Podría tratarse de un disco dedicado a las canciones de amor del jazz, en su rincón más lleno de humo y de susurro. Un álbum conceptual casi sin concepto o, mejor, donde el concepto estuviera dado, más allá de la elección del repertorio, por la propia voz de la intérprete. Y, lejos del último lugar en importancia, por su manera de respirar y de frasear. Es que Diana Krall ha convertido, a lo largo de una carrera de más de veinte años, al suspiro en una de las bellas artes. Y Turn Up The Quiet, su disco recién editado, lleva ese arte hasta su propio abismo.
En trío, cuarteto y quinteto, con el agregado, en algunos temas, de una pequeña sección de cuerdas, el disco abre, por si alguien pudiera tener alguna duda acerca de cuál es su signo estético, con “Like Someone in Love”, una bellísima canción de amor –fue compuesta en 1944 por Jimmy Van Heusen y Johnny Burke para el film Belle of the Yukon, donde la cantaba Dinah Shore– pero, además, un gran tema de jazz que interpretaron, entre otros, Chet Baker, John Coltrane, Paul Bley y Bill Evans. Y le sigue “Isn’t It Romantic?”, la balada que Jeanette McDonald´s y Maurice Chevallier habían interpretdo en otra película, Love Me Tonight, de 1932, y que en 1954 fue parte de la banda de sonido de la inolvidable Sabrina de Billy Wilder.
El núcleo básico de Turn Up The Quiet se conforma con el contrabajista John Clayton –es fantástico su dúo con Krall en el comienzo de “Isn’t It Romantic?”–, Jeff Hamilton en batería y el guitarrista Anthony Wilson. Pero hay otros instrumentistas que aparecen por allí. El contrabajista Christian McBride y el guitarrista Rusell Malone en “Like Somoene in Love”, en “Blue Skies” y en “Dream”, el violinista Stuart Duncan y el guitarrista Marc Ribbot en “I’m Confessin”, en “Moonglow” y en “I’ll See You in my Dreams”. Y dos coprotagonistas más: Alan Broadbent –que había integrado el Quartet West de Charlie Haden– en los arreglos para cuerdas y el productor Tommy LiPuma, mentor de Krall desde sus comienzos en el sello GRP, con Only Trust Your Heart, de 1994, y, sin duda, el responsable del perfil con el que se convirtió en una de las artistas más exitosas de las últimas décadas. El disco, incidentalmente, funciona como un involuntario requiem. LiPiuma, uno de los nombres más importantes de la industria discográfica –fue productor de Miles Davis, Tom Jobim, Barbra Streisand y Paul McCartney, por sólo nombrar unos pocos– , murió el pasado 13 de marzo, cuando Turn Up The Quiet, el último disco en el que había llegado a trabajar aún no había salido a la venta. “Ambos amamos este álbum y pensábamos que que era, probablemente, nuestro mejor trabajo”, decía la cantante a la revista DownBeat, en el número publicado este mes.
La voz cálida y el exacto pianismo de Krall, sus marcas de fábrica, están eventualmente en un punto de concentración, como si hubieran encontrado una posible esencia. “Sway” –un tema compuesto por Pablo Beltrán Ruiz, Luis Demetrio y Norman Gimbel que grabó la Sonora Matancera en 1953 y que cantó Dean Martin el año siguiente– es tal vez el tema más aventurado en su concepción –y también el más largo: ronda los 6 minutos–. Allí una guitarra brinda un tono envolvente y mucho más sombrío que el de la versión original, el contrabajo entreteje una línea de singular complejidad y luego el piano establece un contrapunto primero con el cello y después con la sección de cuerdas completa. Los arreglos de Broadbent son excelentes, sugerentes pero nunca invasivos, y los distintos grupos con los que Krall interactúa son de una precisión asombrosa. Pero hay dos o tres momentos que brillan como joyas de rara belleza, cuando canta sola con la guitarra o el extraordinario dúo entre su piano y el contrabajo de Clayton, tocado primero con arco y luego en pizzicato, en “No Moon at All”. Krall, que fue partenaire de Paul McCartney en su recordado Kisses On the Bottom. “Hay algo de aquel disco que se repite en este –dice Krall–. Fueron discos que se hicieron sobre la marcha, sentándose al piano a tocar y cantar canciones. Las decisiones tenían que ver con el placer. En aquella ocasión estaba mi marido (Elvis Costello, un viejo socio de McCartney con quien está casada desde 2003) y esta vez fue Alan (Broadbent). Simplemente nos movíamos hacia delante, haciendo algo honesto y auténtico y esperando que las chispas sucedieran. Creando el espacio para que esos momentos en que uno se ríe y mira a los músicos y se comprende que ha pasado algo, pudieran tener lugar.”