La Selección Argentina cerró su gira de dos partidos por Oceanía y Asia goleando por 6 a 0 a Singapur, en la segunda presentación de Jorge Sampaoli como técnico. Sin Lionel Messi, el entrenador sacó de su laboratorio una fórmula súper ofensiva: Federico Fazio y Emanuel Mammana en una última línea de dos defensores, Lucas Biglia parado como cinco de contención, Eduardo Salvio y Marcos Acuña oficiando de laterales-volantes por derecha e izquierda, respectivamente, y cuatro volantes ofensivos (Angel Di María, Alejandro Gómez, Manuel Lanzini y Paulo Dybala) y Joaquín Correa como un punta libre para cubrir todo el frente del ataque. Un dibujo extraño, avalado por la debilidad de una selección que sólo fue rival de Argentina porque la AFA necesita dólares para sus deficitarias cajas.
Así las cosas, las expectativas previas se reducían a esperar si el local podía comprometer en algún momento la audaz propuesta de Sampaoli y a acertar a cuántos goles llegaría la diferencia en el resultado. Y fueron cinco los minutos que tardó la Selección en quedar de cara al gol, pero el arquero le tapó el remate a Correa. El local dejaba que Argentina trabajara cómodamente en la mitad de la cancha y ponía nueve hombres en el último tercio de la cancha. Lograban achicar espacios, pero le costaba robar la pelota en los mano a mano que proponían los jugadores argentinos, aunque conseguían un poco más de efectividad para interrumpir los encuentros con pases cortos de los once de Sampaoli. De todos modos, a Argentina le costaba más de lo esperado cristalizar en el área la superioridad que mostraba en los otros sectores del campo.
Con el transcurrir de los minutos, el monólogo de la Selección fue tal que sólo quedaba esperar los goles. Y el primero llegó a los 24 minutos, cuando Fazio le pegó de derecha al segundo palo a la salida de un corner. Antes, el que más había buscado el arco había sido Di María, aunque el de mayor despliegue había sido Correa, que tuvo su bautismo de gol en la Selección a los 30 minutos, al tocar con zurda a la red el centro de rastrón que Dybala le puso al primer palo. A esa altura, el cotejo era lo que se presumía: un entrenamiento con público. Singapur mantenía sus nueves hombres más el arquero bien metidos en su campo, pero parecían espectadores, a la espera de que los argentinos se equivocaran y les dieran la posibilidad de tocar el balón, porque el único que lo recibía con una asiduidad que no le gustaba era el arquero.
Nadie esperaba que algo cambiara en el complemento. Y el trámite fue una réplica de lo visto en la primera etapa. La Selección mantuvo la intensidad y la ambición ofensiva. Con otros nombres, por los ingresos de Lucas Alario y Ever Banega apenas iniciado el período final y de Leandro Paredes e Ignacio Fernández cuando quedaba bastante menos por jugar. Singapur no pudo mostrar otra cosa, porque no la tiene. Entonces hubo que sentarse a contar los goles argentinos. El tercero fue de Gómez, que hizo estéril el revolcón del arquero al meter un zurdazo de rastrón. Con el cuarto se anotó Paredes, con un remate de derecha que se coló por el poste izquierdo. A los 90, Alario gritó el quinto, luego de la habilitación de cabeza de Di María. Dos minutos después, el jugador del PSG cerró el tanteador, definiendo de media vuelta y de taco.
Los amistosos con Brasil y Singapur ya son historia. Por delante están los compromisos con Uruguay, Perú, Venezuela y Ecuador que la Selección necesita ganar para asegurar su presencia en el Mundial de Rusia. Según Sampaoli, todo lo trabajado en las estadías en Australia y Singapur fue de cara a esos cotejos por las Eliminatorias Sudamericanas, a los cuales el técnico quiere que los jugadores lleguen apropiados de la idea de juego que pretende y que conlleva asumir el protagonismo en cualquier cancha, tomar riesgos marcando mano a mano en el fondo, salida limpia desde el propio arco, presión bien alta para recuperar rápido la pelota, intensidad en los noventa minutos, ductilidad para variar esquemas según el trámite de cada cotejo, búsqueda constante del arco contrario.