“Pasaron los meses y la realidad, sin embargo, siguió ocupándose de ella. Para satisfacer la súplica de que no la olvidaran, Perón ordenó embalsamar el cuerpo. El trabajo fue encomendado a Pedro Ara, un anatomista español, célebre por haber conservado las manos de Manuel de Falla como si aún estuvieran tocando ‘El amor brujo’. En el segundo piso de la Confederación General del Trabajo, se construyó un laboratorio aislado por las más rigurosas precauciones de seguridad”. La sucinta descripción que hace Tomás Eloy Martínez del español Pedro Ara Sarriá, especialista en la conservación de cadáveres, se encuentra en las primeras páginas de la novela Santa Evita. En el siguiente párrafo, comienza a desarrollar uno de los temas centrales del texto: el ser humano, el cuerpo, el mito: “Aunque nadie podía ver el cadáver, la gente lo imaginaba yaciendo allí, en el sigilo de una capilla, y acudía los domingos a rezar el rosario y a llevarle flores. Poco a poco, Evita fue convirtiéndose en un relato que, antes de terminar, encendía otro. Dejó de ser lo que dijo y lo que hizo para ser lo que dicen que dijo y lo que dicen que hizo”.
Santa Evita acaba de ser transformada en miniserie y sus siete episodios están de estreno en la plataforma Star+, justo en el día en que se cumplen 70 años de la muerte de Eva Duarte de Perón, interpretada en la ficción por Natalia Oreiro con un gran énfasis en la mímesis física. La acompañan Darío Grandinetti como Juan Domingo Perón, Ernesto Alterio en el papel del oscuro coronel Carlos Eugenio Moori Koenig y Diego Velázquez como Mariano Vázquez, personaje creado para la serie que hace las veces del narrador en primera persona de la novela, a su vez alter ego del propio Eloy Martínez. Es el relato de varios hombres obsesionados con una mujer. Con el cuerpo de una mujer. De esa mujer. El primero no es otro que Ara, cuyo encargo se impone como el pináculo de su carrera como embalsamador. La obra de toda una vida. Luego de que el óbito es confirmado finalmente por un médico, Ara y su asistente se encierran en el dormitorio y comienzan a manipular el cadáver, inyectando líquidos al tiempo que otros, los que apenas minutos antes resultaban vitales, son expulsados y encerrados en frascos.
Ara es Francesc Orella, el actor catalán nacido en 1957 cuya carrera en el cine y la televisión ya sobrepasó las tres décadas de actividad, y cuya filmografía incluye un debut en 1989 en El puente de Varsovia, de Pere Portabella –el director del imprescindible documental Informe general sobre unas cuestiones de interés para una proyección pública (1977) y el film de culto Cuadecuc, vampir (1970)–, la participación en el largometraje de Ken Loach Tierra y libertad y un papel en Alatriste (2006), la superproducción dirigida por Agustín Díaz Yanes, entre otras varias docenas de trabajos en la pequeña y la gran pantalla. Sin embargo, para muchos espectadores su rostro es inseparable del de la figura de Merlí Bergeron, el particular profesor de filosofía de la serie Merlí, gran éxito en España y también en la Argentina.
“No había leído la novela de Eloy Martínez antes de recibir la propuesta de interpretar al doctor Ara”, afirma Orella desde España. La charla con Página/12 fue realizada vía videoconferencia durante una intensa jornada de entrevistas en un hotel del centro porteño, usina de operaciones para la prensa ante el inminente lanzamiento de Santa Evita. “La verdad es que no conocía todos los detalles del sórdido y alucinante periplo del cadáver de Evita. Sólo conocía la información básica: que había tardado mucho tiempo en ser enterrada en Buenos Aires, en el cementerio de la Recoleta. Al ver algunos documentales sobre el tema y leer el libro Santa Evita, aunque este contiene muchos elementos de ficción, para mí fue toda una sorpresa descubrir esta historia. Por supuesto fue el libro del propio Pedro Ara, El caso Eva Perón, el que me proveyó de mucha información a la hora de pensar en la construcción del personaje”.
-Más allá del guion de la miniserie, escrito por Marcela Guerty y Pamela Rementería, ¿fueron útiles los dos libros a la hora de preparar el personaje?
-En la novela de Eloy Martínez se habla del doctor Ara y lo cierto es que puede haber llegado a crear cierta confusión en la población respecto del proceso de embalsamamiento de Eva Perón. También el grado de involucramiento que Ara tuvo con ella. Esa cuestión ligada a la morbosidad de la manipulación del cuerpo. Todas esas son perspectivas externas que el autor utilizó para la construcción de la novela. En el caso del libro de Pedro Ara… Bueno, él desde luego no era escritor, sino un científico perfeccionista y autoexigente, muy pulcro y profesional en su trabajo. A la hora de escribir su estilo era muy barroco; venía de una cultura humanista indiscutible, un hombre de mucha formación. En ese sentido, su libro me aportó más pistas a la hora de pensar en cómo este hombre abordó ese reto profesional: embalsamar a Eva Perón. Como actor, el desafío era meterme en ese hombre que tiene ante sí un gran trabajo, que le exige una dedicación y concentración totales para lograr su obra maestra. De la cual tendrá que ser guardián y custodio ante los acontecimientos políticos que ocurrirán en Argentina antes del golpe de estado de 1955. Pero eso fue después. El arranque del personaje, cuando Perón le pide embalsamar el cuerpo, es el momento en el cual aparece el desafío de su vida. Hacer el mejor trabajo posible, desvinculándolo de la parte emocional o afectiva que pudiera tener. Porque él la conocía a Eva, también a Perón. Era agregado cultural de la Embajada de España y por lo tanto se codeaba con los dirigentes del país. Eso, desde luego, influyó en su trabajo. Por lo que Ara escribe en su libro, tengo la sensación de que él era un hombre racional, muy frío, que quiso hacer un trabajo pulcro, a la altura de la responsabilidad histórica que le había tocado. Un español, un extranjero, encargado de ocuparse de la inmortalidad corporal de nada menos que Eva Perón.
-¿Cómo se vivía el peronismo desde España durante el exilio de Perón?
-El peronismo es un fenómeno absolutamente complejo y para un español es difícil entender. Podemos comprender que hay muchas versiones del peronismo, eso sí. ¿Cómo se vivió todo eso desde España? Por supuesto, yo era muy chaval, muy jovencito, cuando el cuerpo de Evita le fue devuelto a Perón en Puerta de Hierro. Fue algún tiempo después que tuve conciencia política y me interesé no sólo por el proceso político y la historia de Argentina, sino también los de otros países latinoamericanos. Pero eso fue luego, cuando ya era preuniversitario, justo en el final del franquismo y el inicio de la transición política en España. Fue muy interesante comenzar a conocer sobre el vínculo de Perón con España. No sólo por su relación con Franco, un vínculo de dos jefes de estado militares, sino por Eva, cuya figura era radicalmente distinta a la de la mujer de Franco. Hay material audiovisual de la época y la personalidad de Evita en España fue fulgurante. Recuerdo a mis padres hablando de su visita a Madrid; también cuando leíamos en algunas revistas sus palabras y pensábamos ‘Dios mío, es la primera dama de Argentina, pero al mismo tiempo es una líder sindical’. Además de una mujer bella y elegante, y una mujer con inquietudes políticas. Todo lo contrario de lo que teníamos aquí en España, un vejestorio y a su lado un dictador impresentable como Franco (risas). Bueno, yo qué sé, esas comparaciones, claro que me acuerdo de todo eso. Eran inevitables esas comparaciones.
-¿Cómo vive esta explosión de producciones seriadas para las plataformas? ¿Encara de diferente manera sus papeles para el cine?
-La verdad es que trabajar en una serie o miniserie se parece cada vez más a hacerlo en el cine. El plus que aportan las plataformas en los últimos años, lo que ha significado para la industria audiovisual y para los que nos dedicamos a ello, tanto para los actores como para los técnicos, está ligado a la enorme, brutal difusión global que tienen. El hecho de que esas producciones puedan ser vistas por tanta gente en todo el mundo. Eso le aporta a nuestro trabajo un grado de responsabilidad muy grande. Pero como actor, yo abordo por igual todos los trabajos. Lo mío es vocacional; ser actor es ante todo una decisión vocacional. Así que sea cual sea el medio –teatro, cine, series– mi grado de profesionalidad al meterme en un personaje es idéntico. No estoy pensando en si el material será visto por diez, cien o un millón de personas. Eso es algo negativo para un actor, no tenemos que estar pendientes de esas cosas. En lo que hay que pensar siempre es en hacer bien tu trabajo como actor, meterte en tu personaje. Desde que me dedico a esto, cuando tenía veintiún años, le pongo la misma pasión a todo.