Gaspet 9 puntos
Autoría: Martín Joab, Marcelo Katz.
Intérprete: Marcelo Katz.
Dirección: Martín Joab.
Producción general: Vagon Producciones.
Escenografía, máscaras e utilería: Alfredo Iriarte.
Vestuario: Liliana Piekar.
Música: Diego Vila.
Iluminación: Pablo Calmet
Funciones: los viernes a las 20 horas en La Carpintería (Jean Jaures 858).
Reconocido maestro de clown, fundador de Espacio Aguirre, semillero de intérpretes del género, y creador de obras memorables como Top, top, top!, Ilusos, Elemental, Allegro ma non troppo, Amargo dulzor y Aguas, entre muchas otras, Marcelo Katz está de vuelta con Gaspet, un unipersonal que escribió junto a su socio creativo Martín Joab, a cargo de la dirección. Katz da vida a un artesano constructor de máscaras, un oficio que heredó por tradición familiar: cinco generaciones dedicadas a crear estos objetos que tienen el poder de impactar en el cuerpo, la voz y la emocionalidad del actor.
De algún modo imaginario, él sigue escuchando las voces de sus antepasados que, desde el más allá, ejercen algún tipo de control. Desde el comienzo, Katz captura la atención del público con su personaje de presencia hipnótica: hay algo en esa voz grave como venida de otro tiempo, en el hablar pausado sin premuras, en el delantal amplio típico de los artistas antiguos, en su paso rastrero, en ese taller acogedor y poblado de máscaras, cada una con una expresión y una cualidad propias.
El mismo protagonista luce una de rasgos contundentes: nariz aguileña, frente amplia y cejas peludas, coronada por una cabellera abundante. Se dirige directamente al público, no hay cuarta pared y le transmite secretos de un trabajo que encara con pasión y exigencia en busca de la mejor calidad. Enseguida el humor se cuela con los juegos de palabras, con los cambios de ritmo, con una energía que le brota súbitamente por el entusiasmo que le genera su profesión, por la forma en que hace participar al público haciéndole preguntas sobre este oficio nacido de la observación, y que abarca todo un proceso: tallar, modelar, pintar, retocar, lijar. El personaje está totalmente fascinado por la transformación que cada máscara genera en quien la porta, y tiene una relación sensorial con ellas al punto de que se da cuenta cuando una máscara está lista para ser entregada a su dueño cuando siente la vida latir en ella, sin necesidad de retocar nada más.
Con fluidez y sin cortar el relato, un biombo le sirve a Gaspet para cambiarse detrás y salir convertido en los personajes que portaron sus máscaras: un ruso del siglo XVIII tan eufórico como torpe, mezcla de militar y aventurero contrabandista de té; un clown de feria entrañable y una cantante que se lleva los mayores aplausos con sus insinuaciones eróticas. Cada uno tiene una forma de moverse, de hablar y hasta de mirar propia. El clown de feria es pura ternura, invita al público a descubrir juegos y algo de magia con su nariz roja, “la máscara más pequeña pero capaz de desatar grandes energías”, según cuenta. El ruso y la diva cachonda son explosivos y desbordados. Hay juegos físicos y de palabra, canto, baile, manipulación de objetos en cada personaje. La mujer es una rubia que suelta sus impulsos con los y las espectadoras: todos y todas le vienen bien, es puro desparpajo y hasta la escenografía le sirve para el juego erótico, sin caer en groserías.
Sobre el final regresa el protagonista, hombre solitario cuya única compañía son las máscaras y los seres que las usaron. En tiempos de velocidades exacerbadas y de un desarrollo tecnológico que devora la vida cotidiana, Gaspet recupera el valor del quehacer manual, de la dedicación, del cuidado del detalle, del preciosismo. “Encontrá un oficio, si es éste mejor, y hacelo hasta que te conviertas en un especialista”, cuenta Gaspet que le dijo su abuelo. A lo largo del espectáculo hay una sensación de cercanía, de contacto íntimo entre el personaje y la platea, como una confesión sobre la vocación, la exigencia, los mandatos y también sobre el poder del teatro. Y en esta comunión, el humor y la emoción van de la mano.
Marcelo Katz y Martín Joab tienen mucho de Gaspet por el modo en que encararon este trabajo: buceando y cuidando todos los aspectos, secundados por un equipo que afianza esa sensación de organicidad. Alfredo Uriarte diseñó y realizó las máscaras, la escenografía y la utilería, Diego Vila compuso la música que acompaña los distintos climas de la obra, el vestuario es de Liliana Piekar, las luces son de Pablo Calmet, y una mención aparte para las geniales pelucas de Gabriela Guastavino.