Ya estamos promediando las vacaciones de invierno en Buenos Aires y puedo decir que en casa, por suerte, venimos sobrellevando bien la situación. Es que para algunas familias es un momento de descanso y placer, mientras que otras enloquecen con la logística de qué hacer con lxs niñxs en esos días de receso mientras resuelven su cotidianeidad laboral sin el soporte fundamental del colegio.
Cuando iba a la escuela, confieso que yo nunca quería que comenzaran las clases. Jamás me fui a ningún lado de vacaciones de invierno, lo único que recuerdo es que disfrutaba de las tardes con amigxs. Mi viejo laburaba y no lo veía preocupado por hacernos planes como les adultes de ahora. Los padres y madres de antes eran más fríos, más despreocupados (o quizá sea que los de ahora somos muy culposos).
Cada tanto, con un poco de suerte, una tía nos llevaba a ver la película taquillera del momento, ¡eso sí que era un planazo! Yo me arreglaba con la escondida o con el patinaje: podía estar horas porque me encantaban los patines. No teníamos consola, ni play, ni aplicaciones en el teléfono, como ahora. Nada podía generar el nivel de adicción que provocan los juegos electrónicos de hoy, las redes o YouTube. La mayor adrenalina que una podía experimentar era comer una pastilla de energía en el Pac-Man para poder matar fantasmas azules.
Cuando recuerdo mis épocas de vacaciones, me da muchísima nostalgia el grado de libertad con el que nos movíamos. El peligro podía estar afuera, sí, pero en ese entonces nos prohibían hablar con extraños y en esa frase se resumía todo lo que había que saber. La plaza, la calle eran todavía lugares habitados por niñxs sin demasiada vigilancia adulta. A los 10 años podíamos ir y venir, jugar en la vereda con les vecines sin que nadie nos pusiera un reloj con GPS o un celular con aplicaciones de control. ¿En qué momento lxs niñxs que viven en zonas urbanas perdieron esa posibilidad hermosa? Supongo que fue un proceso paulatino, pero creo que la década de los 90 fue un punto de cambio clave.
La niñez de mis hijes es muy diferente de la que tuve. La situación hizo que no gozaran ni de la mitad de la libertad que tuve yo de chica para ir y venir, para habitar el espacio público con otros nenes y nenas sin control parental. Es una opción que ni siquiera existe para ellxs en esta ciudad, lamentablemente. Como muchos padres, limitamos el juego al ámbito del hogar, que se supone que es el lugar de la seguridad. Sin embargo, esto tampoco es tan cierto.
Por un lado, está la amenaza constante de que las pantallas lxs atrapen y sin que una se dé cuenta, un buen día lo único que les interese es estar viendo videos todo el tiempo o jugando a algún juego superadictivo, perdiendo el interés por todo lo demás. Como dicen por ahí: pasa en las mejores familias. Lo he visto y reconozco que es un punto que me preocupa muchísimo. Por otro lado, no solo existe el riesgo de la dependencia tecnológica, también hay algo de lo que se habla poco: el grooming. Para quienes no conocen el término, la ONG Argentina Cibersegura define como grooming a la situación por la cual un adultx contacta a un menor de edad a través de internet, y mediante la manipulación o el engaño, logra que el niño o niña realicen acciones de índole sexual. En los casos más graves, incluso se produce el contacto físico.
Hace poco leí una nota en la que se detallaba lo fácil que es para un adultx llegar a un niñx y llevarlo a una situación de acoso. Es escalofriante. Cualquiera puede hacerlo con solo tres herramientas: una red social, una aplicación que sirve para convertir una selfie en la cara que uno desee y un juego online que se sepa que consuman niñxs y adolescentes. Los que hacen esto se han vuelto expertos hasta para detectar a sus potenciales víctimas entre quienes demuestran expresiones de tristeza, soledad o enojo en los textos de sus estados o fotografías. Siempre alguien va a caer por el solo hecho de que son muchísimos los chicxs que están en sus hogares sin supervisión o cuyos padres no tienen tanta información. Basta con entrar al chat del juego online y escribir algo así como: «Holasssss. ¿Alguien me explica cómo pasar de pantalla?». Es fundamental estar atentos a esto y tener diálogo con nuestrxs hijxs. Que las reglas de lo que pueden hacer y decir públicamente estén absolutamente claras.
Siempre nuestrxs niñxs y adolescentes van a estar más expuestos al daño porque son más vulnerables. No hay que confiarse en que si están en casa, están protegidxs siempre. En definitiva, por mucho que haya cambiado todo, la frase «no hables con extraños» sigue tan vigente como antes.