En los últimos días, el Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA) se vio afectada por una intensa niebla, que ocasionó demoras y cancelaciones en distintas actividades. Ante las alertas y avisos del Servicio Meteorológico Nacional, surgen diferentes interrogantes: ¿Por qué se genera este fenómeno? y ¿cuál es la diferencia con la neblina?

Cada año, entre abril y septiembre, la presencia de niebla se vuelve frecuente en buena parte del país. En este período se acentúan las recomendaciones para quienes deben manejar por calles y, especialmente, por rutas; a su vez, se multiplica la demanda en salud por problemas respiratorios, y se atraviesan los meses más oscuros del calendario.

Mientras todo esto sucede y cuando conviene estar muy atentos a recomendaciones sanitarias y de seguridad vial, no está de más repasar qué es lo que ocurre en el ambiente para que estas situaciones se produzcan.

De acuerdo a la explicación de los especialistas, la niebla es la suspensión de muy pequeñas gotas de agua en el aire, que generalmente reducen la visibilidad horizontal en superficie a menos de un kilómetro. Los tres factores que favorecen la producción de niebla son la elevada humedad relativa, viento muy suave y núcleos de condensación.

Como la niebla está compuesta de agua líquida, la condensación es necesaria, así que para que este fenómeno se produzca resulta obvia la primordial importancia de una elevada humedad relativa, que debe ser muy próxima al 100 por ciento. Mientras que, los vientos débiles proporcionan una acción mezcladora cerca de la superficie aumentando la profundidad de la niebla.

En tanto, los núcleos de condensación, suspendidos en el aire, proveen una base en torno de la cual se condensa la humedad. Aunque casi todas las regiones de la Tierra contienen suficientes núcleos como para permitir la formación de la niebla, algunas regiones (tales como las zonas industriales) poseen marcada abundancia. En estas regiones frecuentemente hay nieblas, aunque las separaciones entre la temperatura y el punto de rocío sean mayores de lo normal, y las nieblas resultantes tienden a ser más persistentes.

La turbulencia producida por los vientos fuertes hace que la niebla se disipe al mezclarse aire más caliente o más seco, proveniente de las capas superiores de la atmósfera, con el de la superficie, ampliando así, la diferencia entre la temperatura y el punto de rocío.

La neblina, en cambio, es la suspensión en la atmósfera de gotitas de agua microscópicas o de partículas higroscópicas húmedas, que reducen la visibilidad en superficie.

Este hidrometeoro tiene características de formación, permanencia y disolución, semejantes a las nieblas. Por ello las mismas calificaciones que se hicieron para aquellas se ajustan a las neblinas.

La diferencia esencial radica en la visibilidad horizontal, ya que se clasifica como niebla cuando ésta reduce la visibilidad a menos de 1.000 metros y neblina cuando la visibilidad es superior a este valor.

Bruma seca o calima

Dentro de los conceptos que definen fenómenos similares, también aparece la bruma seca o calima. Se trata de una suspensión en el aire de partículas secas, extremadamente pequeñas e invisibles a simple vista, pero suficientemente numerosas como para dar al aire un aspecto opalescente.

En otras palabras, es un enturbiamiento de la atmósfera, producido por partículas microscópicas que, en ocasiones, reducen la visibilidad hasta sólo 4 ó 5 kilómetros. Las partículas en suspensión pueden formar una especie de polvareda microscópica de arena, humo, cristales de sal, polvo y hollín, pudiéndose encontrar también, un porcentaje bajo de gotitas de agua (menos del 70 por ciento de humedad relativa en el aire).

La bruma seca o calima es frecuente cuando hay situaciones anticiclónicas en los continentes. Forma una especie de velo blanquecino, que atenúa los tintes del paisaje. Por transparencia, parece azulada contra un fondo oscuro, y amarillenta contra un fondo blanco, mientras que la niebla es siempre grisácea.

Una bruma formada durante el día, por ejemplo, en áreas industriales o ciudades, está constituida por grandes cantidades de polvo y hollín, los cuales forman núcleos de higroscopicidad muy elevada. Con el enfriamiento nocturno y el consiguiente aumento de la humedad relativa, éstos van a dar origen a formaciones extensas de niebla o neblina.

Cuando estas concentraciones se hacen elevadas se las conoce con el nombre de smog.