En este club náutico todo el mundo sabe todo y lo que no es sabido se supone. Se sabe que la Rimbambita se volvió una travesti orgullosa, que Dardo y Juan Ramón son pareja y no quieren invitar a su casa para que no les usen la pileta y que La Takiche es puta y probablemente su hija también.
La voz narrativa que inicia el relato de Te arrancan la cabeza, la primera novela de Franco Torchia, es una chismosa que puede hacer reír del desparpajo pero no resistiría el mínimo reclamo de corrección política. Entre masas finas y cotorreo -pero nunca mate: “ya de verlo cerca me da un rechazo... es cosa de vagos, de criollos, que no trabajan”-, esta señora aspiracional habla con un nene que parece su mejor amiga y confidente. Así repasa la vida de quienes asisten al club, con una galería de conclusiones que guardan un repertorio de prejuicios clasemedieros.
Al relato de esta señorona se alternan los capítulos donde narra un joven, y en ese contrapunto generacional el foco se pone en la forma en que los pensamientos adultos pueden habitar un cuerpo en desarrollo. En el vestuario de ese club, espacio iniciático donde los penes se bambolean ante una mirada virginal pero sedienta de conocer, rondan amores de verano pero también terrores de verano. Y ante las siluetas que se mueven entre las duchas aparece la complejidad de las estructuras del deseo, donde este joven abusado se enamora de su abusador y pervierte algunas ecuaciones de causa y efecto. “Tampoco entiendo por qué te sentiste tan capaz de seducirme. Tan seguro mejor dicho. Calculo que antes habías probado con otros pero sé que me viste y supiste que, como decía mi madre cuando veía a Juan Leyrado en la tele, '¡Qué mariconazo!, ¡Qué cara de homosexual!'”, exclama el puber-narrador, preocupado por lo “difícil que es mantener este vínculo”.
Más que charlas, Te arrancan la cabeza presenta monólogos donde el atajo de la primera persona permite que las voces digan, se contesten, duden y desplieguen el formato coloquial de todo buen chusmerío. Por citar uno de los ejemplos más típicos, la desconfianza de la señora en la forma en que se lleva adelante la limpieza que ella (por supuesto) no hace pero está dispuesta a inspeccionar: “Lo suyo era una cáscara. Ahora limpiar, lim-piar, lo que se dice limpiar, no. Con decirte que vos te ponías a ver en detalle los rincones del vestuario, los zócalos del buffet. ¡Ay la mugre!”. Subida al envión del corre-ve-y-dile, en el que se escuchan ecos del universo de Manuel Puig, esta chismosa es capaz de cruzar a los límites de la ciencia ficción. Como la anécdota del brote de hongos en la pileta del club, cuando una rara patología ataca a los socios y sube desde los pies hasta el pecho dejando secuelas monstruosas, aserrín bajo las uñas que “solo sale con un rastrillo”.
Baquelita, pañolenci y alfileres de gancho. “La vida al crochet”. Un reservorio de palabras que marcan una época -que sabemos por algunas huellas que es la inmediata posdictadura-, y son usadas por Torchia con el placer de quien pone piedras preciosas en una sortija barroca. En Te arrancan la cabeza conviven dos formas de contar y habitar el mismo espacio, una desde lo que se ve y otra desde lo que se siente, generando así un diálogo propio sobre las tensiones de clase, los despertares sexuales e identitarios y la pertenencia o no que se vive en lugares exclusivos como lo son los clubes. Otras formas de habitar y contar los territorios, una mirada exhaustivamente marica.