En la década del 70 se introdujo el concepto de burnout para referirse a un estado mental negativo relacionado con el estrés crónico, habitualmente ocasionado por la sobrecarga y las altas demandas laborales. En el año 2000 la Organización Mundial de la Salud lo declaró como un factor de riesgo, considerando que afecta la calidad de vida, la salud mental e incluso pone en riesgo la vida de las personas.
Los principales síntomas asociados al burnout son el agotamiento (altos niveles de fatiga y dificultad para recuperar energía) y el cinismo (actitudes de indiferencia y distanciamiento hacia el trabajo). Tal como indican los datos proporcionados por el Observatorio de Tendencias Sociales y Empresariales de la Universidad Siglo 21, cada año aumenta el porcentaje de argentinos que experimentan síntomas de burnout. El 27,6% de los argentinos señala que cada vez le resulta más difícil relajarse luego de la jornada laboral, y el 29,8% indica que se siente tan agotado que ni siquiera tiene energía para realizar actividades placenteras, como practicar un deporte o pasar tiempo en familia. Estas cifras se incrementan año a año en aproximadamente un 5%.
El gran problema es que el burnout no solo provoca estos síntomas de malestar, sino que duplica la probabilidad de desarrollar trastornos mentales más severos, como trastornos de ansiedad y depresión. También influye en la productividad de los trabajadores. Diferentes investigaciones han demostrado que genera menor desempeño laboral, menor compromiso y mayor insatisfacción.
¿Es posible prevenir el burnout? Es posible, pero requiere un monitoreo continuo de nuestro estado emocional. Afortunadamente, no aparece de forma súbita o inesperada, sino que se va desarrollando poco a poco. El problema es que los síntomas iniciales suelen minimizarse.
Para prevenir el burnout es útil distinguir tres etapas: la primera se denomina “esfuerzo”, donde las personas se sienten sobreexigidas, conviven la sensación de agotamiento con un esfuerzo por responder a las demandas del entorno. En esta etapa es común que las personas tengan dificultades para dormir, concentrarse, se sientan tensionadas, incluso con dolor. Es muy frecuente que transiten por esta etapa ocasionalmente, sin embargo, si esto se vuelve crónico y perdura en el tiempo, desencadena en una segunda fase, denominada “cinismo”.
Durante la fase de cinismo, las personas señalan sentirse menos involucradas con su trabajo, les cuesta disfrutar de su profesión o sentirse orgullosos y aparece una sensación de desconexión con sus tareas al punto de sentir indiferencia hacia ellas. Es importante señalar que esta caída en los niveles de motivación no se debe a una falta de compromiso personal o de responsabilidad, sino a una respuesta de nuestro organismo frente a una situación de estrés crónico. Incluso personas altamente motivadas e involucradas pueden experimentar cinismo laboral si experimentan este cuadro de estrés.
Finalmente, la tercera etapa se denomina burnout y se caracteriza por la caída abrupta del vigor. Mientras que en la primera etapa nos sentíamos cansados, pero aún podíamos esforzarnos, en esta fase no logramos esforzarnos o activarnos a pesar de querer hacerlo. Es un estado caracterizado por la falta de energía, la sensación de no poder hacer frente a los problemas cotidianos, incluso a situaciones que antes afrontábamos sin inconvenientes.
El factor crítico para prevenir y combatir el burnout es la cronicidad. No es posible pretender vivir sin estrés, pero es importante reconocer cuándo el período de estrés se vuelve excesivo. Identificar estas instancias iniciales puede ayudarnos a asociar síntomas que nos permitan anticiparnos y evitar la aparición del burnout. De esta manera, si se comienza a distinguir síntomas típicos de la fase de “esfuerzo” o “cinismo”, es recomendable aumentar los períodos de desconexión, disminuir, en la medida de lo posible, el ritmo y la cantidad de demandas, reordenar prioridades y aumentar los períodos de descanso. Muchas personas consideran que estas acciones disminuyen la productividad, sin embargo, la investigación científica indica lo contrario. No solo nos vuelve más productivos a largo plazo, sino también fortalece nuestra salud mental.
Actualmente, numerosos países están desarrollando políticas orientadas a prevenir el burnout, aunque en Argentina nos queda mucho camino por recorrer. Mientras tanto, es vital que las personas realicemos un monitoreo activo de nuestros niveles de estrés y asumamos la responsabilidad de cuidar de nuestra salud mental, así como lo hacemos con nuestra salud física.
* Vicerrector de Innovación, Investigación y Posgrado de Universidad Siglo 21