La salida intempestiva de Daniel "Rolfi" Montenegro como director deportivo de Independiente vuelve a poner sobre el tapete el tema de los exjugadores de fútbol puestos a ejercer funciones ejecutivas. Queda más que claro, desde aquellas desafortunadas gestiones de Daniel Passarella y Carlos Babington al frente de River y Huracán en la primera década de este tercer milenio, que haber sido un crack dentro de la cancha no necesariamente implica seguir siéndolo fuera de ella. El talento, la calidad, la personalidad y la voz de mando sirven para ganar grandes partidos y campeonatos. Pero resultan insuficientes para administrar el complejo fenómeno del fútbol más allá de los campos de juego donde supieron brillar y emocionar.
Cuando fue secretario técnico de Racing y factor decisivo de su último título en la temporada 2018/19, Diego Milito no se parapetó en la idolatría que siempre despertó en la gran hinchada académica. Mas bien, hizo todo lo contrario: apostó a la tecnología y a la big data para reunir más y mejor información y se rodeó de colaboradores con visiones renovadas del fútbol. Supo mirar, supo escuchar, supo aprender y completó todo el proceso con su carisma y la experiencia que recogió luego de haber jugado diez años en Europa y haber ganado en 2010 la Champions League con el Inter de Milán. Los resultados saltaron a la vista.
En cambio, Juan Román Riquelme, el polémico Consejo de Fútbol de Boca y el propio Montenegro mientras estuvo en Independiente sólo tomaron decisiones a partir de su sensibilidad, su intuición y su manera particular de ver y entender las cosas. Y descartaron los aportes que pudieron haber recibido de la tecnología o de equipos multidisciplinarios de trabajo. "Tener vestuario", manejar "los códigos del fútbol" y saber hablar mano a mano con los planteles no fue una garantía de éxito ni los libró del fracaso. Durante la gestión de Riquelme, Boca ganó cuatro títulos locales pero no pudo llegar a ninguna final de Copa Libertadores, su máxima obsesión. A Montenegro en Independiente le fue mucho peor. Duró apenas diez meses en el cargo que debió dejar con el equipo ubicado en el 25º puesto de la tabla del actual campeonato. Con apenas ocho puntos ganados sobre treinta en juego.
Además, en sus nuevas posiciones, muchos de esos exjugadores no han hecho más que reproducir los mismos patrones de maltrato que recibieron de los dirigentes. Una cosa es defender con firmeza los intereses de sus clubes de las maniobras especulativas de los representantes y algunos jugadores, y otra, muy diferente es prepotear, ningunear y descuidar las formas sólo porque ahora los favorecen las relaciones de poder. La autoestima elevada, la moral ganadora y el pecho inflado sirven a la hora de construir una épica futbolera. Para presidir un club o para manejar los temas calientes del fútbol con visión ejecutiva se necesitan otros atributos, una racionalidad distinta. Poco y nada han mostrado de eso varios de los exfutbolistas (no todos) a los que la cancha todavía les queda grande a la hora de dirigir.