino con lo que leemos. Y eso es maravilloso.
–“Los versos rozan/ la orilla del silencio”, se dice en “Soplo”. En ese mismo poema se lee: “el secreto permanece/bajo la línea/ de flotación”. ¿Qué relación hay entre silencio y secreto?
–El silencio es un lugar de misterio; hay algo que estamos viendo, acercándonos, pero es imposible ponerlo en palabras, explicarlo. La poesía nos permite rodear ese silencio o ese secreto, pero hay algo que queda debajo de esa línea de flotación, como escondido, pero asoma en el movimiento: vemos un destello y se vuelve a ocultar. Lo siento en las relaciones con las personas, en lo que leo, en la relación con la naturaleza también. Ese conocimiento siempre es en los bordes. El silencio es algo que necesito para la poesía y que me acompaña porque vivo en un pueblo chico donde el silencio es fuerte. El amanecer es el momento del silencio en mi casa. Pero a veces ese silencio es peligroso y puede ser lo que no se quiere decir o lo que hay que callar.
–¿Cómo explica la forma de sus poemas, tan despojados y de versos breves?
–El poema se va armando en relación con el pensamiento y el ritmo de ese ir pensando. Me fascina cuando leo a esos poetas de versos muy largos, muy llenos de contenidos y con ritmos fuertes, pero en el momento de escribir me sale otra cosa. Ahora está por salir Pájaros o reinas, por Hemisferio derecho, una editorial de Bahía Blanca, y tiene algunos poemas con otro tono. Casi todos tienen que ver con mujeres, hay voces que se van metiendo en el poema y la forma es diferente. Pero Libro de horas es más contemplativo, de pocas palabras. Estos poemas son como oraciones a la naturaleza.
–Hay un poema que termina así: “Si fuera/Jane Austen/ me alegraría/ el chirrido/ de la verja”. ¿De dónde vienen estos versos?
–Era típico de las escritoras del siglo XIX, que escribían en sus casas y tenían los cuadernos y las cartas entre las labores, ocultar lo que hacían porque parecía una pérdida de tiempo estar leyendo o escribiendo. Se decía que Jane Austen no aceitaba los goznes de la puerta para escuchar cuando venía alguien y poder esconder su trabajo con la escritura. En mi casa hay una verja que también suena y ahora ya saben que no quiero que deje de sonar porque es un símbolo de lo que requiere también la escritura: un espacio de soledad que en un momento queremos compartir. Especialmente en el proceso de creación quiero estar sola. Alguna vez escribí que no sé cómo es mi rostro cuando escribo, cómo estoy. No me puedo ver y tampoco quiero que me vean; este es un espacio de una intimidad muy profunda que hay que lograr que se respete.