Desde Barcelona

UNO Para empezar, consejo/advertencia y, claro, abandonad toda holganza quienes entren aquí para así después poder commentar casi enseguida que salieron. A saber, a ser sabio: preferir/decir siempre humilde y noble "no lo entendí" en lugar de soberbio y vulgar "no se entiende". No sólo se ajusta mucho más a la verdad sino que hasta mejora/potencia propia capacidad de comprensión y, de paso, contribuye a global evolución intelectual. Es decir: Rodríguez jamás se dijo que "no se entendía" las primeras veces que intentó adentrarse en Don Quijote, Tristram Shandy, Moby-Dick, En busca del tiempo perdido, La montaña mágica, Ulises, o La muerte de Virgilio, El hombre sin atributos Ada, o el ardor. Rodríguez optó por decirse que él no entendía. Y, por lo tanto, continuó llamando a esas ominosas puertas hasta que por fin, un hermoso día, se abrieron. Y entonces Rodríguez se sintió tan orgulloso de sí mismo porque, ah, por fin, entendía él lo que siempre había sido --a su singular y genial manera-- entendible. Ahá: decir "no se entiende" es tonto. Y, además, es muy estúpido pensar que tanto Cervantes, Sterne, Melville, Proust, Mann, Joyce, Musil, Broch o Nabokov (con sus frases largas y juegos de palabras y guiños para connoisseurs y aprisionantes libres flujos de consciencia en sus respectivos idiomas que no son otra cosa que sus estilos) no entendían lo que, tan generosos con lo suyo, querían que todos lo entendiesen como ellos. He aquí la razón del Gran Arte. Razón que pasa, paradójicamente, por primero hacer sentir pequeño a su destinatario para que, perseverando, pueda experimentar la sensación de crecer. Así, es uno quien debe ascender, con trabajo y disciplina, hacia lo que no entiende en lugar de pretender que lo que uno no entiende descienda arrodillándose a la altura de uncomprensible (des)entendimiento. Sí: con esfuerzo elevarse hasta caer en la cuenta con placer de espectador cómplice. Y así acabar iniciado en algo cuyo mérito distintivo es el de ser interminable: sumando, para y por el resto de la vida.

También, claro, si no hay ganas, nadie será condenado por ello. Se puede sentir que todo eso no es para uno y, con pleno derecho, afirmar un "no me gusta" tanto más honesto que un "no se entiende" y acaso menos vergonzante que un "no lo entiendo". Y así dejarlo de lado y dejar de quejarse. Pero --atención-- también dejándolo ser tal como es, como alguien quiso que fuese ahí dentro. Y, ya fuera de allí, buscar y encontrar otra manera de sentirse feliz sin pensar en que hay unas felicidades mejores que otras. De acuerdo: es difícil llegar a pensar así, pero vale la pena alcanzar semejante diferente y particular alegría.

DOS Y salvando las cósmicas distancias e insuperables miradas y páginas de grandes nombres/títulos ya mencionados (lo apenas dificultoso del microbio de estas pocas líneas, se entiende, es comparativamente basurita en ojo tuerto), voilá el cada vez más acomplejado que complejo y el menos comprehensible y cada vez más incomprendido Rodríguez. Rodríguez leyendo, aquí y acá, quejas/comments (el contrasentido de condenas tan categóricas por lo general esgrimidas tras alias) ante la dificultades planteadas por esto o aquello como ese y aquel "Johnny B. Goode" en anticipada versión del último joven Marty McFly. Como si no ser claramente claro fuese un defecto insalvable y no posible virtud revulsiva y revolucionaria. Y en más de una ocasión, estos quejosos eran los mismos que se habían mostrado orgásmicamente extasiados por Lost como ejemplo de meta-narración hiper-sofisticada o que ahora ponían los esperánticos sonidos de Rosalía a la altura de la universalidad de sonetos de Shakespeare. Es decir: hay una cada vez mayor voluntad de complejizar lo que no es complejo para así luego sentirse autorizado a acusar de incomprensible a lo que es complejo. Y, ah, abundan también quienes reniegan del uso ajeno de palabras en inglés o critican agradecimientos o notas al pie en lo de los demás, cuando se pasan la vida entre likes y shares y followers y canturreando calenturas tropicaloides en spanglish-vocoder y leyendo non-stop y a dedo pies malolientes de fotos en sus pantallitas con todo su corazoncito.

TRES Aun así, de un tiempo a esta parte, Rodríguez ha optado por quererlos a todos. Y, con un cierto esfuerzo de su parte, hasta queriendo querer aquello que más dicen querer. Aunque (también es cierto) sus desenfrenadas pasiones suelan tener algo de efímero, porque siempre están, más que nunca antes, abiertos/cerrados en banda a nuevas formas de enamorarse. Así (Rodríguez se sintió primero feliz por esto y luego inquieto) la entrega total pero breve de extraños a su reciente "descubrimiento" planetario del "Running Up that Hill" de Kate Bush cortesía de Stranger Things, pero ya devuelta a sus fieles de siempre. Y, por supuesto, aquellos --inspirados por efeméride-- quienes no dudan en twittear línea a línea molinos de La Mancha, jardines de Shandy Hall, cubierta del Pequod, caminos de Combray, reposeras del Sanatorio Internacional Berghof, calles de Dublín, avenidas de Kakania, augusto palacio de Bríndisi o recámaras de Ardis sintiéndose tan cool. Todo es un poco así. Y la gran masa consumidora parece dispuesta a tragar lo que le echen primero para después poder gozar del privilegio de desecharlo. ¿Cómo era esa canción que tanto le gustaba a su prima argentina, esa de"Te amo, te odio, dame más"? El punto de inflexión/depresión --apuntan sociólogos-- tuvo lugar entre los años 2010 y 2014 cuando las redes sociales entraron y conquistaron a los paralizantes teléfonos móviles de enmascarados y sacados Salieris que ya ni salieron de casa para descomponer réquiems de Mozarts a los que no entendían. Nada ha vuelto a ser igual desde entonces. Y su toxicidad ha sido comparada (incluso por alguno de sus artífices hoy arrepentidos pero sabiéndose imperdonables) con el "haber puesto un revólver cargado en manos de un niño de cuatro años" o (por el muy serio comediante Ricky Gervais) con "la capacidad de leer todo lo escrito en las paredes de todos los baños públicos del mundo". Algo muy peligroso que apesta y marchita. Un fértil girar en falso/fake, envidia vengativa, histeria psicótica, politiquería histriónica, activismo inactivo y apoyo automático y reflejo a toda causa encandiladora. Y que ha dado lugar a feroces pero hipersensibles ofendidos a la caza de odiosos ofensores para odiarlos con ofendidas y copiosas y copionas lágrimas. ¡Bu! de llanto, ¡Bu! de miedo.

CUATRO De nuevo, lo del principio, lo sin final: por qué privarse de entender diciendo que algo no se entiende cuando se puede optar por un no lo entiendo pero tal vez falte menos para que... Para no entender a secas y quedarse seco ya está eso que a falta de un mejor término todos --comprensivos e incomprensivos-- han dado en llamar realidad.

 

Y, claro, yo no entiendo a Rodríguez. Por eso es que lo describo y lo escribo y trato de entenderlo teniendo perfectamente asumido que él sí se entiende a sí mismo. Casi siempre. O al menos eso desea o quiere o necesita creer él. Sobre todo cuando --a buen entendedor, pocas palabras o a poco entendedor, buenas palabras-- Rodríguez va por ahí diciendo y diciéndose eso de "No entiendo por qué nadie me entiende", ¿entendido?